Download Festival Madrid 2018 (Caja Mágica)

Un sol de justicia recibía a la nueva edición de Download Festival en Madrid, lo cual no fue impedimento para que desde prontas horas de las tarde nos congregáramos a disfrutar del primer reclamo notable del festival: Backyard Babies.

De poco importó que los suecos se encontraran celebrando los veinte años de vida de Total 13 (98), a todas luces su gran obra discográfica, intensa y adrenalínica, sin fisuras ni concesiones, lo contrario a una carrera que, poco a poco, fue haciendo aguas en aras de un barniz soft que les hizo perder parte de carácter y de singularidad. Y es que de él sólo sonó “Made me madman” abriendo el show, gozando de buena actitud, pero de un sonido un tanto apelmazado. El predominio de coros y de ese espíritu melódico impersonal, lacio, carente de filo y peligro, me supuso una decepción con respecto a anteriores encuentros frente a la banda, apreciando, impotente, un potencial no explotado. Aun así, los seguidores más bisoños, más familiarizados con su rumbo posterior, lo disfrutaron considerablemente.

Mi siguiente cita con cruce de cables incluido era encontrarme de nuevo frente a Marilyn Manson. Añadiré como dato, no por dármelas de abuelo cebolleta que cuenta batallitas, sino como niño –triste o afortunadamente- incombustiblemente eterno, que recuerdo impresionado cómo en mi más tierna juventud me ofrecían veteranos rockeros un pastizal por mi entrada a las puertas de la gira pre-lanzamiento de Antichrist Superstar (96), una de las experiencias más extremas en lo musical que viví.

Y, claro, yo esta noche estaba viendo allí a Joaquín Reyes haciendo una parodia con sus celebrities. No me duele especialmente, más que nada porque sabía lo que me podía encontrar. La pena viene de apreciar el envejecimiento tan malo que están teniendo nuestros héroes y bandas de los 90’s, hechas para haber detonado todas en su momento (como muchas hicieron, llevando esto a sus últimas consecuencias vitales en algunos casos), mientras que bandas de décadas pasadas, más talluditas, mostraron en las siguientes jornadas un estado formidable (sirvan como ya comentaré Guns n’ Roses y Judas Priest como ejemplos más notables).

Pues ahí estaba el Reverendo Manson, acompañado de una pandilla impersonal de mercenarios con carisma cero, mientras que esta banda se había forjado a través de una conjunción acojonante de músicos; entre ellos, sin duda, el fallecido guitarrista Daisy Berkowitz o el delirante Madonna Wayne Gacy. Así que, pese a conservar en parte su portentoso poderío vocal, el escénico estaba a la altura del hedor que nos acompañó en las jornadas del festival, proveniente de la depuradora de aguas residuales La China, cercana al recinto. El contraste entre las fechorías y las provocaciones de antaño con los movimientos y las concesiones con el público más joven vistas sobre las tablas, acercaban el sainete al mejor esperpento de Valle-Inclán.

La piedad de mi memoria y la vulnerabilidad de mi ventrículo me permitió, pese a ello, disfrutar de los grandes temas pertenecientes a su obra más indiscutible (Antichrist Superstar), sobre todo un arranque devastador con “Irresponsable hate anthem” y “Angel with scabbed wings”; también otros como una de sus últimas grandes canciones, “Deep six”, o la intensa interpretación de su conocida versión del “Sweet dreams” de Eurythmics. Y permanezcan tranquilos, a partir de este arranque de festival, las cosas fueron mejorando ostensiblemente.

Cambio de escenario a toda velocidad para acudir a una de las citas ineludibles del día: el blackgaze denso y lírico de Myrkur. Antes, por el camino, leve parada para apreciar el sonido musculado y efectivo de Rise against a través de un hardcore melódico que vendría a ser el paralelismo sonoro de The Gaslight Anthem en la escena hearthland rock.

Belleza, agonía y oscuridad se entrelazaron concentradas a través de la voz élfica de Amalie Brunn. La danesa nos envolvió en una atmósfera mágica a la par que exigente para los no iniciados, construyendo un muro transparente de guitarras y de batería al servicio de una presencia etérea que lo mismo evocaba a Cocteau twins que a Lisa Gerrard o This Mortal Coil.

Avenged Sevenfold es una conjunción de palabras que me cuesta decodificarlas como algo que pueda asemejarse en lo más mínimo al concepto música en cualquiera de sus acepciones. Un siniestro producto para adolescentes destinado a pervertir el significado de la palabra “metal” y todas sus connotaciones, ya sean clásicas o ya sean las del compacto elenco de tótems noventeros como Korn, Deftones, Fear Factory, Prong o Helmet por poner algunos ejemplos. El horror, el horror (con gorra de cuadros), que diría el Coronel Kurtz.

Tampoco es que sea demasiado fan de la escena hardcore melódica heredera del sello Epitaph. No lo fui cuando iba en monopatín hace veinte años, y tampoco ahora, pero me asomé a disfrutar de los himnos de una época lanzados desde el escenario 3 por Pennywise, eso sí, lo suficientemente lejos como para estar atento del momento que justificaba en sí mismo mi estancia en la Caja Mágica: asistir a un nuevo directo tantos años después de A Perfect Circle.

No entraré a valorar lo que me parece que programen a la banda una hora, y mucho menos que, por cuatro gotas que cayeron, o lo que demonios fuera, unos problemas de sonido demoraran el show quince minutos tras un arranque prácticamente mudo de la letanía industriosa “Count bodies like sheep to the rhythm of the war drums”, y que ello supusiera un recorte de tres temas de su ya de por sí corto show. Y no lo hago simple y llanamente porque en estos tiempos la cárcel por escribir según qué opiniones se compra muy barata.

El caso es que prefiero hablar de lo que significa contar de nuevo con A Perfect Circle entre nosotros, y más concretamente, con la reencarnación que supone su nuevo trabajo en este año, Eat the Elephant. Su concepto, su plasmación y su existencia en sí misma se me antojan un reclamo metafísico; un acto de rebelión introspectiva trnasformado en un artefacto sonoro que suponga un testimonio perdurable en la historia universal a través del cual explicar la extinción del ser humano, entendido como ser pensante, doliente y emocional, algo que ya ha comenzado y que el propio homo sapiens no entiende, capta o asume, pero que, día a día, es algo apreciable desde lo más trascendental a lo más nimio o cotidiano actitudinal y conductualmente. Una reliquia tangible que explique a las futuras especies lo que fue una manera de razonar, emocionarse y, en definitiva, vivir. Gracias por el homenaje, gracias por dibujar el desvanecimiento humano de semejante manera, tan bella, palmaria y conmovedora.

Así no es de extrañar que quien les escribe rompiera a llorar desconsoladamente mientras era interpretada “Disillusioned”, un alegato al desencanto cósmico con el mundo actual, con todo lo que pudo haber sido y ni tan siquiera resulta ya imaginado. Más que necesario, este oasis en mitad del desierto se convirtió en trascendental, en denuncia interior de la nadería existencial. Un espiritual momento en que los fans encontraron esa simbiosis audiencia/artista tan única como la que la banda de Billy Howerdel y Maynard James Keenan puedan hacernos soñar. Y todo ello coronado por un sonido celestial y una plasmación escénica y artística exquisita, deslumbrante e ininteligible para la masa. Una manifestación artística transversal, destinada a surcar las entrañas de toda aquella persona capaz de tender la mano al último asidero posible con lo esencialmente humano.

Musicalmente, porque también esto es música, todo un placer dejarnos llevar por el absorbente lirismo intrincado de “The hollow” o “Weak and powerless”, el reptante y amenazador desarrollo de “The doomed” o la rabia equilibrada y contenida de “The outsider”, culminando un show tan corto como las aspiraciones emocionales a las que aspira el sucedáneo antropológico contemporáneo en ciernes.

Seguidamente, radical cambio de mood para asistir a la gran conquista del día: la de la electrónica. Por mucho que la puesta en escena de Carpenter Brut apele a instrumentos orgánicos, a través del retrofuturismo synthwave, el género musical underground más interesante en eones, conquistaba Download Festival, mientras que las camisetas de Kreator se iban animando moviendo los pies más que la cabeza por una vez. Fabuloso despliegue audiovisual el brindado por Franck Hueso mientras que los sintetizadores y el marchamo deliciosamente petardo de Leather teeth (18) inundaba la madrugada madrileña con pepinazos inapelables a la altura de “Turbo killer”, “Inferno galore” o “Maniac”, la versión de Michael Sambello que ilustraba el film Flashdance. Un paso más para demandar el cetro del género retrowave. En octubre, más Carpenter Brut por estas latitudes.

Viernes

El viernes era un día en Download Festival con unos protagonistas indiscutibles: Guns n’ Roses. Su extenso show, de nuevo sorprendente y cargado de emociones como hace un año pude disfrutar en el Estadio Vicente Calderón, elevó el día al olimpo de las grandes vivencias musicales.

Pero antes de ello, muchas ganas por disfrutar en vivo la primera vez a Thrice, una de las bandas más en forma del panorama post-hardcore mundial. El reblandecimiento progresivo del combo, más palpable en su último trabajo hasta ahora, To be everywhere is to be nowhere (16) parece no haber sido recibido de buen grado por sus fans más straight-edge, una tónica habitual en este género (aquí tenemos el caso de Standstill, mucho más radical en planteamientos, pero que como ejemplo ayudará a ubicarse al lector). Yo, personalmente, es un disco que adoro y pese a no escuchar en vivo mi canción favorita, “Stay with me”, disfrute de otros trallazos a la altura de “Hurricane” o “Blood on the sand” y de clásicos pretéritos como “Silhouette” y sus intensos juegos de voces. Concierto intrincado y equilibrado entre su faceta más agresiva y su faceta más emocional.

Nulo interés en ver a Bullet for my Valentine, metalcore de manual muy en boga dentro del público más joven. Creo que si con más de veintitantos años te sigue gustando esto, tienes un problema, (aunque ignoro de qué tipo, afortunadamente). Aun así, es innegable que tienen su público y que no desentonarían como BSO de cualquier anime de tercera en Netflix.

Mucho mejor volver a asistir al directo inapelable de Clutch, un seguro de vida sobre las tablas. Su groove metal nos hizo mover el culo una vez más, sin florituras ni ambages; directos, apelando al primitivismo más disfrutable. Poco importa que no exista demasiada variedad en su propuesta escénica, uno siempre sabe que no defraudarán y que volverse loco con “Earth rocker” y bailarse “Electric worry” son cosas imposibles de omitir en cualquier festival, si bien yo ya tenía puesto pie y medio cerca de la babilonia excesiva Guns n’ Roses.

Es cierto que el factor sorpresa tras haber asistido a la reunión del núcleo duro de las banda angelina el pasado año en el Estadio Vicente Calderón me impide valorar en términos de excitabilidad y de predisposición emocional a generar una vivencia única, fundamentalmente porque habida cuenta de los cruces de cables de Axl y compañía años ha, poco podía hacer pensar que, tras un año largo, la reunión seguiría activa y con vida por delante, cosa que, dicho sea de paso, es una excelente noticia, pero sí es verdad que el hecho de dotar a la cita el año pasado de la clasificación mental de irrepetible lo convirtió en legendario. También ha pasado relativamente poco tiempo desde entonces pero, pese a estos factores, estuvimos ante un concierto de dimensiones gigantescas.

Sin pecar de reduccionista, sí que destacaré lo que a mi modo de ver más cambió. En cuanto a Axl Rose, le vi mejor en su tono físico y vocal, más enchufado y con ganas de transmitir cierto peligro. Por parte de Slash, quizás algo menos majestuoso en sus momentos protagonistas (no logré conmoverme tanto con “Estranged” como el pasado año con esos solos únicos de la que es una de las canciones más arrebatadoras escritas por una mano humana). Aun así, muy solvente y ágil. En cuanto a Duff Mckeagan, tan majo e indispensable como siempre. Es esa pieza que pudiera pasar desapercibida, pero que, sin duda, es la que hace que todo ensamble a la perfección.

Los momentos que más disfruté en lo personal fueron el rescate de la versión de “New Rose” con él rubio oxigenado bajista a la voz, lo afiladísima que sonó ese descarte de Appetite for destruction (17) que con motivo de su reedición exuberante ha ganado popularidad, “Shadow of your love” y, sobre todo, los temas más contundentes y nerviosos (maravillosas “You could be mine” y “Nightrain”). De nuevo, antes del apoteósico final con una magna “Paradise City” el respetable disfrutó y asistió a una demostración más de la que es una de las bandas más trascendentales y dotadas de la escena rock a nivel histórico, nunca mi adolescencia ha vuelto a resucitar glorias a una altura semejante, y esto hay que celebrarlo como se merece.

Tras los Guns, poco quedaba por hacer; uno podía fácilmente desaparecer en mitad de la noche como una sombra, pero opté por rendir homenaje a las virtudes ya reconocidas de Viva Belgrado. Los cordobeses hicieron gala de un intenso screamo, tan extremo en sus picos como bello en los pasajes que así lo demandan recordándome puntualmente a mis queridos japoneses Envy.

Sábado

El sábado se antojaba como una reivindicación de dos nombres legendarios del heavy metal: Ozzy Osborne y Judas Priest. No obstante, las apuestas no tan de primera fila fueron de nuevo las que buscamos disfrutar ya desde muy pronto.

Y la primera, por supuesto, Baroness. Inaudito programarlos a las seis y veinte de la tarde a pleno sol. Pero inaudito es todo en este mundo. Fin del debate. Tras el accidente del autobús de gira que casi acaba con sus vidas y la posterior plasmación de todo el proceso de recuperación en su fantástico Purple (15), la banda hace poco anunciaba la salida (amistosa) de su seno por parte del guitarrista Peter Adams. Afortunadamente, el torrente enérgico de la poderosa sustituta, Gian Gleason, aportó contundencia a la puesta en escena que fue, por otra parte, muy sólida y emocionante. En especial, la dupla que engarzó “Shock me” con “Chlorine & Wine”, otro de los momentos que me llevaré a la tumba de este Download, con el vello de punta y la humedad a punto de rebosar de mis ojos.

Acto seguido, tiempo para disfrutar de los hellacas. The Hellacopters se han ganado una merecida fama de grupo infalible en directo. Y de nuevo hicieron gala de ella. Con Dregen repitiendo a la guitarra tras el show de Backyard Babies el jueves, la banda liderada por Nick Royale repartió una lección de punk-hard rock elegante a la par que sudorosa, mientras el respetable disfrutaba exaltado, tanto de los trallazos primerizos como “(Gotta get some action) now!” como de temas más elaborados, destacando entre ellos una soberbia interpretación de “By the grace of god”.

Volbeat son una banda que ha recabado un éxito considerable con su mezcla de metal y rockabilly, arrastran una fiel legión de fans, aunque reconozco que no están hechos especialmente para mí. Me parecieron excesivamente monótonos y su fórmula funciona conmigo en pequeñas dosis (me resultaba casi placenteramente sádico comprobar como mi planning festivalero poco o nada tenía que ver con las historias de Instagram y entradas en Facebook que iba leyendo de las amistades integristas del metal que (des)conozco).

Tiempo de comprobar cómo se las gastaba el bueno de Rob Halford en escena. Y la verdad es que la actuación de Judas Priest fue sin duda la gran sorpresa del festival. Resultaron fieles a todos los patrones, pero sin perder el filo, la vigencia, el latido y los deliciosos tics de un género que es suyo. Lo ejecutaron con tal dosis de verdad que la parodia de otros desfondados de generaciones próximas o incluso posteriores palidecen ante el poder magno de “Painkiller” o “Breaking the law”, o el petardeo de cuero y pinchos que supone una barbaridad como “Turbo Lover”. Encima, su último disco, Firepower (18), parece tener la vigencia suficiente en 2018 como para sacar las vergüenzas a todas esa bandas de fantoches que son poco más que plástico duro pintado con rimmel.

Entrañable la salida al escenario del guitarrista Glen Tipton en los últimos lances del show, diagnosticado hace cuatro años de párkinson, pero que, aun así, dio lo mejor de sí mismo para rematar otro concierto descomunal en el marco del festival. Hasta Nick Royale acompañado de su pareja lo disfrutó en primeras filas.

Para mí, pese al indiscutible legado de Ozzy Osborne tanto en solitario como con Black Sabbath sobre todo, he de decir que no sentí lo mismo ante la actuación del madman. Sus mastodónticos shows tienden a hacérseme pesados, como ya me ocurrió en una edición de Azkena Rock hace años, poco importa que el portentoso Zack Wylde se encuentre fielmente acompañando a la guitarra. Pese a ello, espectáculo y temazos del líder de la banda creadora de metal más influyente de la historia, lo que no quita para ser una de las voces más irritantes también de la historia del rock. Lo mejor el rescate de “War Pigs” y de “Paranoid”, la cual llegué a escuchar tras haber disfrutado de otro must del día en su mitad: Madball.

 

El resurgir de la mítica banda de N.Y. Hardcore con su nuevo trabajo, For the cause (18), se antojaba una celebración de pogo infernal mientras que su líder, el carismático Freddy Madball no paraba de alentar al público con su torrente vocal acuchillante. Multitud de fieles y neófitos se acercaron a reivindicar a una banda noventera que, pese a contar con numerosos cambios en sus filas con respecto a los originales, disfrutaron, especialmente cuando desgranaron temas de su legendario debut Set it off (94), al nivel de otros popes de la época como Sick of it all, Suicidal tendencies o Biohazard.

Y de seguido, celebrar el movimiento riot grrrl con L7, incombustibles y llenas de proclamas anti-machos y anti-capitalismo. Quizás nunca hicieron tanta falta y su regreso desde hace unos años es toda una bendición. Con la ausencia de Demetra Plakas a la batería por rotura de su brazo, un amigo de la banda ocupaba el puesto. Reconozco que chirriaba un poco ver en el grumo eminentemente feminista a un tío con barbas tras la batería, pero supongo que hasta esto es un prejuicio más. El caso es que el show estuvo fenomenal, directo y sin fisuras, presentaron un par de temas nuevos, que tampoco decían demasiado en estudio y que, sobre las tablas, ganan enteros, como no podía ser de otra forma con una banda tan descomunal en vivo. Moló muchísimo volver a escuchar los temarrales de Smell the magic (91) o de Hungry for stink (94), así como el corrosivo “Shitlist” con el que cerraron una actuación que, posiblemente, demandaba otro entorno menos metálico y más…bueno, no sé qué más, no creo que exista uno adecuado actualmente. Puta vida.

Tras el show de las de L.A. quedó optar por el grindcore de unos resucitados Carcass con otro pie asistiendo al merecido éxito y proyección internacional de nuestros Angelus Apatrida, agradecidos, solventes y entregados.

Y entre bailes disfrutando de la sesión de Holy Cuervo Dj’s con clásicos de Rage against the Machine, Pantera o Wolfmother entre otros nos despedimos de un festival heterogéneo y necesario gracias a su rico abanico cromático entre las distintas sensibilidades del metal y del rock más extremos.

Fotos: Download Festival Madrid

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