Joan Manuel Serrat (Teatro De La Axerquía) Córdoba 13/07/18

Da capo es una expresión italiana que viene a significar “desde el principio” o “de cabo a rabo”, y su utilización como coletilla a una de las giras más emocionantes que un artista español pone en escena estos meses obedece a un afán de originalidad, una personalización extra que acompañe a la presentación de pe a pa (de ahí el uso) de un disco grabado hace cuarenta y siete años pero jamás olvidado ni por sus seguidores de base ni por el público aficionado en general a las canciones imperecederas. Joan Manuel Serrat, nuestro queridísimo Nano, no puede aguardar a que se cumpla el medio siglo de la edición de tan magna obra para echarla a rodar de nuevo, por la sencilla razón de que, como él mismo asegura, no está para esperar demasiado. Sus letras, sus melodías, su manera de contar y cantar, en cambio, podrían sepultarnos a todos –y seguramente lo harán- después de que pasen siglos en los que generaciones venideras sepan quién fue este hombre que luchó por sus ideas hasta el exilio, que pudo ser aún más grande de lo que es si no fuera por las mentes obtusas que hacen del nacionalismo una cárcel ideológica y que es el máximo responsable de que las primeras canciones que salían de la radio de nuestros padres mientras algunos éramos destetados nos sonaran extrañamente agradables. Luego, cuando la democracia llamaba a las puertas de un país al que le costaba salir de la devastada cueva a la que fue relegado, descubrimos que aquello era mucho más importante aún. Mediterráneo, el disco y la canción, son la razón de ser de que este señor de edad casi provecta siga defendiendo sus pertenencias y esgrimiendo al fin las mismas razones de peso con las que reivindicarse sin necesidad de hacerlo.

Mirar desde las alturas emocionales el perfil de un “Pueblo blanco”, hacer sonar una canción con nombre de mujer dedicada a “Lucía” como podría estar dedicada a nuestra propia madre, disfrutar casi en privado de “Aquellas pequeñas cosas”, aferrarse a la nostalgia del pasado y del futuro pensando “Qué va a ser de ti” cuando el mundo se reduzca a “Vagabundear” aferrado del brazo de “La mujer que yo quiero” y que se marchó sin billete de vuelta ni maleta en la que meter un solo recuerdo tuyo. Hasta el taburete que Serrat se trajo del Bocaccio, la sala mágica ubicada en el centro de la gauche divine barcelonesa, testigo de tantas noches de efluvios alcohólicos y otros fluidos femeninos con los que apaciguar la rabia de juventud, parece acompañar el dulce cántico dedicado al “Tío Alberto”, una colección de versos dedicados a quien fue su mecenas ideológico y musical en unos tiempos en que lo más fácil era abandonar. Como un quijote desnortado, nunca gritaría que los “Vencidos” de León Felipe le hicieron desistir de escribirle a la vida con la pluma de los grandes poetas que en esta piel de toro han sido. Él tenía y tiene una guitarra con la que intentar cambiar el mundo, al menos el suyo propio, que es territorio común, y unos compinches que lo entienden y lo arropan desde el renacimiento de su figura imprescindible. Ricard Miralles, maestro de ceremonias pianísticas y orquestales; Josep “Kitflus” Mas sumando experiencia a la tribu y a los teclados; Tomás Merlo y Vicente Climent, el jazz y la multiculturalidad de bajo y batería; Úrsula Amargós, el recambio generacional que aproxima la viola al espíritu original de las canciones; y David Palau, la torna que no cambia una guitarra bien afinada por mil notas anárquicas que la suplanten.

La mirada al mar que baña multitud de islas, en el que se hablan tantos idiomas y que ha significado tanto para otras aguas siempre menores (en la geografía de Serrat todos los demás son afluentes del Mediterráneo), no termina entre los confines de las diez piezas que lo definen, sino que se prolonga en las orillas gabachas de Charles Trenet (“La mer”), se refleja en mareas personales (“Plany al mar”), tiene que ver con los satélites que lo inspiran (“La luna”) e incluso motiva amores portuarios (“Tatuaje”). El amigo Joan Manuel sabe que su voz ya no es la de antaño y ahora recita más que canta los versos de pobreza de “Romance de Curro el Palmo”, la diatriba envenenada –ya quisieran muchos históricos del punk dar así en la tecla- de “Algo personal”, la imborrable senda machadiana de “Cantares” o el inevitable anhelo de “Para la libertad”. Y la gente aplaude, porque sabe que a su “Penélope” siempre la esperará el marinero en la estación y que arriba en su calle, con todos como invitados, se reiniciará la “Fiesta” una y otra vez. “Menos tu vientre” son estrofas en carne viva que, escuchadas casi a susurro, solo puede hacernos sentir orgullosos de que en este país de miedo y asco la música de este señor siga poniendo las cosas en su sitio de vez en cuando. Por eso, y porque “Hoy puede ser un gran día”, lo mejor es despedirlo con un presagio que se hará realidad en las próximas horas: “No hago otra cosa que pensar en ti”. Y en las oportunidades perdidas de escuchar una obra maestra de la música popular española como esta que ahora resucita lo que jamás pereció. De vuelta a su mar, al nuestro, el Festival de la Guitarra no pudo tener mejor broche para nosotros.

Antes de echar la verja, un aviso a modo de inciso final para medios, agencias y gente que en general intente, como estos que escriben y retratan, hacer su trabajo con un mínimo de dignidad. A los (pésimos) gestores de ese ente llamado RockNRock, más bien una banda mal mandada por ignorantes movidos únicamente por amiguismo y un desmesurado ánimo de lucro y que a este medio y a muchos otros dejó fuera de conciertos como el de Kiss por puro capricho, van dedicadas las últimas líneas. Aunque dudo que lleguen hasta aquí, dada su escasísima capacidad lectora y su nula profesionalidad: No os sigáis esforzando, es muy difícil que haya alguien que haga las cosas peor que vosotros. Y si pensáis que lo decimos por despecho, la respuesta es que esa es solo una razón. Otra, quizá la más importante, es que estamos demasiado hartos de impresentables.

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