Especial: 10 álbumes grunge fundamentales (y que no son los de siempre)

1991, el año de la explosión grunge, fue el momento en el que la música de guitarras volvió al lugar que le correspondía. Ese año abriría un periodo corto, pero muy fructífero, en los sellos independientes y en la forma de concebir un género que huía de artificios. Pero antes de aquel Nevermind de Nirvana, del que se cumplen ahora 30 años y al que se le atribuye la madre del cordero, el nuevo sonido Seattle recorría desde hacía años los garajes de la húmeda Washington. Si bien la lotería se la llevó Sub Pop y su catálogo, muchos grupos atesoraban conciertos y lanzamientos contribuyendo al nacimiento de un sonido áspero, que bebía del hard rock, del punk y de la psicodelia casi a partes iguales, incluso antes de que el grunge fuera grunge.

Después de 1991 llegaría la invasión. La etiqueta, la popularización y sus consecuencias son conocidas por todos, pero la inercia de grupos que llevaban tiempo dando cera hizo que se beneficiasen de la atención que recayó en el movimiento por unos cuantos años más. También fue el caldo de cultivo para que apareciesen nuevos grupos como setas, quizá demasiados, que acabaron como la mayoría de elementos oportunistas patrocinados por una industria sin escrúpulos.

Hoy os invito a recorrer diez joyas en formato de larga duración (o lo largo que eran algunos de aquellos elepés) del movimiento o alrededor de él que suelen pasar desapercibidas en las listas copadas por los omnipresentes Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Stone Temple Pilots o Alice In Chains y que fueron, cada uno a su manera, fundamentales por sus aportaciones o papel jugado en la historia del género.

Return To Olympus, de Malfunkshun (1986/1987, publicado en 1995)

Al malogrado Andrew Wood le debe mucho el grunge. Antes de desembocar en Mother Love Bone, donde coincidiría con miembros de Pearl Jam, este icono de la escena underground de Seattle y su hermano Kevin experimentaban en Malfunkshun, una banda que le debía mucho al glam y a la psicodelia y en la que se trazaba ya la línea estilística guitarrera y vocal propia del Seattle de los 80. A L’Andrew se lo llevaría la heroína por delante en 1990 y solo en 1995 se publicaría este elepé con grabaciones de estudio realizadas a mediados de los 80 que recogen ese estilo tan propio como genuino.

 

 

Step on a Bug, de The U-Men (1988)

Fue el único elepé que lanzaron The U-Men, una de las bandas más veteranas de Seattle y responsables, a lo largo de sus diez años de carrera (1980-1989), de aportar al grunge señas de identidad como la suciedad en la producción o el ruidismo desde la perspectiva más garagera y alternativa. Step on a Bug recoge toda su esencia y marca las pautas de su influencia en el movimiento justo antes de desaparecer sin ni siquiera haber pisado los 90.

 

Rehab Doll, de Green River (1988)

Si Malfunkshun tenía a Andrew Wood, Green River tenía a Mark Arm y Steve Turner (posteriormente fundarían Mudhoney) y a Jeff Amment y Stone Gossard (más tarde en Pearl Jam). Este grupo seminal dejaría para los cimientos del género un elepé que imprime velocidad, riffs y rabia a partes iguales, donde la desgarradora voz de Mark Arm tiene reminiscencias de un hardcore oscuro que también fue influencia. Aunque antes habían publicado algunos EPs con temas imprescindibles como “Swallow My Pride», que recuperan en este larga duración, Rehab Doll se yergue como su testamento vital que heredaría el grunge que estaba por llegar.

 

God’s Balls, de TAD (1989)

Si hay una banda que aporta una visión más despectiva y burlona al grunge esa es TAD. Atrapados en una espiral de agresividad contenida, del que su sonido era más que testigo, los de Seattle tuvieron la oportunidad de sacar su primer elepé supervisado por Jack Endino, el sempiterno personaje de la escena que se haría pronto un nombre como padre de la producción del género. Él destaparía el bote y ordenaría ese insulto y rabia heredada del sludge en una grabación fundamental.

 

 

Ozma, de The Melvins (1989)

The Melvins era un nombre demasiado relevante en la música independiente del área de Washington como para que no fueran reivindicados como uno de los padrinos del grunge. No obstante, llevaban desde 1983 haciéndose valer por ser una de las formaciones que deambulaban por un rango estilístico y experimental más amplio, pero casi siempre ceñido a los sonidos más duros del rock. Ozma fue su segundo larga duración y en él tenemos todo lo que caracteriza a la banda: la cadencia vocal de King Buzzo, esas referencias al sludge, al hardcore y al noise, con baterías cercanas al math y esa guitarra entrecortada que formalizaban su tarjeta de visita más reconocible.

 

 

Smell The Magic, de L7 (1990)

Este cuarteto de Los Ángeles había nacido en 1985, entre medias de ambas movidas: la del punk y el hardcore de la primera ola californiana, y la explosión grunge de 1991. Desde su formación, la rabia y la velocidad que imprimían, con cierto humor, fueron sus señas de identidad. Las preferencias de la música rock en la Costa Oeste parecían ir prácticamente a su ritmo, y de su primer y homónimo elepé a Smell The Magic, segundo en su haber, se notaba una evolución en su sonido hacia unas guitarreos con riffs más ásperos, un pelín más de ralentización y esa producción de corte oxidado que les valió para ser muy bien acogidas en el cajón del grunge, a pesar de ser angelinas, y, sobre todo, para amadrinar a unas incipientes riot grrrl que empezaban a tener voz en la escena.

 

 

1000 Smiling Knuckles, de Skin Yard (1991)

Como muchos productores, Jack Endino tenía que sacar parte de su creatividad por algún lado, y una de las vías era a través de Skin Yard, con los que llevaba guerreando desde 1985. 1000 Smiling Knuckles fue el cuarto disco de la formación, tardío, pero quizá el que mejor represente una depurada producción grunge, tanto en el uso de la voz como en esa cadencia casi circular de las guitarras y una sección rítmica con cierta preeminencia. Es 1991, es Jack Endino y, en el fondo, todos sabían que podían contribuir a construir el canon de un género que ya había asomado la cabeza.

 

 

Push, de Guntruck (1992)

“Tribe”, la apertura de este álbum con riff heavy que acaba engullido por un ritmo casi stoner y la arquetípica voz grunge, presentaba este elepé como un cóctel perfecto para entender cómo se explicaría el grunge para siempre. Formada, entre otros, por ex miembros de Skin Yard en 1989, este sería su segundo elepé, una declaración de intenciones sobre las posibilidades que ofrecía la arista del metal en todo esto.

 

 

Sick ‘Em, de 7 Years Bitch (1992)

Este cuarteto de Seattle se había formado en 1990, un año crítico en la historia de la música del área del estrecho de Pudget y que se considera la antesala a las irrupciones del grunge y de las riot grrrl. Unas L7 pululando en las ondas, la apertura creativa del undeground y la rabia reivindicativa acumulada serían catalizadores de un nuevo subgénero que reivindicaba una mayor y mejor presencia femenina en el circuito y que abanderarían formaciones como Bikini Kill o Bratmobile. Pero, mientras que unas orientaban su sonido al noise o al lo-fi y otras al punk más básico, 7 Years Bitch miraban más a un grunge acelerado, con bajos incesantes, voces rápidas y, por supuesto, letras incendiarias. Su primer elepé es la mejor muestra de ello.

 

 

Big Metal Birds, de Janitor Joe (1993)

Que una banda de Minesotta esté en esta lista no es, ni mucho menos, un error arbitrario. Janitor Joe fue uno de los tantos grupos que, sin ser vecinos del epicentro del terremoto, formaron parte de una versión extendida del grunge. El sonido noise acelerado que desprende Big Metal Birds, repleto de contundencia y berridos a dos voces y, sobre todo, con una Kristen Pfaff que se deja todo al bajo y al micrófono, es un buen ejemplo de las aportaciones al género desde fuera de Washington. Para cuando ella se fue del grupo tentada por una oferta de Hole, Janitor Joe siguió sin demasiada fortuna, aunque mejor que la de Pfaff, a la que encontrarían en su apartamento con una sobredosis mortal de heroína.

 

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