Imelda May – Sala Mirror (Valencia)

Los callos, además de un nombre bastante cuestionable para una comida, suelen ser un referente para respetar a los más curtidos y deshonrar a los bisoños. Vista de cerca, es impensable que Imelda May tenga algo tan feo. Es imposible. Aún así, a juzgar por cómo maneja los directos, está claro que sus casi dos décadas de carretera y club no han caído en saco roto. Aprendiz de los grandes del rockabilly, su concierto en Valencia rozó la perfección de un maestro.

Todos anhelamos cuando vamos a un concierto que éste sea un espectáculo único e irrepetible pensado exclusivamente para una noche. Rarísimas veces se cumple; en el mejor de los casos, el margen de maniobra se reduce a variar el setlist, y muchas veces ni eso. El recital de Imelda May, como debe ser, estaba diseñado con la precisión de un francotirador y, sin embargo, todo transcurrió con excitación.

Son los intangibles los que marcan la diferencia y hacen memorable un concierto. Imelda, en la carretera desde los 16, lo sabe. Su manejo de los tempos del directo es de manual, del de la vieja escuela me atrevería a añadir; hay pocos frontmans hoy en día preocupados por conectar con una sala llena. Su comunicación constante, su expresión corporal y la entrega al espectáculo desarma a cualquiera. En este caso habría que precisar que casi todos llegaban desarmados de casa.

Además, cuando te arropa una banda madura que parece haber nacido sabiendo, a poco que aciertes con el setlist conseguirás que el concierto vuele. Y así fue. Tras una arrancada segura con un par de versiones (“Poor boy” y el clásico de Johnny Burnette, “The train kept a-rollin’”) y alguno de sus temas más famosos (“Love tattoo”), el recital echó a volar con la intepretación de su ultimo disco, Mayhem. Así, los mejores momentos fueron para “Inside out”, “Sneaky freak”, “Let me out” y “Proud and humble”, para la que May tomó prestada la garganta de Wanda Jackson. También cayó alguna rareza, como el “Go tell the devil (I don’t wanna go to hell)” que canta con su paisana Sharon Shannon, y una bonita balada (“Falling in love with you again”) cantada entre guiños a su guitarrista y esposo. Al más puro estilo Cash-Carter.

Todo estaba previsto, y el momento álgido de la noche coincidió con el principio del final. Para eso estaban colocadas en las tres últimas posiciones “Psycho” (con la irlandesa bailando a lo Pulp Fiction), ese pepinazo llamado “Mayhem” y, cómo no, “Johnny got a boom boom”. Tras esto, salida y retorno para el bis de las versiones con “Tainted love”, “My baby left me” (“¡Elvis ha entrado en el edificio!”, gritó Imelda antes) y una tercera que no logré descifrar en el fragor de la batalla.

Y, tras cerca de 90 minutos de partido, los jugadores se retiraron a vestuarios entre la ovación del público, orgulloso de haber pagado su entrada.

ESCUCHA en Spotify: Imelda May – Mayhem

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