The Drones – Sala La2 de Apolo (Barcelona)

Si no fuera porque podría confundirse con vagancia y dejadez, no dudaría en completar esta crónica con una sola palabra: BRUTAL. Así, en flagrantes mayúsculas. Pero como lo de servidor con The Drones es devoción incondicional, me tomaré este artículo como un intento de homenaje con el que me sentiré satisfecho si al menos les llega a sus talones australianos.

Antes de que los protagonistas salieran a escena, Le Petit Ramon Experimenta 3 ejerció de perfecto anfitrión calentando a una sala que se llenaba poco a poco mientras el trío acústico-experimental catalán presentaba su último disco, Acústicus Replica (Bankrobber, 2009). Muy interesante.

Faltaban algo más de diez minutos para las 22h cuando los primeros riffs paranoides de “Jezebel” entroncaban con el sistema nervioso del público y la batería de Mike Noga, ciclópea, recorría la sala entera para dictar el ritmo de sus latidos. Entonces, Gareth Liddiard comenzaba a retorcerse como una serpiente, Fender Jaguar en mano, y cantaba aquello de “I would love to see you again” (“me encantaría volver a verte”) como un lamento premonitorio que sentiríamos todos los presentes cuando los australianos se bajaran del escenario más tarde.

Aunque en principio se trataba de un concierto presentación de su último trabajo (Havilah, ATP Recordings 2009), el setlist resultó ser una presentación de la banda en toda regla; por eso, a las robustas “Nail it down” y “The Minotaur” (más brillante aún en directo) se le unieron temas de Gala Mill, Wait Long by the River…, Here Come the Lies y The Miller’s Daughter. Y con razón, porque ver a los Drones es una experiencia que va más a allá de lo coyuntural; casi todo da igual cuando lo que importa es haber salido vivo de una devastadora tormenta de rock que pasará a formar parte de la película que se proyecta al final de tus días; en ella aparecerán los rayos en forma de riffs retorcidos y los truenos de la batería de Nogan, también el viento gemebundo que surgía de la agitada garganta de Liddiard, y las gotas, no de lluvia sino de sudor, que llenaban la tarima de un escenario que resistía el envite.

A los momentos de rock inmediato (“I don’t ever want to change”, “The Minotaur”) le seguían pasajes de auténticos aludes sonoros en forma de centrifugado (“Six ways to Sunday”, “The Miller’s daughter”, “Jezebel”); no había tiempo para el descanso, ni siquiera para acercarse a la barra a tomar fuerzas. Apenas un par de tragos le bastaron a ‘Gaz’ para obrar el milagro de mantener la voz hasta el final del concierto; y teniendo en cuenta la exigencia de su particular registro y la tensión de los músculos de su cuello, no es de extrañar que apenas articulara dos frases entre canción y canción durante todo el concierto. Entre eso y que al día siguiente tocaban en Madrid, tampoco pareció extrañar a nadie que los australianos se retiraran con poco más de una hora de concierto tras volver con la rabiosa “The Miller’s daughter”.

Paradójicamente, la trayectoria de Drones se ha caracterizado siempre por avanzar sin hacer mucho ruido. Aún hoy, aunque con mayor presencia, siguen sin recibir la atención que grupos con mucho menos talento sí tienen, ya sea por la idiosincrasia de los medios especializados o por la de la propia banda. Sin embargo, llevan años ganándose a pulso el título de mejor banda de Australia y ya son de los grupos que a uno le hacen arrepentirse de no haber visto jamás en directo. En La2 de Apolo lo demostraron aplicando el leitmotiv clásico de Julio César (veni, vidi, vici) que Liddiard grita al final de “The Minotaur”: Drones vinieron, vieron y vencieron. Y que repitan pronto.
 

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