Entrevistamos a Jaime Cristóbal (J’aime)

Uno de los grandes discos de pop de este año nos llega desde Pamplona. J’aime es el alias artístico de Jaime Cristóbal, y con Love and Squalor (Jabalina, 2020) es un poderoso artefacto de retromanía a lomos de canciones que son todo músculo. Hablamos con él.

«Algunos de los sentimientos que encierran las canciones habrán resonado quizá en parte de la gente durante esta situación tan incierta» 

Después de varios sencillos te has decidido a lanzarte en solitario con un disco largo. ¿J’aime es el proyecto que siempre has querido realizar? Lo digo porque se te ve muy cómodo, y en cierta forma, liberado de cierto encorsetamiento.

Bueno, yo diría que es el proyecto de todos los que he realizado que más tiempo me ha costado llevar a cabo. Llevaba grabando demos y colaborando en recopilatorios con canciones sueltas desde más o menos 1996, y sin embargo hasta 2011 no llegué a sacar un single en condiciones. Y han sido todavía más años hasta el primer elepé. Bien por mis otros proyectos o por temas vitales el trayecto ha tenido que ser de esa manera… así que imagino que igual transmito, más que liberación, una especie de sensación de misión cumplida después de tantos años.

El disco está recibiendo muy buenas críticas. ¿Cómo estas llevando que mucha gente parece que te esté descubriendo con este disco?

Pues estoy muy gratamente sorprendido. Con los sencillos creo que no llegué a despertar tanta atención, y con este disco efectivamente veo, a nivel de público, mucha gente nueva que parece que me está descubriendo y muchas críticas (y buenas). Tengo la sensación de que el confinamiento me ha ayudado, porque el disco salió exactamente el fin de semana que empezaba (o acababa) todo. El parón en algunos lanzamientos y el excedente de tiempo que de repente teníamos todos me parece que han permitido que el disco se haya escuchado con la calma requerida y que haya calado más. Y algunos de los sentimientos que encierran las canciones habrán resonado quizá en parte de la gente durante esta situación tan incierta.

“Love and Squalor” (Jabalina, 2020) tiene bastante de cuaderno de bitácora en el que has ido anotando las coordenadas de tus vaivenes emocionales. ¿Cómo se consigue hacer un disco de este tipo sin caer en la cursilada o en el deja vú?

No conozco la fórmula, más allá de intentar ser sincero con tus sentimientos y tener un estricto control de calidad dentro del material que tienes preparado. Ayudó el hecho de que la gestación haya sido tan lenta, porque las canciones han ido llegando, algunas se han ido quedando, y otras se han ido cayendo. En total fueron más de veinte (incluida una titulada “Love and Squalor”) de las que quedaron estas doce.

 

Y… ya de paso, aunque no sé si considerarlo un disco conceptual porque manejas más recursos narrativos, ¿qué discos de maremotos emocionales me recomendarías?

Decir ‘Blood on the Tracks’ de Bob Dylan es casi un cliché, pero es tan inagotable y perfecto que te lo recomendaría el primero. Por sus capas narrativas, por su fragilidad, y porque las canciones son colosales. Pero mi primer disco favorito de esa temática fue ‘Tunnel of Love’ de Bruce Springsteen. No es su disco más reivindicado, pero debería serlo, es espléndido. Me lo compré en casete en 1987 y lo escuché muchísimo durante años, lo llevo muy cerca del corazón. Citaría finalmente una bellísima canción de la era dorada de los grupos de chicas, ‘Don’t Say He’s Gone’ de las Shortcuts: esa realmente te corta por la mitad si estás en medio de uno de esos maremotos.

Popcasting es un referente para cualquier gourmet del pop, y creo que has sabido coger el testigo de Juan de Pablos como ávido espeleólogo musical. ¿Qué te movió a empezar con ese proyecto que ya cumplió quince años nada más y nada menos?

Gracias por el cumplido, ¡ya me gustaría llegarle a la suela del zapato a Juan…! Sí que te reconozco que me gusta hacerlo personal, quizá sin desnudarme tanto como él, pero en eso sigo su estela. Me movió lo mismo que a la hora de hacerme músico: oyes a alguien hacer algo y quieres imitarle. Pero también ese afán proselitista que de más joven me movía a grabar recopilaciones en cinta o en CD-R a la gente, porque quieres que se conozcan cosas bonitas que a ti te gustan. Y si además te gusta contextualizarlo con datos y expresar cómo te hacen sentir… pues eso es Popcasting.

Volviendo al disco. Me parece preciosa la foto de la portada de Mikel Muruzábal. Me cuesta encontrar- si las hubiera- asociaciones o un diálogo entre portada y música. Las líneas geométricas, de adusta belleza imperial de esta instantánea, se contrapone a la variedad de estilos que manejas en el disco. ¿Qué querías expresar con este artwork?

La imagen tiene más de significado personal que de relación estética con el tema del disco, eso es cierto. Me parecía importante reflejar Pamplona como escenario, porque es donde transcurre el viaje emocional del disco. Pero quería como una imagen elevada, un poco irreal, casi literaria. Hay muchas Pamplonas, y muchas son terriblemente grises. Creo que ese relieve art déco de Victor Eúsa refleja bien esa otra ciudad un poco desapercibida, luminosa y que quiere mirar al cielo, en la que nos movíamos Patricia, Roberto y yo.

Muchos colaboradores en el disco, pero sobre todo hay uno que te hace especial emoción, Charly, de los añorados Los Bichos. ¿Cómo fue trabajar con él, y con el resto colaboradores como Calina de la Mare, Breut, Bishop…

Charly es amigo de hace ya años, pero no había habido oportunidad de colaborar. Tampoco fue algo buscado, pero una de las canciones que se quedó en la selección final era ese instrumental muy Bichos, casi un homenaje, y pedía a gritos su participación. La única colaboración planeada era la de Alasdair de Tindersticks, y a través de él llegué a las orquestaciones de Calina de la Mare: con ambos fue como si las canciones de repente se elevaran a la estratosfera. El resto fue surgiendo con cada canción, o por pura casualidad. Un amigo me presentó a Eli Bishop el verano pasado en Pamplona (venía con toda la banda de Ashley Campbell), nos caímos muy bien y de repente me acordé de la canción country del disco. Cosas así.

Era inevitable el recuerdo de Roberto C. Meyer que recorre todo el disco. ¿Explícanos que supuso la figura de Roberto en tu vida?

A nivel musical ha sido la persona con más talento con la que he colaborado nunca, y fue un privilegio tan grande tener grupos con él… nos hicimos músicos juntos, y aprendí muchísimo de él. Su gusto era impecable, innato, con la suerte de que lo tenía como consumidor de música, arte, etc. pero también como creador, una combinación poco frecuente. Hacíamos muy buen tándem, la verdad, pero es que además a nivel personal era alguien único, un observador implacable de la vida con mucho humor y una sensibilidad extrema, aunque también un temperamento complicado. Pero cuando estaba bien nos hacía la vida a todos mejor, más luminosa. Cuando se murió se nos quedó un mundo con un poco menos de luz.

 

Este es un disco que va más allá que un mero ejercicio de nostalgia, aunque si lo fuera tampoco impide que sea un gran disco. En cada tema vas dando pistas con sonidos que son reconocibles pero que contienen diferentes capas de significado. Es como un ejercicio metamusical. ¿Cómo lo ves?

Sí, lo veo así. A partir de los 80 (lo explica muy bien Simon Reynolds en ‘Retromanía’), después de varias décadas de música pop, los músicos empiezan a ser primero fans y aficionados y después ya creadores, y eso te deja una impronta. Estás creando sobre una tradición que ya existe, un poco como en la música folk, y lo natural (e inevitable) es que seas más o menos consciente de esas referencias, y las contemples con respeto, sin obsesionarte, o sin que sea el objetivo en sí mismo. Porque si lo haces puedas acabar haciendo algo derivativo, un pastiche. Que igual es lo que quieres, ojo. El secreto (para mí) es a partir de eso llegar a tu propia verdad, a tu propia creación, de la que esas capas son un elemento más.

La situación musical debido a la pandemia es complicada para todos los agentes implicados en la “industria” de la música. ¿Cómo te planteas el futuro? ¿Crees que esto afectara en la forma de acercarnos a la música de una forma diferente o eso ya es un hecho constatable?

Yo tengo la suerte de que no necesito tocar para subsistir, porque no vivo de esto, así que mi futuro me lo planteo parecido, y tocaré donde y como se pueda. Pero realmente pinta muy incierto para una red tan frágil como la de la música independiente, underground, como quieras llamarla. Tantas carreras musicales, locales pequeños, sellos, revistas y webzines funcionan pendiendo de un finísimo margen de beneficio que si esto se prolonga o (aún peor) se cronifica, nos puede dejar un panorama desolador. Siempre va a haber música, escenas, movimiento, pero a cada nuevo obstáculo se nos va quedando un escenario más empobrecido, en el que desaparecen propuestas que habrían merecido algo mejor. Esperemos que este nuevo bache sea lo menos dañino posible.

 

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