Tricky – Bikini (Barcelona)

Uno entra a un concierto de Tricky con un poquito de ansiosa anticipación, pensando que semejante animal, con su voz grave como un tren subterráneo y su poderoso machacamiento rítmico con abundancia de bajos, sub-bajos y sub-sub-bajos, con esa fama de fiera salvaje y de entrega total en el escenario, podía arreglarnos una fría noche de miércoles con un recital memorable. Incluso esa noche nos dirigimos a la sala Bikini con un asomo de preocupación: en una sala tan pequeña, ¿no podrían incluso generarse peligrosas reverberaciones sónicas que pusieran en peligro la integridad estructural tanto del edificio como del personal? Bueno, pues afortunadamente cualquier miedo al respecto quedó disipado en un plis-plas. Porque amigos y amigas, toda una leyenda como Tricky se hundió en la noche de Barcelona.

Por lo pronto voy a admitir que yo, como algunos otros, no me di cuenta hasta la tercera canción (más o menos, durante o después de su versión de “The Lovecats”) de que Tricky había subido al escenario. Han acabado los teloneros (Her Only Presence, designados por el propio artista y muy bien acogidos), pensé, así que deben ser unos segundos teloneros – que no sonaban demasiado mal. Qué raro. Pues no, era el mismito Tricky y su banda, con un sonido predominantemente eléctrico que podía recordar, en sus momentos más acelerados, a Rosendo; en sus momentos más pausados, a Rosendo haciendo baladas. Sorprendente, ¿no? Pero en los primeros temas parecía no sonar mal; incluso nos dejó alguna buena descarga de decibelios a la primera que se desmelenó y lució su torso perfectamente musculado. Es un espectáculo de feromona y color cuando se lanza a esa especie de trance tribal, semejante al que uno podría experimentar si fuera una estrella del trip-hop de Bristol que sale al escenario después de fumarse media Jamaica. Hasta aquí, energía y un sonido algo novedoso. Luego, empiezan a pasar cosas raras.

La situación empieza a parecer confusa cuando tocan “Black Steel” (con una vocalista que se lleva un aprobado sobrado, por cierto) y no sólo consiguen hacer que suene monótono y sin sustancia, sino que además el británico olvida de cantar su estrofa. Bueno, eran sólo un par de líneas, pero uno espera que un cantante, al menos en la ducha y en los conciertos, cante. Se sigue torciendo el panorama cuando, tras escuchar algunos temas más, sacados tanto de su último Knowle Best Boy como de sus primeros trabajos – los  favoritos del público, notablemente Maxinquaye -, llegamos a la conclusión de que la banda que le acompaña, por muy buena que esté la bajista, tiene graves problemas para dar la menor textura a lo que toca. Todas las canciones suenan exactamente igual, y al cabo de un rato uno tiene la impresión de que Tricky sólo tiene dos canciones: la rápida y la lenta. Todos estamos de acuerdo en que es difícil reproducir en vivo la potente sofisticación del trip-hop, tan lleno de segundas voces y de efectos de sonido, pero es que los músicos se empeñaron en ser especial y tozudamente monocordes. No obstante, algunos temas destacan, como un excelente “Slow”. No todo está perdido.

Pero a esto se añade que, quizá por azares del sistema de sonido, apenas podemos reconocer su voz cuando rapea, y apenas se le oye cuando susurra. Resultado, los temas suenan poco familiares, distantes y superficiales. Entre el público se comenta que tal vez sea una banda local tocando versiones de Tricky. Se habla de ventriloquia. Cunde el pánico. Y claro, a base de escuchar grandes canciones tocadas de la manera más aburrida imaginable, al final llegan los nervios, la exasperación, la rabia, y los deseos generales de hacer el concierto más interesante emborrachándose mucho (cosa que me abstuve de hacer por mi abnegada ética profesional).

Pero tampoco tenemos demasiado tiempo para lamentarlo, porque al cabo de cincuenta minutos de reloj, la banda se esfuma y nos deja ya listos para los bises, entre pocos aplausos y bastantes miradas de interrogación. Sin mucha demora, salen de nuevo a escena, tres cancioncitas, y Tricky vuelve a marcharse dejando que su grupo liquidara el concierto con un “Ace of Spades” (sí, sí, la de Motorhead) digno de cualquier fin de fiesta del Antikaraoke. El ánimo del respetable al salir de Bikini: confusión, miedo, gimoteos, cachondeo general.

Su último disco, Knowle Best Boy no es, ni de lejos, tan mediocre como lo fue la actuación de Bikini, y todos esperábamos ver a Tricky como el monstruo que es: de la música, no de las galletas, por favor. Sin desmerecer al genio de Bristol como figura musical, el concierto de Barcelona fue flojo, flojo, flojo, y dado el anquilosado acompañamiento que se ha buscado, no veo claro que ningún otro concierto de esta gira tenga nada que ofrecer aparte de cerveza y decibelios.

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