Amaral – Teatro de la Axerquía (Córdoba)

Tal vez el concierto más controvertido del Festival de la Guitarra de Córdoba, que en la misma jornada compartía cartel con propuestas más clásicas sólo aptas para paladares expertos y pentagramas más estrictos. El lado multitudinario del evento ya tenía un cabeza de cartel, y ofreciendo lo que prometía, situó a los de Zaragoza hacia el final de una semana llena de conciertos, de los que ya nos hubiera gustado dar cuenta mucho más pormenorizada. Aun así, no podíamos faltar a la cita con la prodigiosa voz de Eva Amaral, la omnipresente Rickenbacker de Juan Aguirre y una banda no bien engrasada, sino absolutamente impecable, que calienta motores (los propios y los del público) ya desde que comienza a sonar “All tomorrow”s parties”, el clásico de la Velvet Underground elegido como introducción para esta gira. Buen gusto antes de que caiga el telón, es evidente.

En nuestra anterior aproximación a esta nueva puesta de largo de las canciones de su último e irregular disco Hacia lo salvaje, en el Festival Territorios Sevilla, el tiempo y las apreturas del calendario hicieron que abrieran la actuación con una refrescante versión de “En sólo un segundo”, una joya oculta al final de un trabajo espectacular como fue “Estrella de mar”. Ahora el momento de repasar sus emocionantes versos queda situado hacia el final de la primera parte del set list, después de haber anunciado y cumplido su palabra de hacer parada y fonda en todas y cada una de las recientes canciones, de las que “Esperando un resplandor” (un himno que se adhiere como una lapa), “Riazor”, “Montaña rusa”, “Van como locos”, “Como un martillo en la pared” (comprometido dardo hacia la diana de la indignación reinante), “Si las calles pudieran hablar” o “Robin Hood” (pocas veces una letra que relata un suicidio alcanza tales cotas de delicadeza) suenan robustas, adecentando un sonido que en ocasiones, en su versión de estudio, carece de la fuerza que luego adquiere en directo, dando la cara y bañándose en el charco de la comunión con los fans e incluso los que sólo se acercan a comprobar in situ si esta gente es tan buena como algunos creen. A fe que lo es, y puede que mucho más.

Obviamente, un grupo de sus características jamás puede renunciar a darle a esa otra parte de la audiencia lo que reclama, el momento en que alzan sus móviles y pulsan el botón de grabación para guardar en pequeño formato los tres o cuatro minutos que un día les emocionaron y aún lo siguen haciendo, ahora a grito tendido y rodeado de fieles como ellos. Por ejemplo, un número uno de las radiofórmulas como “El universo sobre mí”, de lo más rescatable del canto del cisne que supuso en su trayectoria aquel insulso “Pájaros en la cabeza”; o la melancolía envuelta en efluvios etílicos de “Moriría por vos”, con referencias a algunos de sus dioses musicales incluida. ¿Y a quién no le trae agridulces recuerdos escuchar la melodía de “Días de verano”, sobre todo si te la canta tan cerca una garganta tan privilegiada? Y eso que un reciente catarro veraniego hizo mella en algunos tramos vocales y doña Eva sonó algo más forzada que de costumbre. Nada que no pueda remediar una buena receta basada en la profesionalidad y el talento.

Cuando llegó a nuestras manos el primer disco de Amaral, allá por 1998, ya le hacíamos un hueco a aquellas preciosas y cuidadas estrofas, entre las que “Tardes” nos transmitía una especial emoción. Ahora es recreada por la voz de Juan, que comienza a prodigarse mínimamente como vocalista, mano a mano en las guitarras con Jaime García Soriano, un excelente acompañante que ya sabe lo que es tocar ante grandes audiencias (no en vano formó parte de Sexy Sadie, banda mallorquina que se recorrió un buen número de festivales y que se atrevió a girar de nuevo hace apenas dos años sin que sus canciones se resintieran lo más mínimo), en uno de los escasos momentos íntimos de un espectáculo sin apenas tregua, si salvamos el momento del autohomenaje (a ellos mismos y al enorme Antonio Vega, que enriqueció con su voz una espeluznante versión de “Cómo hablar”), “Sin ti no soy nada”, ya en los bises, y la postrera entrega a los vientos acústicos de “Cuando suba la marea”, un cierre perfecto aunque vertiginoso después de haber subido al máximo los amplificadores en pos de una “Revolución” pacífica pero sentida, arrastrada por unos héroes nativos del universo de David Bowie con los que se mezcla y resuelve en una espiral glam-rock de la que salen indemnes y reforzados, con el bajo del británico Chris Taylor y la batería de Toni Toledo bombeando gasolina a una maquinaria imparable que pasa a la quinta marcha sin despeinarse, como un verdadero “Kamikaze” que sabe dirigir su objetivo en la dirección correcta.

Se nota que Amaral, a estas alturas, no renuncian a casi nada, incluso a someter a sus canciones menos escuchadas al test de aptitud que da el paso del tiempo, porque “No sé qué hacer con mi vida”, por ejemplo, es la prueba evidente de que por falta de atrevimiento no será que algunos creen que no eran un nombre apropiado para un festival como el que nos ocupa. El camino, como tantas otras cosas, se demuestra andando, y los que estaban bajo los focos ya poco o nada tienen que demostrar, salvo que siguen siendo los grandes incomprendidos del rock español. Y a mucha honra.

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