Weezer – Pacific Daydream (Crush Music / Warner)

Puede que sean cosas de la edad o de que algunas cosas ya no son lo que eran, le pese a quien le pese, y lo mejor que se puede hacer es aceptarlo para no encadenar una desilusión tras otra. Los niveles de exigencia aumentan con los años, es cierto, y donde antes oíamos sirenas ahora escuchamos ruido, sin perjuicio de que una incipiente sordera nos aceche. Así es como se podrían describir las sensaciones que a uno le embargan después de varias escuchas del por ahora último disco de Weezer, un Pacific Daydream marchito y fofo, a años luz de las emocionantes descargas melódicas de Pinkerton (1996) o del maravilloso manifiesto de género envuelto en color verde radiante, el famoso Green Album (2001), parcialmente recuperado en el digno White Album de hace un par de años pero jamás igualado –todo apunta a que esta afirmación podría hacerse de nuevo dentro de una década si se da el caso-. Los angelinos se parapetan ahora tras el escudo de la supuesta modernidad y camuflan su otrora brillantez entre arreglos inanes de sintetizadores y unas percusiones muy molonas para los nuevos indies que nunca han sabido lo que significa en verdad el término pero infructuosamente voluntariosas para el resto, que es básicamente el grueso de seguidores que vimos a principios de los noventa en Rivers Cuomo la nueva referencia y salvación del pop de guitarras.

Aquella energía apenas suena hoy, y cuando resurge resulta forzada y repetitiva, en el inicio del álbum, con “Mexican fender” y la introducción a los Weezer del siglo XXI, un tiempo en el que si no te compras una mesa para procesar sonidos o intercalas beats electrónicos en medio de canciones que no lo piden es que te has quedado obsoleto. La absoluta falta de pujanza de estas canciones queda evidenciada en mediocridades como “Beach boys” (nada que ver con quienes está pensando la mayoría, por desgracia), la pretenciosa balada “QB blitz” o el estrambótico título “La Mancha screwjob”, meras medianías en una discografía hasta el momento esplendorosa. En “Happy hour” parecen una banda de FM mainstream sin mordiente ni excesiva preparación, y ni las guitarras chispeantes de “Get right” o la española de la final “Any friend of Diane’s” salvan sendos temas del montón. Por buscar algún momento medianamente memorable, “Feels like summer” podría recordar la grandeza de antaño y “Sweet Mary” subraya la intratable vena melódica que siempre los ha llevado por el camino correcto. Algo debe haber fallado esta vez, porque apenas hay trazos del mismo en esta insulsa colección de temas.

Puede que su empeño por ponerse en manos del productor Butch Walker, constructor del sonido uniforme de los discos de Katy Perry o Pink, por ejemplo, sea una de las causas que involuntariamente los alejan de ese mundo propio que crearon con total solvencia. A la espera del que pudiera ser el trabajo de resurrección definitiva, el anunciado Black Album para este mismo año, Weezer se acercan más al perfil de una banda aburrida y cansada de sí misma que al de unos músicos poderosos e ilusionados con la consecución de nuevos objetivos. A rezar, que este mundo debe ser solo la antesala de otro mucho mejor.

 

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