Cuéntame una canción: «Stayin’ alive» de The Bee Gees

No falla. Es contemplar esas vistosas botas rojas de tacón cubano pateando el pavimento de las calles de Nueva York al ritmo del poderoso groove que impone el endiablado riff que un bajo y una guitarra tocan al unísono sobre un ritmo machacón y uno se ve transportado como por arte de magia a otro tiempo y otro lugar. Un tiempo de solapones, peinados imposibles, crucifijos al pecho (lobo), tardes viendo “Aplauso” en la tele y baile, mucho baile, que marcaba la dictadura amable de una música disco que esta película de 1977 terminó de imponer.

La responsabilidad de ese inmediato viaje en el tiempo la tiene, obviamente, el poderío de las imágenes logradas para el inicio de Saturday Night Fever por su director, John Badham, del sensual movimiento del que inmediatamente se coronaría como nuevo “chico de oro” de Hollywood, un icono bello y perfecto llamado John Travolta. Pero por encima de todo, estaba la música. La película trazaba una historia de tintes sociales, pero todo era una excusa para hacerse eco de lo que empezaba a ser uno de los mayores fenómenos pop que el mundo ha conocido. Y esa canción que sonaba dando ritmo a los pasos de Tony Manero, el personaje que interpretaba Travolta, concentraba en gran medida el secreto de todo este descomunal éxito.

Y como sucede en casi todos los fenómenos pop, fueron los negros los que llegaron primero, pero entonces llegaron los blancos y decidieron que debían “palidecer” todo aquello para que su inocente y pulcro público pudiera disfrutar de un poco de baile sin necesidad de mezclarse con escoria. Fueron, por tanto, unos blancos -y para más ende, británicos – los que se encargaron de escribir el himno que realmente reivindicaría para sí todo el significado de una cultura de masas inventada originalmente por los negros y gran parte de los millones de dólares que generó. Todo un fenómeno enfrascado en cuatro minutos que además, hizo que se olvidara casi por completo la trayectoria anterior de una banda formada por tres hermanos: Barry -el mayor- y los mellizos Maurice y Robin, de apellido Gibb, que como agrupación respondían al nombre de The Bee Gees y que llevaban por aquél entonces la friolera de 20 años dando el cante.

Bee Gees Stayin' alive 1979

Resumiendo: durante todo ese tiempo habían transitado desde sus primeros pasos en Manchester, haciendo sus pinitos como niños prodigio,  a su crecimiento artístico en Australia, su regreso a Inglaterra para zambullirse en el pop barroco y la psicodelia -y publicar maravillas como el doble Odessa (1969), ya de paso- y finalmente alcanzar el inicio de su éxito americano en los primeros años setenta, con la correspondiente mudanza a la tierra prometida para convertirla en un centro de operaciones que les iría viendo cambiar desde unos planteamientos eminentemente melódicos a una asimilación de lo que los músicos negros estaban haciendo con la música de baile en sitios como Philadelphia, y que sería el germen de la disco music.

Y en esas estaban cuando recibieron la llamada de su manager, Robert Stigwood, un avispado australiano que también estaba haciendo fortuna en América y que se disponía a producir una película basada en todo el fenómeno que estaba ocurriendo en torno a esta nueva música de baile en la ciudad de Nueva York, basándose en un artículo que el periodista inglés Nik Cohn publicó en el New York Times y que se titulaba “Ritos tribales del sábado noche”. Seguramente por aquello que decíamos de convertir lo negro en blanco, Stigwood necesitaba que sus chicos le proporcionaran una canción para servir de buque insignia a su película, que ya se encontraba en fase de post producción. Les dijo que la película se titularía Saturday Night Fever y que por tanto en la canción debía sonar eso de saturday night como un mantra.

Los muchachos, obedientes y profesionales, hicieron ver que se ponían manos a la obra, pero había trampa: llevaban algún tiempo en el famoso Château d’Hérouville, en Francia, trabajando en las canciones de lo que iba a ser la continuación de su exitosísimo disco Children Of The World (1976), así que tenían material de sobra, pero eso sí, aunque intentaron hacerlo, no pudieron componer ese “saturday night” que su querido Rob les pedía (entre otras cosas, porque el título sonaba demasiado al entonces reciente éxito de los horterillas Bay City Rollers), así que tiraron mano de otro tema y le dijeron “lo tomas o lo dejas”.

El tema se llamaba «Stayin’ alive» y, como su nombre indica, trata sobre la supervivencia en las calles, algo bastante acorde con el trasfondo social que iba a llevar aparejado al baile aquella “peliculita” cuya temática, tal como se la explicaron, más tarde reconocerían que les pareció una auténtica chorrada. Robert Stigwood tuvo que aceptar lo que le ofrecían, que como pasa tantas veces, era mucho, pero mucho mejor que la idea inicial.

La canción comenzó a pensarse y maquetarse en Francia, pero fue grabada realmente en los Criteria Studios de Miami, estudio habitual de los tres hermanos, que basaron todo en ese riff endiablado y lleno de groove que imponía el bajo tocado por el multiinstrumentista Maurice, seguido de muy cerca de las guitarras de Barry y Alan Kendall. Lamentablemente, el baterista Dennis Bryon no pudo estar en la grabación a causa del fallecimiento de su madre y por eso la banda usó un loop hecho a base de un corta-pega de dos fragmentos de la línea de batería usada para otra canción del lote destinado a la banda sonora, «Night fever». Es por eso que el ritmo es tan constante y machacón. De hecho, esto no se supo hasta después, dado que en plan broma, los Bee decidieron poner a un tal Bernard Lupe -una ocurrencia-homenaje al legendario Bernard Purdie- como responsable del instrumento en la grabación, lo cual, debido a su éxito, provocó un auténtico aluvión de búsquedas infructuosas del mismo para sesiones de grabación con otros artistas.

Pero el principal secreto, la guinda del pastel, lo que realmente se llevó el gato al agua (y ya paro de topicazos) fue el único instrumento natural e intransferible que sólo estos tres hermanos poseían: el falsetto. Un agudo de una intensidad casi infinita que ellos, curiosamente, tras tanto tiempo juntos, sólo habían descubierto un par de años antes, con la canción «Jive talkin'», que fue la que relanzó su carrera. Pero no fue hasta «Stayin’ alive» cuando la cosa realmente explotó. Claro, qué podía ser más sexy que ver a un hombre tan cómodo con su masculinidad como para cantar como si fuera un miembro de Alvin y Las Ardillas. Por supuesto, era abrir la boca Barry con aquella melena perfecta, su característica barba, su perfecto bronceado, sus partes bien colocadas en aquellos jeans ajustadísimos, sus cadenitas al cuello… y desmayarse todo bicho viviente que tuviera alrededor, tanto mujeres como más de un hombre. El éxito rotundo estaba servido.

 

La película se estrenó y empezó a recaudar dólares como si no hubiera mañana, de hecho, recaudó más de 350 millones. La banda sonora no fue a la zaga y acabaría convirtiéndose en el disco más vendido de la historia -sólo superado cuando Michael Jackson decidió decir “hola” con su Thriller- y en todo un fenómeno cultural, tal como antes apuntábamos. No obstante, el primer single extraído del disco no sería la canción que nos ocupa, sino “How deep is your love”, una balada derrite corazones muy apta para el baile agarrado que llegaría al número uno, pero la aclamación popular hizo que esa canción que sonaba dando ritmo a las botas de Manero al principio de la peli fuera también lanzada. Así, en febrero de 1978 llegaba «Stayin’ alive» al número uno de forma fulminante y sólo sería barrida de lo más alto -otra curiosidad- por el sencillo «(Love is) Thicker than water», a cargo del más pequeño de los Gibb, Andy, que con sus 18 años emulaba de forma más que portentosa a sus hermanos. Eso sí, la canción estaba co-escrita y producida por Barry, así que todo quedaba en casa.

Bee Gees Stayin' alive portada

¿Qué decir de la dimensión de «Stayin’ alive»? ¿De su impacto cultural, su tremendo alcance en la memoria popular? Es que es difícil, le guste o no a uno la imagen de la banda que la interpreta, le importe a uno o no la música disco, dejar de mover los pies cuando ese ritmo implacable empieza. Probablemente sea la canción más identificada con la acción de bailar de la historia de la música popular a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Pocos ejemplos se me ocurren más capaces de hacer saltar a la pista a todo el mundo que este triunfo, reconozcámoslo, de los hermanos Gibb. Tanto es así, que ellos mismos han acabado siendo fagocitados por ese éxito.

En muchas ocasiones han intentado desembarazarse del sambenito “banda de música disco”, porque entre otras cosas tienen razón, ellos son mucho más, pero ha sido en vano. Es el precio que hay que pagar por apropiarse de un estilo que en principio no les era propio. Bien es cierto que ellos aportaron un componente melódico que nadie mejor que ellos podía introducir ahí y esa fue la chispa que hizo explotar la bomba, pero se metieron de lleno en ese terreno y nunca más podrían salir de él. Así, tras un disco de enorme éxito como Spirits Having Flown (1979), que capitalizó la onda expansiva de la fiebre del sábado noche, el público, de alguna forma, se cansó de ellos. No supieron evolucionar con la nueva ola o simplemente, les identificaban con una moda pasada. Nunca levantaron cabeza del todo, aunque ciertos éxitos iban llegando, hasta que la muerte de los mellizos (Maurice 2003 y Robin en 2012) hizo imposible un regreso, que por otro lado casi nadie les pedía.

Barry es el último en pie, por tanto, viviendo en su mansión de Miami y recordando nostálgico a sus hermanos y cómo un día se sentaron los tres, casi literalmente, en la cima del mundo. Hubo un momento en que llegó a tener tres temas de su entera autoría al mismo tiempo en el top 5 de Estados Unidos, cantados por distintos artistas. Era el rey midas, el mago que todo lo convertía en éxito, el hombre más deseado, y ahora todo eso se ha convertido en polvo. Sin embargo, él conserva sus pies en el suelo, sereno y satisfecho porque, para bien o para mal, nadie le quita el poder alcanzado por canciones como ésta, inscritas a fuego en la memoria de la gente a un nivel que sólo igualan los más grandes (todos sabéis sus nombres) y de las cuales, por supuesto, resplandece con luz propia un «Stayin’ alive» que hoy día hasta se usa en medicina para enseñar el ritmo perfecto (103-104 bpm) a seguir en las reanimaciones cardio-pulmonares. Que le quiten lo bailao. Y nunca mejor dicho.

 

Nota final: cuando hago algún especial para “Cuéntame una canción”, me gusta destacar alguna de las versiones que se hayan hecho de esta canción. En este caso, como podrá el lector imaginar, son incontables y entre ellas hay algunas inverosímiles como la de Ozzy Osbourne, pero yo me quedo, sin embargo, con la de unos australianos, Tropical Fuck Storm, la banda nacida de las cenizas de los geniales Drones, que más o menos el año pasado hicieron una brillante reinterpretación del tema, ensuciándolo, sin hacerle perder por supuesto su poder bailable, pero dándole un aire rock más que interesante que hace que sea mi elegida. No se la pierdan:

 

2 comentarios en «Cuéntame una canción: «Stayin’ alive» de The Bee Gees»

  • el 28 diciembre, 2020 a las 5:34 pm
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    Me sigue pareciendo increíble que a día de hoy se siga diciendo que los Bee Gees son música disco que salvo quizás la canción Night Fever nunca hicieron un tema estricto para las discotecas.
    Díez años antes de Fever en el 68 hicieron Idea y 10 años después One….así que de grupo disco nada de nada y el que quiera saber más pues hay cientos de canciones NO disco de ellos para saborearlas

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