50 años de Tapestry, el álbum de Carole King que rompió barreras

Tan lejos

Laurel Canyon. Si nos fijamos en el mapa, tan sólo una pequeña localidad residencial, bastante exclusiva, eso sí, situada en las colinas de Hollywood. Durante la época dorada de la industria cinematográfica estadounidense, fue hogar de algunas de sus estrellas, que buscaban alejarse un poco del mundanal ruido. Pero cuando realmente explotó la cosa -y de ahí su importancia para lo que vamos a contar- fue durante los años sesenta del siglo pasado. Y es allí, justo allí, donde empieza nuestra historia.

Tal como retrata Barney Hoskins en el recientemente editado en nuestro país Hotel California. Cantautores y vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon (Contra, 2021), la zona era “el Shangri-la de moda para los melenudos que se tomaban la vida con calma, encaramados en aquellas cabañas con vistas espectaculares a la cuenca de Los Ángeles que crecía sin cesar”. Todo esto se originó en el cambio de epicentro de la industria discográfica desde Nueva York a la soleada California. Muchos artistas se mudaron de un sitio a otro buscando el clima relajado y las nuevas sensaciones de esta tierra prometida, que reservaba un lugar privilegiado a los artistas que ofrecían su propio material. Los cantautores.

Era cuestión de tiempo que una mujer como Carole King, recién separada de Gerry Goffin, con quien compartía descendencia y sobre todo, un buen montón de hits escritos para otros artistas, se sintiera atraída por ese éxodo. Al fin y al cabo, necesitaba un cambio. Estaba harta de ser siempre la mujer detrás de la partitura. Quería ser, de una vez, quien la cantara. Con sus contactos en el mundillo, era fácil situarse de nuevo allí con sus dos hijas y comenzar a rastrear el ambiente que se estaba formando en torno al club Troubadour y otros nightclubs que poblaban la escena de Hollywood y en torno a los que se congregaban toda una multitud de artistas de lo más interesante. Era marzo de 1968.

 

Siento la tierra moverse

Carol Joan Klein había nacido en Nueva York, en el seno de una familia judía de clase media. Criada en Brooklyn, siempre brilló por su aguda inteligencia y unos estudios de piano que la guiaron en un enorme interés por la música, el cual compartía con amigos de instituto como Paul Simon o un noviete que se echó llamado Neil Sedaka (y en el que debió hacer mella, pues años después escribió sobre ella “Oh Carol”, todo un número 1) y sobre todo, con Gerry Goffin, otro joven de talento con el se casaría a la tierna edad de 17 años y con quien, además de tener dos hijas, escribía canciones por las noches.

Esas canciones, poco después, se transformarían en un trabajo a tiempo completo para los dos en el mítico Brill Building de Manhattan, lugar donde darían vida a una larga lista de éxitos eternos, cantados por agrupaciones como The Shirelles, The Chiffons o solistas como Bobby Vee, Little Eva o incluso Aretha Franklin. La retahíla es interminable y su calidad y valor, indiscutible. Pero eso no impidió que el matrimonio hiciera aguas hacia finales de 1967 y Carole abandonara el frío Nueva York por la soleada California.

Tienes un amigo

Se estableció con sus dos hijas, Louise y Sherry, en una vieja casa en lo alto de Appian Way que había sido propiedad de la mítica actriz Mary Astor. Allí comenzó su nueva vida y a frecuentar el ambiente de Los Ángeles, sobre todo a través de su nueva amiga Toni Stern, una poetisa y letrista con la que empezó a colaborar. Ella le introdujo en una nueva escena que se cernía sobre todo en torno al mítico Troubadour, un lugar enraizado en el folk tradicional, pero que empezaba a ser escenario y campo de pruebas para la nueva hornada de cantautores que venían del pop y el rock. Sobre todo, a través de ella conocería a un hombre clave en esta historia: James Taylor.

Pero antes de eso, formaría junto al guitarrista Danny Korchmar y el que sería su futuro esposo, Charles Larkey, un trío denominado The City. ODE Records, la discográfica independiente que había fletado su antiguo amigo Lou Adler (manager de, entre otros, The Mamas & The Papas), les fichó y publicó Now That Everything’s Been Said (1968), un disco fantástico que fue injustamente ignorado debido a la falta de promoción, pero que constituyó el germen de todo lo que vendría después en la vida de Carol.

 

Adler, pese al fracaso de The City, tenía olfato y creía en ella, por lo que la mantuvo en el catálogo de ODE como solista, a la par que se ofrecía para tocar el piano en sesiones de grabación de otros artistas, como B.B. King o, ahora sí, James Taylor. Junto Korchmar -que había formado parte de la banda The Flying Machine junto a Taylor- y Larkey tomó parte en la grabación de Sweet Baby James (1970), el disco que lanzaría al estrellato al de North Carolina.

Fue también James quien, al tenerla como parte de su banda en la gira de presentación del disco, animó a Carole a presentarse ella misma en directo, abriendo sus shows. Precisamente, fue entonces cuando en un tiempo muerto entre pruebas de sonido ella se sentó al piano y comenzó a tocar una canción que había escrito la noche anterior y que inmediatamente llamó la atención de Taylor, que se sentó junto a ella a acompañarla a la guitarra. El resto, es historia.

“You’ve got a friend” era, además, una respuesta a la canción que había catapultado al éxito a Taylor, “Fire and rain”. Era casi lógico que él la grabara. Lo hizo en Mud Slide Jim (1971), disco en el que participó, cómo no, su autora y que se grabó de forma casi coetánea con el que nos ocupa, Tapestry, que también incluyó la canción. La versión de James fue número 1. Y es, probablemente, el tema por el cual más se le recuerda a nivel mundial. Hay quien la llama “el himno nacional de la amistad”.

Tapiz

Carole, por su parte, ya había grabado un álbum como solista. Writer, editado en 1970, aunque tenía grandes canciones, no contaba con el sonido adecuado para hacerlas brillar. Eso, sin embargo, no hizo perder su fe en ella a un tiburón de los negocios como Adler, que seguía viendo un diamante en sus manos y decidió producir él mismo su siguiente paso, el que él esperaba que hiciera explotar todo su poderío. Y así fue.

El ambiente en los estudios A & M de Los Ángeles era relajado, con las hijas de King jugando por ahí y todos los músicos que ella ya consideraba familia, más que banda. De nuevo Larkey, Korchmar (“Kooch”), pero también David Campbell, Joel O’Brien o la espectacular vocalista Merry Clayton. Además, pudieron utilizar el magnífico piano Steinway que Joni Mitchell estaba usando para grabar su Blue, justo en el estudio de al lado (me tiembla la mano mientras escribo esto, por cierto) y que supuso un punch extra para canciones como “I feel the earth move”, “You make me feel like a natural woman” o, claro, “You’ve got a friend”, que Carole también decidió grabar y en la que colabora, cómo no, su amigo James Taylor a la guitarra.

Lou Adler, simplemente, se limitó a dejar a la gente explayarse en el estudio, hacer lo que ellos hacían, bajo la mano firme de la cantautora, que esta vez ya estaba completamente preparada y segura de sí misma para mostrarse en todo su esplendor. Sabía exactamente qué debía hacer para que las canciones desplegaran todo su potencial. Todo eso se nota en el resultado, que goza de una humanidad, de un sonido brillante y cálido a la vez, de una redondez en su forma sencilla de decir las cosas, que hasta entonces casi ningún producto pop o rock había alcanzado. Tapestry es un disco perfecto en el que todos los elementos confluyen como ejércitos sobre el oyente para conquistarle. Su hechizo es rotundo. Por eso su valor permanece hoy, cincuenta años después, intacto.

¿Me querrás todavía mañana?

Tapestry no sólo contenía, obviamente, “You’ve got a friend”. La batería de doce temas que dispuso su autora es una verdadera apisonadora y se beneficia de una naturalidad en la interpretación perfectamente reflejada en el registro del disco. Desde el primer momento, con ese terremoto llamado “I feel the earth move”, uno se pregunta, ¿pero qué es esto?. Es digno de uno de esos vídeos de primeras reacciones que pueblan Youtube. Su efecto es inmediato, devastador. Y por supuesto, es sólo el principio. En un tercio totalmente diferente, la melancolía de “So far away” nos conquista justo por lo contrario, mientras que la maravillosa “It ‘s too late” vuelve a subir unos puntos la temperatura del groove.

La preciosa “Home again” es otra muestra de ese romanticismo, mezcla de añoranza y ternura, que funciona tan bien combinado con algunos números más subidos de tempo como “Smackwater Jack”, “Where you lead” o la empoderada “Beautiful”. También, por descontado, hay re-grabaciones de algunos de los mayores éxitos que King escribió para otros artistas, ahí están “Will You love me tomorrow” -que popularizaron The Shirelles – y el monumento que se encarga de clausurar el disco, ese “(You make me feel like) a natural woman” que tuvo tanto que ver con el ascenso a la fama de la reina Aretha, favor que ella devolvería a King en una apoteósica rendición de la canción que brindó en la ceremonia honorífica que el Kennedy Center organizó para su autora. Fue probablemente la última gran aparición en público de la diva antes de morir y, créanme, merece la pena verlo.

 

El disco, no obstante su envergadura, no tuvo éxito de forma inmediata. De hecho, alguno de los músicos involucrados, como Kooch, dudaban de su valía. Lou Adler, sin embargo, consideraba que era algo así como la versión musical de la película Love story, que había tenido un inmenso éxito el año anterior. Se lanzó el 10 de febrero de 1971 y se presentó en directo en el Troubadour en mayo del mismo año. Entre medias, se lanzó el sencillo de doble cara A “It’s too late”/ “I feel the earth move”. El ascenso fue lento, pero para abril el single ya era número uno y en junio el álbum ya llevaba vendidas un millón de copias. Además, barrió en los Grammys, llevándose nada menos que cuatro. Es el primer disco de una mujer en vender más de diez millones de unidades, es el 15 más vendido de los años setenta en EEUU y uno de los 100 más vendidos de la historia.

Mucho más allá

Pero por encima de todas esas cifras que certifican su éxito masivo (y también que la calidad no está reñida siempre con lo comercial), el disco se erige como un marco atemporal para cualquier mujer que decida cantar sus propias canciones. Por supuesto, había otras artistas además de King, que componían sus canciones y supusieron un antes y un después para el mundo del pop. Pero Joni Mitchel o Laura Nyro no pudieron alcanzar el lenguaje universal que logró alguien, por otro lado, tan curtido en el oficio de escribir canciones como era Carole. Tapestry es la plantilla perfecta sobre la que cualquiera puede calibrar la eficacia de combinar arte y entretenimiento. Al fin y al cabo, se trata de comunicar. Y aqui ella supo ser a la par personal y universal. Nada fácil.

Por supuesto, la mujer debe ser considerada a lo largo de la historia del pop en igualdad de condiciones con el hombre. Es algo que no es que se hayan ganado, es que es así. Y hoy se ve claramente en todo el aluvión de discos que aparecen al año. Los mejores casi siempre los firman mujeres. Pero no siempre fue de esa forma. Las mujeres, a pesar de tener, por descontado, un talento exactamente igual al de los hombres, si uno mira atrás, han estado sepultadas bajo una montaña de machismo, de condicionantes sociales y de estupidez, que siempre les ha impuesto todo tipo de barreras para brillar libremente. Tapestry llegó para poner fin de una vez por todas a eso.

Soy mujer, autora de mis canciones, canto, toco, sé exactamente cómo quiero sonar, domino la situación… Y triunfo. Por todo lo alto. Eso es lo que dijo bien alto con este disco Carole King. Y por eso ahora, cincuenta años después de su aparición, su mensaje sigue vigente. Igual que su sonido y sus maravillosas canciones, que no han envejecido un ápice. Quizá el resto de su carrera no haya podido emular este tremendo acierto, aunque siempre ha mantenido un índice notable de calidad, pero Tapestry es uno de esos discos que dignifican por sí solos a un artista de tal manera, que bastan para rendirle todo tributo posible. Y ahora corran al tocadiscos.

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