Chuck Prophet – The Land That Time Forgot (Yep Roc)

Lo que podría definirse como rock de libro es algo que agoniza cual dinosaurio ante era glacial, de eso no hay duda. Es una forma de ver las cosas que cuando los que aún captamos algo de su onda expansiva en los ochenta y noventa del siglo pasado desaparezcamos, dudo mucho que permanezca como algo más allá de la pieza de museo o como mucho, un acervo cultural de minorías parejo a lo que hoy es el jazz, aunque este últimamente sí que experimenta cierta reactivación y vigencia.

De momento, no obstante, siempre quedan determinados artistas que se empeñan en reivindicar la sustancia de aquella música que reinó indiscutiblemente durante décadas y a la cual ellos hoy pretenden salvar de su irremediable extinción con honestos y en ocasiones brillantes, aunque estériles en su intento, cañonazos de guitarras, melodías y actitud, que son escuchados atentamente siempre por el mismo público. Es el caso de grandes popes del invento como Springsteen o sobre todo Dylan, que este año entregan obras perfectamente integrables entre lo mejor de sus legendarias discografías, pero ellos son dioses en el olimpo y yo en estas lides prefiero quedarme con los pies en el suelo, con músicos más de andar por casa, colegas que podrían guiñarte el ojo desde el escenario de una sala de mediano aforo y que entregan discos repletos de sinceridad y entusiasmo

Es el caso de Chuck Prophet, que lleva ya catorce álbumes siendo “el que menos componía de Green on Red”, la banda a la que perteneció durante los ochenta y de la que Dan Stuart y Chris Cacavas eran más dueños que él. Sin embargo, cada uno de esos 14 pasos que ha dado para labrarse su propia trayectoria ha sido un dechado de virtudes, lo cual le ha valido el enamoramiento de un público no muy numeroso, sí, pero que le saluda como un verdadero héroe del rock’n’roll. Uno de los nuestros.

No es de extrañar, a vista de discos como este The Land That Time Forgot, titulado así por una vieja novela de Edgar Rice Burroughs, que viene a rizar el rizo de una obra ya de por sí impecable. No en vano comienza con un pildorazo de pop guitarrero, heredero directo de Phil Spector, The Byrds y The Beach Boys, llamado “Best shirt on”, una de esas canciones que inmediatamente se ganan al oyente y le introducen en una obra que no tiene necesidad de acudir a la inmediatez de nuevo para resultar atractiva. Todo lo contrario: hedonismo y paisaje crepuscular se presentan a partes iguales en todos sus surcos, creando un agridulce equilibrio perfecto que alberga poesía a la vez que diversión. Las preciosas “High as Johnny Thunders”, “Paying my respects to the train”, “Meet me at the roundabout” o “Waving goodbye” representan ese panorama de sol que se pone, por contraposición a “Marathon”, “Fast kid” o “Womankind”, que aportan contrapunto con su brío y sobre todo, esa final “Get off the stage”, que pone magistral guinda a una soberbia colección, con una ácida caricatura del payaso Trump, que cuenta además con un vídeo de lo más ilustrativo.

Es un disco que, como debe ser, se degusta fácil, pero permanece. Un disco que de una forma tradicional, sin salirse del renglón del famoso “rock de libro”, es capaz de hablar de muchas cosas que le importan tanto al autor como a su audiencia. Eso es vigencia, al menos así lo entiendo yo. Eso es la bombona de oxígeno que mantiene vivo a un género que más que necesitar que lo reanimen, lo que necesita es que le acepten como un ejemplo más, uno tradicional, de transmisión de cultura popular. Una forma de contar historias, si lo quieren, que debe permanecer para que podamos seguir disfrutando de obras tan brillantes como esta.

Escucha Chuck Prophet – The Land That Time Forgot

 

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