John Hiatt + Ainara LeGardon – Joy Eslava (Madrid)

John Hiatt ocupa un lugar especial en mi corazón. Lo hace porque uno de los recuerdos más entrañables que tengo de mi padre, me remite a él: una mañana, tras haber escuchado algún disco de Ryan Adams, puse en mi cadena The tiki bar is open (01) de Hiatt. Él, que andaba por casa, dijo mientras sonaba “I’ll never get over you” que “Eso sí valía y no la mierda de antes”. Ese comentario abrupto, de un hombre de campo de sesenta y tantos años, me puso en aviso de lo que se supone es “valer” en este mundo. Y desde luego que el concierto del miércoles en Madrid “valió”. Y mucho.

Para abrir boca, una Ainara LeGardon más desnuda que nunca, llegó de puntillas al escenario para presentar la mayoría de temas de su futuro trabajo, poseídos de una electricidad arisca desarmante. Muy cerca del esqueleto de Pj Harvey, las canciones se alzaban a través de un magma agreste que no contó con la audiencia más adecuada para ser valorado y entendido.

“We once wished” o “Thirsty”, aún sin contar con el acompañamiento de una batería en esta ocasión, mostraron una solvente contundencia, si bien fueron los instantes ya reconocidos de “Dry years” o “Forget just anything” los que reportaron mayor convicción. Con todo, insobornable propuesta aún en tan ajena plaza.

La irrupción de John Hiatt y su banda fue apoteósica: un público entregado y contento de verle por fin por estas tierras, en comunión con un artista en estado de gracia. Y es que la velada, salvando diferencias de tono, tuvo mucho que ver con la también gloriosa exhibición de no hace tanto que por este país brindó Chris Isaak, demostrando que, en cuestiones del sentido del espectáculo y llenar un escenario, los veteranos incombustibles dan cien mil vueltas a los artistas noveles asépticos y faltos de todo brillo sobre las tablas salvo contadas excepciones.

Tras la preciosa “Crossing muddy waters”, una entregadísima y poderosa interpretación del tema que da título a su último trabajo, The open road, fue el desencadenante ya de una sucesión de canciones sublime.

Desde los himnos imperecederos como “Cry love”, pasando por las mini-jams tan cool del combo (“The tiki bar is open”), las interpretaciones increíblemente personales, vivas y únicas (“Feels like rain”), las odas al blues más añejo y exigente (“Like a freight train”), las gemas de sonido estratosférico como “Your dad did” o “Real fine love” -los momentos más excitantes y maravillosos de la noche-, hasta llegar al sentimiento genuino de una voz única que te deja ya vencido ante la exhalante fragilidad de “Have a little faith on me”, “valió”. Gracias, papá.

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