Florence and the Machine – High as Hope (Virgin / EMI)

Con la música de Florence and the Machine, he de confesarlo, nunca había conectado del todo anteriormente. Sin embargo, a diferencia de otras artistas o bandas similares, siempre pensaba que me estaba perdiendo algo. O para ser más exactos, lo que realmente pensaba es que detrás de todas esas canciones recargadas y grandilocuentes, aparentemente diseñadas a la perfección para reventar los escenarios principales de los grandes festivales, había algo que seguramente se me estaba ocultando por detrás de la cortina de fuegos artificiales. Esa épica festivalera tan bendecida por los productores estrella, y necesaria como el oxígeno para gran cantidad de bandas y artistas actuales, parecía en este caso que ocultaba algo interesante.

Ahora a Florence Welch le ha llegado, como a casi todos los artistas de éxito que en un momento dado ansían revestirse de un manto de respetabilidad, la hora de la bajoná. Ese punto en el que el cuerpo les pide un disco confesional, introspectivo; aquel con el que echan la vista atrás, rememoran sus inicios, se ponen nostálgicos, revisan su éxito con cierto distanciamiento y reniegan de los excesos del pasado. El disco con el que estos artistas en crisis (no artística, sino vital) buscan reivindicarse como compositores, letristas o productores. O quizás, no seamos malévolos, es simplemente que a todos nos llega esa bajoná en cierto momento de nuestras vidas y cada uno busca sacudírsela como puede. En el caso de la gente dotada para el don de hacer música, lo más evidente es hacerlo mediante canciones.

Y yo, que siempre voy a contracorriente, debo admitir que, ahora que Pitchfork (que es cierto que tampoco había conectado demasiado con sus anteriores trabajos) resucita aquella etiqueta The new boring que acuñó The Guardian para referirse a cierta música británica del último cambio de década, este es el disco que más me ha gustado de Florence and the Machine. Yo le compro ese estado de introspección y melancolía. No me aburre la producción, a pesar de que en comparación con discos anteriores resulta más plana y a veces incluso monótona. Florence se ha encargado ella misma de producir junto a Emile Haynie, especialista en adornar estos sonidos épico-introspectivos. Cuando empieza «June», con algo parecido a una cuerda de un bajo o una tecla grave de piano pulsada lenta y repetidamente, como una plañidera campana, y Florence susurra «The show was ending and I had started to crack», me la puedo imaginar sola en su habitación tras cantar ante 30 mil almas y pensando qué demonios hago aquí. También me parece sincera cuando confiesa, aparentemente, ciertos pecados del pasado en «Hunger», o cuando pide perdón por haberle arruinado un cumpleaños a su hermana.

En mi opinión, que este tipo de canciones te sacudan por dentro depende en buena parte de que uno se las crea. De lo contrario, todo se pierde en ese envoltorio habitual de subidas y bajadas, coros bombásticos, voces dobladas hasta el infinito y dobles bombos. Hay que penetrar en esos momentos en los que a Florence Welch se la escucha respirar, tomar aire y expulsarlo, en canciones como la mencionada «June» o en el inicio a capela de «Sky full of song». Esos momentos en los que la voz de Florence, habitualmente gran protagonista y dueña de la situación, parece que va a flaquear y a quebrarse en cualquier momento, son los que particularmente (además de las intervenciones de Kamasi Washington con sus arreglos de viento) más he disfrutado escuchando este High as Hope. Efectivamente, soy más de bajonás que de subidones.

Escucha Florence and the Machine – High as Hope

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