Van Morrison – Polideportivo Pisuerga (Valladolid)

Si existiera un ranking de los mayores atracos cometidos en la historia de la humanidad, no cabe duda de que en uno de los primeros lugares de dicha clasificación se situaría el que cometió Van Morrison el pasado sábado 31 de Marzo en la capital pucelana. Si la promotora aseguraba que 5.000 pesetas era un precio más que razonable para ver al León de Belfast, lo cierto es que la relación calidad-precio-tiempo del evento rozó los límites del fraude.

La puntualidad fue la nota más destacada de dicho concierto. A las nueve en punto de la noche comenzó a sonar la música a cargo de los instrumentistas que acompañaban a la estrella. Van the Man apareció en el tercer tema, ataviado con un traje oscuro, sombrero negro, gafas de sol y unos cuantos kilos de más que le impidieron subir con soltura la escalera que conducía al escenario. Su estelar entrada en el mismo se produjo con una versión en clave de soul del Concierto de Aranjuez. Fue el único guiño que el músico norirlandés hizo a las más de tres mil personas que llenaron el Polideportivo Pisuerga.

La expectación creada por la ilustre visita hizo llegar público de diversos rincones de la Península, en su mayoría se trataba de personas rondando los cuarenta años, y a quienes las cinco mil pesetas de la entrada no les parecía algo demasiado descabellado para ver a uno de los mayores símbolos del rock y del blues. El ambiente era inmejorable para un espectáculo musical, y en una atmósfera cargada de marihuana, el público se entregó desde el comienzo al músico irlandés.

Sin embargo, el León de Belfast no correspondió a sus seguidores, ofreciendo un concierto mediocre, con un sonido distorsionado que en algunas zonas del recinto era casi imperceptible, lo que en más de una ocasión provocó reiteradas protestas por parte de las personas ubicadas en esos lugares.

El repertorio fue un recorrido por los éxitos más antiguos y más recientes del veterano artista, durante los cuales Van Morrison pasó del saxo a la guitarra y de ésta a la harmónica. El momento más intenso se produjo cuando Van y sus músicos encadenaron Bright Side of the Road y Days Like This.

A partir de ahí el concierto fue decayendo en una absurda monotonía sólo interrumpida por los solos instrumentales ejecutados por los mediocres músicos que acompañaban al artista, y por las continuas entradas y salidas de la estrella en el escenario, quien además mostraba una insultante frialdad hacia su público.

Así, a la hora y cuarto de haber comenzado el espectáculo Van se retiró del escenario, e instantes después regresaba para iniciar Brown Eyed Girl, que provocó que todo el público se levantara de sus asientos y comenzara a bailar. Sin haber terminado, Van abandonó el escenario y volvió a su camerino mientras el resto de la banda se encargaba de finalizar el tema. Una vez terminado, los músicos abandonaron el escenario y todas las luces del Polideportivo Pisuerga volvieron a encenderse. Lo que en otros lugares hubiera provocado una airada protesta, aquí se quedó en más aplausos porque los asistentes habían conseguido ver al mito. Así que todos contentos… y Van Morrison más.

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