Doce álbumes para doce maneras de entender el ambient

El ambient es uno de esos géneros musicales al que cuesta llegar a sus orígenes. Y cuesta tanto, precisamente, porque el entorno que acaba inspirándolo lleva siendo tan viejo como la propia humanidad. La reproducción de los sonidos de la naturaleza, el misticismo de lo sagrado o la representación del mas allá, sea este un elemento de lo astral o de lo mental, son suficientes vínculos con la propia identidad humana como para que no exista una fecha concreta.

Algunos autores identifican en cierta música clásica del periodo romántico o de principios del siglo XX los primeros intentos conscientes de reproducir esas texturas y dibujar los paisajes que en el imaginario colectivo actual llevan a otra dimensión, a una experimentación del individuo, producto de la extenuante carrera evolutiva que el género sufrió desde los años 70.

Aquellos primeros autores experimentales, más cercanos a la ars sonora o al drone, propiciaron la parte práctica para que otros nombres enraizados en aquella electrónica original y primitiva comenzasen a explorar las posibilidades de una música casi siempre instrumental con la que enlazar lo atávico del ser humano con su entorno, de su identidad con la naturaleza y el espacio.

Así nacieron los primeros experimentos de la new age y de la música cósmica, la que adelantaban un siguiente paso para la humanidad, pero también aquellos que identificaron espacios mucho menos espirituales con la necesidad de pausar el ritmo de la vida. En aquellos años 70, Brian Eno pondría nombre al género y, de paso, reivindicara su paternidad en lo que sería una injusticia que infravaloraba a aquellos autores que habían formado el ambient sin saberlo años antes.

La década de los 90 otorgó una segunda juventud al género, introduciéndose (e introduciéndolo) de lleno en la cultura de la música de baile, propiciando subgéneros vinculados con la electrónica más lúdica que se sirvió del ambient para equilibrar el frenetismo que destilaban los acelerados beats. De ahí nacieron muchas de las percepciones de lo que hoy se entiende popularmente por ambient, pero que, en el fondo, no dejaba de ser la evolución de algo que nunca había parado. Hoy os propongo un viaje por doce álbumes que identifican otras tantas formas de entender el género y su historia y de cómo con sus aportaciones construyeron los diferentes ángulos de este género.

Doce álbumes para doce maneras de entender el ambient

Phaedra, de Tangerine Dream (1974)

Si alguien puede demostrar la certeza de una teoría que afirma que el ambient moderno procedería de la experimentación electrónica llevada a cabo por los alemanes en los años setenta, esos serían Tangerine Dream. Puente entre los progresos de la incipiente new age británica y griega y su prima -la kosmische muzik germana- y el techno primario de formaciones como Kraftwerk, el grupo creado alrededor de Edgar Froese se colocó rápidamente a la cabeza de las primeras trazas del ambient electrónico. Si bien en aquella época no se había definido como tal, sus elementos giraban alrededor del futuro género. Phaedra aparece tras cuatro álbumes, y es el primero que asienta las bases de la marca Tangerine Dream: un sonido de marcado carácter espacial, producido por Moogs y demás sintetizadores, loops y paisajes eternos que les otorgaba una plaza preferente en el desarrollo de la música electrónica.

 

Sowiesoso, de Cluster (1976)

Muchas de las bandas tradicionalmente englobadas en el krautrock más puro habían comenzado una deriva imparable a mediados de los 70 hacia la exclusividad electrónica, abandonando progresivamente la instrumentación tradicional y redirigiendo sus propuestas hacia el ambient. Cluster fue el ejemplo más claro de todas aquellas formaciones, tanto que su devoción casi obsesiva por los trabajos que empezaba a presentar Brian Eno acabó por integrar al británico en sus producciones. Sowiesoso es paradigmático de ambos elementos, ya que es el primer álbum de los alemanes que ralentiza su sonido y prácticamente lo sintetiza, y, al mismo tiempo, alimenta la futura colaboración con Eno en su proyecto paralelo Harmonia, asentando así los pilares fundacionales del género desde su transición más puramente krautrock.

 

Ambient 1: Music for Airports, de Brian Eno (1978)

De vital importancia por acuñar el término, pero, por encima de todo, por ser la primera vez -dicen- que se hacía un álbum de ambient pensando hacer un álbum de ambient, Music for Airports dignificaba y casi academizaba la Muzak tan defenestrada. Brian Eno, que ya venía coqueteando con la posibilidad de ahondar en ritmos más pausados y texturizar paisajes sonoros, propuso un disco en el que el oyente, prácticamente, no tuviera más que hacer que escuchar, siguiendo los principios básicos del easy listening que también integrarían el lounge y demás herederos. Un punto fundamental de este álbum, además de su objetivo, radica en la capacidad de combinar una instrumentación más tradicional (sobre todo de ese piano tan necesario para construir la conexión con Satie) con los principios de insinuación lírica y coral y con la construcción de pasajes que bebían del drone.

 

Dreamtime Return, de Steve Roach (1988)

Quizá el más representativo dentro de lo que fue el desierto del ambient en los primeros y mediados 80 (no lo fue, pero, comparativamente hablando con la novedad de los 70 y explosión de los 90, algo desérticos fueron), este álbum del prolífico estadounidense destaca por su hipnotismo y por su perfecta conjugación de lo tradicional de la música aborigen australiana y la electrónica. Resalta, por supuesto, la incorporación de elementos étnicos, algo que sería más frecuente en la década posterior con la incorporación de reminiscencias nativas norteamericanas o celtas, pero, sobre todo, un excepcional resultado que roza por momentos lo progresivo, lo espiritual, el trance y lo épico en un entorno de sacralidad máxima.

 

The Orb’s Adventures Beyond The Ultraworld, de The Orb (1991)

Para muchos el primer disco de ambient de la nueva era, sí que es cierto que el álbum de debut de los británicos posicionó al ambient como género integrado en la electrónica de los 90. No había pasado mucho desde que se estrenó la década cuando “Little Fluffy Clouds”, quizá el single más conocido de la formación, pasó de las cubetas de sencillos a casi no bajar del pedestal de lo “seminal”. Los elementos de la experimentación de Steve Reich que incluía ya aventuraban que el álbum demostraría que la música experimental, los efectos sonoros y la expresión psicodélica podían juntarse con la electrónica de baile (o de club) para crear los paisajes por los que, desde ese momento, caminarían quienes incorporasen el ambient a sus creaciones, dando a luz, de paso, a subgéneros como el ambient house o el ambient dub. Pieza imprescindible.

 

Selected Ambient Works 85-92, de Aphex Twin (1992)

Si alguien puede desmontar la tesis de que el ambient entró en los 90 en la era de la electrónica de baile, ese puede ser, parcialmente, Aphex Twin. Su álbum de debut recopilaba varios trabajos que había grabado desde 1985, una edad muy precoz (con 13 años), y en los que daba una forma casi profética a un incipiente ambient techno construido con precarios sintetizadores y máquinas emisoras de sonidos. Los cortes del álbum oscilaban entre piezas básicas que dibujaban paisajes y otras con elementos más electrónicos (y hasta algunos impregnados por el acid house) que daban la bienvenida a la nueva década. Su visión adelantada a los tiempos pudo estar inspirada en la certeza de que la combinación de la ingeniería, la electrónica y la música irían de la mano: tampoco iba tan desencaminado.

 

76:14, de Global Communications (1994)

La demostración de que el ambient podía vivir también sin beats en los años 90 vino de la mano de uno de los álbumes más esenciales del género en su vertiente más pura. Prácticamente un compendio de atmósferas centradas en su evolución orgánica, 76:14, lo que dura el álbum, proponía una escucha sin filtros en la que cada oyente era plenamente libre de interpretar esos pasajes, ya que la intención del dúo británico era esa: nadie debe estar mediatizado en su experiencia sensorial frente a una propuesta como esta. Algunos pasajes aludían a la tranquilidad, al desarrollo, al interior, mientras que otros indicaban miedos y sombras. O bueno, esa era mi experiencia: hagan caso a sus creadores y dejen de leer aquí, enchufen el audio y saquen sus propias conclusiones.

 

Free-D (Original Soundtrack), de The Ecstasy Of Saint Theresa (1994)

Quizá esta sea la recomendación más exótica de estas propuestas. Abreviando oficialmente su nombre a EOST, esta formación proveniente de la República Checa se había hecho un hueco en la escena de Europa del Este a base de distorsión shoegaze y ruidismo indie. En el año del ambient como parte del conglomerado de la electrónica, ellos también se contagiaron y, casi como un epitafio de su anterior etapa y formación, su primera formación finalizó con este tremendo álbum, un disco producido por Guy Fixsen, de Laika (qué mejor nombre para ilustrar la transición que sufrieron los checos) que recopilaba todas las posibilidades que el género podía ofrecer (incluidos el ya arquetípico gallo, voces angelicales, beats, episodios drone e, incluso, algo de Kosmische y claros indicios de ambient pop).

 

Lifeforms, de The Future Sound Of London (1994)

Espoleados por la explosión del acid house y por la masiva aceptación de sus sencillos relacionados Stakker Humanoid y Papua New Guinea, FSOL comenzaron a forjarse su leyenda como uno de los máximos representantes (y más experimentales) del ambient techno de los 90. En esa progresión tuvo mucho que ver la decisión de abrir la electronica y el breakbeat más bailable a la capacidad regeneradora del ambient sin abandonar la relevancia de la percusión y los beats. Lifeforms es un concepto que atrapa en un mundo orgánico, en constante movimiento y vida que lleva a soñar con paisajes oníricos y algo paranoides, además de ahondar en el autoconocimiento. Su portada ya advierte que puedes alterar tu conciencia si te dejas llevar. Lo mejor de todo era que, quien quisiera ampliar alguno de los caminos, tenía la posibilidad de hacerlo en los diversos EP que, como Cascade, surgieron para que tu introspección nunca acabase.

 

Cathedral Oceans, de John Foxx (1997)

El primer vocalista de Ultravox, cuando aquello bebía del punk y era Ultravox!, había empezado a coquetear con la experimentación electrónica cuando abandonó aquella formación, pero lo hizo de una manera algo más introspectiva que la que siguieron sus antiguos compañeros. Fruto de ese ansia vital, en 1983 Foxx empezó a tratar con el ambient y comenzó a explorar sonidos orgánicos y etéreos. A pesar de que en 1985 publicaría el bastante new wave In Mysterious Ways, el británico nunca abandonó esos universos, y en 1987 comenzó a compartir sus registros ambient en entornos muy apropiados, como iglesias o jardines por Italia y Reino Unido. Todas aquellas referencias introspectivas nos llevan a ecos de misticismo, casi de revelación, en una pieza realmente excepcional con un barniz de viaje iniciático. Estos experimentos vieron la luz (discográficamente hablando) en 1997 bajo el título de Cathedral Oceans, un primer episodio que tuvo dos secuelas más y que forman una trilogía más que recomendable.

 

Pop, de GAS (2000)

Denso, repetitivo u oscuro son adjetivos que pueden calificar este álbum de Wolfgang Voigt, adjetivos, por otro lado, que son auténticos halagos cuando hablamos de ambient. Las atmósferas que se recogen en Pop nos marcan claramente la visión de un disco que evoluciona desde lo asfixiante de un espacio algo claustrofóbico al sentimiento de constante presión que transfiere esa continuidad tan drone que reitera su presencia en esta misteriosa suite de grabaciones. Uno de los puntos fuertes de este disco, teóricamente hablando, es la capacidad del alemán para aglutinar varios mundos de la electrónica, sobre todo de aquel IDM alemán que llegó a abanderar bajo otro alias y que integró de manera sublime en esta referencia.

 

And Their Refinement of the Decline, de Stars Of The Lid (2007)

Brumosa propuesta de los estadounidenses para mantener, ya en pleno siglo XXI, un enfoque algo más clasicista del ambient. Reconducido desde una instrumentación en la que primaba lo sostenido de vientos y cuerdas sobre una percusión casi testimonial, pero a veces igual de tensa, este álbum ofrece un notable recorrido por unos paisajes más académicos, sin grandes sorpresas, pero con el atrevimiento de devolver el género a uno de sus pretendidos orígenes clásicos, sobreviviendo así al influjo de varias décadas de transformación y remitiéndolo a ese pasado para cerrar el círculo.

2 comentarios en «Doce álbumes para doce maneras de entender el ambient»

  • el 10 febrero, 2022 a las 11:13 am
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    Muy buena lista. Otro par de artistas interesantes son Spyra y Biosphere (su «Substrata» es una joya). Aún recuerdo el post del antiguo foro mzk sobre musica ambient. Grandes descubrimientos.

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