The Drones – I See Seaweed (Waterfront Records)

Estoy a los pies de The Drones desde que los descubrí en aquel inigualable Wait Long by the River and the Bodies of your Enemies will Float by; un disco que, hasta la fecha, no han podido superar. Sin embargo, y a pesar de mi devoción, sé que desde fuera es difícil. Son ruidosos y estridentes, densos, impredecibles y muy hechos hacia dentro; además, por si faltaba algo, Gareth Liddiard grita cosas en un inglés de las antípodas que no hay quien entienda. Es como una de esas bandas de las que todo el mundo habla, pero que tú no consigues que te gusten. De esas que programan en el Primavera y de repente todo el mundo es fan de sus discos; pero más de sus maquetas, claro. Es más, los australianos ya han estado en el Primavera. Y, de hecho, repetirán este año.

Con The Drones ocurre que, si no te agarran las entrañas desde el principio y sin querer, tienes que poner de tu parte. Unas velas, incienso, una buena cena, Marvin Gaye,… tienes que preparar el terreno. Y tener paciencia. Sólo así descubrirás joyas como las que se esconden en I See Seaweed, cuando todo lo que ves a simple vista son canciones de seis, siete, ocho y nueve minutos construidas a golpe de puñetazo en el pómulo del alma. Liddiard y compañía necesitan una hebra de la que tirar compulsivamente hasta deshilacharlo todo y dejar tus vísceras al descubierto.

I See Seaweed es el sexto disco de los de Perth y llega un lustro después de Havilah (2008). En ese tiempo, Gareth Liddiard aprovechó para sacar su primer disco en solitario (Strange Tourist, 2010), lo que le sirvió para recuperar emoción y energía después de cinco discos en seis años con The Drones. Con una portada llamativamente luminosa, oceánica y nívea, I See Seaweed es ya el trabajo menos acelerado de los australianos. Las baldosas que marcaban el camino de sus anteriores referencias llevaban a pensar que estaban mutando poco a poco la energía y el sudor nervioso por algo igual de intenso, pero sin duda menos «punk». A pesar de todo, siempre queda un resquicio para el pogo espiritual en sus últimos discos: «The minotaur» en Havilah, «I don´t ever want to change» en Gala Mill, «Baby 2» en Wait Long by the River, y «A moat you can stand in» en I See Seaweed son el cable invisible con el que se conectan los Drones salvajes de Here Comes the Lies (2002).

Los de ahora son más de levantarse despacito de la cama para no marearse. Lo que no implica que hayan perdido un ápice de crudeza. «I see seaweed», que abre el disco, es el mejor ejemplo: casi dos minutos y medio hay que esperar hasta que Liddiard llega a la cima de esa escarpada montaña que es su voz, y que hasta entonces escalaba tranquilamente con la sola compañía de alguna cuerda esporádica y el piano; Steve Hesketh, comandante de sus teclas, es el quinto elemento en este disco. Mila Jovovich en sus buenos tiempos. Ya se asomaba en el single, «How to see through fog», la más cadenciosa de las canciones de los australianos, y lo cierto es que es fundamental en este disco. Más allá de su puntual irrupción en la esquizofrénica «Locust» y su papel residual (aunque vital) en «This time», ambas de Wait Long by the River, poco protagonismo había tenido el piano en la discografía de Drones. Sus apariciones en «They´ll kill you», «Nine eyes», «The grey leader», «Laika» y, sobre todo, en «Why write a letter that you´ll never send», hacen pensar que Liddiard y compañía han encontrado en Hesketh el complemento psicótico y, a la vez, normalizador de The Drones. Y que va para largo.

Eso es quizá lo más destacado, por diferente y porque catapulta en otra dirección las canciones, de un disco que, por otra parte, vuelve a estar a años luz de la gran masa homogénea de los LPs que se publicarán en 2013. The Drones están en otra dimensión. Una en la que lo fácil es hacer medios tiempos de 8 minutos que, como el tema homónimo, respiran primero arrodillados, con las palmas de las manos pegadas a la grava, para luego quedarse sin oxígeno en una ascensión vertical a golpe de ruido; ocurre, aunque en menor medida, con otros temas como «How to see through fog» (de telúricos pianos y guitarras) o «The grey leader» (arrebatadoras las fases instrumentales). La peleona «They´ll kill you» («give me back my upper hand, give me back my second chance, give me back my evil streak«) o la gigantea «Laika», que camina con pies de acero desde el comienzo y se golpea en el pecho con un crescendo tribal y mortal de necesidad, son otro cantar jadeante desde el principio. Como la directísima «A moat you can stand in» o la extrañamente bailable «Nine eyes» (esos coros femeninos).

I See Seaweed cierra con la canción más normal y diferente de los australianos. De hecho, puede que «Why write a letter that you´ll never send» sea la composición más bonita de The Drones, en toda la amplitud académica del término. La conclusiva «This time» de Wait Long by the River, los más de 9 minutos de «Sixteen straws» con Liddiard casi recitando sobre un fondo espartano de guitarra y armónica en Galla Mill, o el folk-pop de «Your acting´s like the end of the world» en Havilah deja claro que los australianos sí saben cómo cerrar un asunto. «Why write a letter that you´ll never send» es pura contención, un medio tiempo perfecto con el piano en primer plano y sin estridencias instrumentales ni vocales; sólo a mitad de canción Liddiard sube el tono para ofrecer unos cuantos escalofríos en batería y cantar una premonición más actual de lo que creía cuando la escribió: «who cares about the Vatican. Man, everybody knows and who´s surprised they went and chose a nazi for a Pope«. Magistral.

El disco, autoeditado, fue grabado en un barracón escolar acondicionado como estudio con material que el propio Liddiard adquirió en eBay (ya grabaron Galla Mill en una granja abandonada en medio de la costa de Tasmania), y allí estuvo Burke Reid, productor de Havilah. I See Seaweed tiene ocho canciones y se va más allá de los 50 minutos: no le sobra ni uno de ellos; ni un recoveco, ni un amago de desastre, ni una pizca de drama, ni una colisión. Como aullaba el propio Liddiard en «Im here now»: «you´ve gone from perfect to divine«.

Después de cinco años de silencio, I See Seaweed vuelve a colocar en el mapa a The Drones. Pura cartografía de lo incómodo. Con este disco, a la altura de Wait Long by the River and the Bodies of your Enemies will Float by, aunque en otro estadio, Liddiard vuelve a demostrar que es un intérprete valiosísimo en estos tiempos de decadencia y modernidad fraudulenta. Y, si lo es por el asombroso aprovechamiento de sus (aparentes) carencias vocales (al menos de las  más académicas), más aún lo es por su destreza en la composición; las letras de las ocho canciones del disco te astillan el alma («they only ever think you´re good when you´re walking like you´re made of wood«, canta Liddiard en la madrugada de «How to see through fog») al tiempo que desuellan el universo sin paternalismos ni púlpitos, sólo por el empeño de desplegar bien los pliegues del mapa del mundo («who cares about the Holocaust, we didn´t learn nothing there, and all its memory does is keep the History Channel on air«). Su peculiaridad en la forma y en el fondo, y el hecho de estar rodeado de unos músicos que comparten su inquietud por la extrañeza y el estado crudo de las cosas, hacen que The Drones continúe siendo algo único, feroz y todavía salvaje después de quince años de vida. Y eso es una buenísima noticia.

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