Kraftwerk – Tour de France (EMI/Warner)

Kraftwerk vuelven en un buen momento. Sobre todo, porque la electrónica que ellos representan (la del tecno-pop melódico) vive una impresionante crisis, un ocaso provocado por la moda y la falta de ideas que tal determinismo provoca. El asunto es que Kraftwerk ya parodió todo este mundillo en The Model, pero muchos no se han dado por aludidos y se han limitado a hacer de la electrónica un componente, peor que superficial, anodino. Así, en dónde otros repiten y repiten con los ojos puestos en el trance –voraz, desesperado- del sábado noche, Kraftwerk se re-crean con los ojos puestos en el Tour de Francia, la mítica carrera ciclista que este año ha celebrado el centenario de su existencia.

Es sabido que la pasión de Kraftwerk por el ciclismo siempre fue grande; recordemos que la canción Tour de France fue compuesta originalmente en 1983, convirtiéndose en el himno de aquella edición del Tour. Con aquel tema, Kraftwerk imaginaban un mundo idílico encima de la bicicleta, manifestado por un homenaje al terrible esfuerzo del ciclista, como verdadera parábola de la vida misma. Las tremendas proyecciones que adornan sus directos, atestiguaban aquella idolatría: pelotones, ataques súbitos que los descomponen, el Tourmalet, el Galibier, el adrenalínico público de las etapas de montaña, los pavés… Aunque muchas cosas han cambiado en el ciclismo, desde el año 1983, la idea de ponerle música al ciclismo sigue siendo muy grande, porque se trata de un deporte bello como pocos. Y nadie mejor que Kraftwerk para imaginar los sonidos de esta belleza.

¿Y qué tipo de discurso musical tienen estos Kraftwerk del 2003? Pues sin dejar de lado el aspecto de épica deportiva que subyace en el disco, el cuarteto de Dusseldorf se ha dejado influenciar por ciertos grupos actuales. Resaltan las evidentes influencias del electro cínico de Detroit (¿Dopplerefeckt?) y también existe, quizás desacertadamente, un acercamiento al micro-house en la línea de Isolée. Pero son referencias circunstanciales dentro de un mundo, el de Kraftwer, autosuficiente como pocos.

Las cualidades del grupo son las mismas que hace 30 años: ironía en el mensaje –voces robóticas y sarcásticas-, y genialidad en las melodías. Saben sacar en cada momento lo mejor de sí mismos, aludiendo a temas que afectan a las sociedades capitalistas avanzadas: las computadoras, las centrales nucleares, la robótica, las carreteras…y las hipocresías e intereses que genera todo ello. Su crítica a la evolución de las cosas que nos rodean ha sido siempre tan evidente como sucinta. Y en esta ocasión, aluden, sarcásticamente, a las vitaminas (Vitamin), al ritmo cardíaco descompensado (Electro-Kardiogramm), al estado de forma (La Forme), y otras cosas que, mal que les pese a los bienpensantes, son connaturales al ciclismo y al deporte. Ellos retratan la hipocresía del mundo que gira alrededor de este deporte, al poner en evidencia la forma en que algunos exaltan su dureza, condenando al mismo tiempo todo uso de sustancias, sobretodo si el ciclista es “extranjero” (las vergüenzas patrias se procuran tapar siempre). Si las audiencias bajan es porque, fruto de las persecuciones, los corredores no van tan rápidos como cuando los exaltados creaban interés social, glorificando según qué cosas. Con esta fina crítica a la doble moral de las corporaciones de intereses, Kraftwerk demuestran, una vez más, que son capaces de ironizar sobre muchas cosas de la realidad, a través de la música y de la melodía.

Por otra parte, y volviendo al análisis musical, algunos dirán que la evolución vivida por la música electrónica ha “trasnochado” el discurso de Kraftwerk, muy alejado de la idea políticamente correcta de lo que muchos sobreentienden como DJ (en realidad el no-DJ, la no-investigación, la no-pasión). Esto puede crear una incomprensión que, en el fondo, no es más que otra hipocresía, siempre obsesionada con “lo nuevo”. A todo esto, Kraftwerk responden haciendo un disco que podría haber salido igual en 1977, como en el 2053. Música intemporal es la que ellos hacen, y esto algo que muy pocos entienden. El debate viejo-nuevo es, pues, un estéril páramo procedente de los antros del monopolio ideológico del no-sonido y de la no-música, que es el que domina en las televisiones de la industria capitalista.

Ellos dijeron, en fin, que la electrónica cambiaría las cosas. Han pasado muchos años desde que afirmaron esto, y la música compuesta electrónicamente se ha metido por mil y un caminos que, seguramente, ellos ni siquiera hubieran podido imaginar. Sin duda, abarca lo mejor que musicalmente se ha escuchado en los dos últimos decenios. Además, éstas músicas se han universalizado y compenetrado con diferentes culturas y sonidos; tanto que ni Kraftwerk podrían valorar la importancia que sus ideas –instrumentación barata + creación casera- han originado.

Para mí, este disco tiene una enorme importancia porque nos habla de un grupo mítico que no ha perdido ni un ápice de la originalidad que en su momento inventó. Y es que envejecer “sin tener que sudar para tocar la batería”, tal como ellos pretendían, tiene ventajas enormes, en su caso. Ralf Hutter y Florian Schneider, el alma de Kraftwerk, siguen creando buenos temas, y seguirán creando escuela, como hasta ahora. No es el disco más redondo que hayan hecho, pero es de lo mejor que este año se ha escuchado. Y, mientras tanto, Kraftwerk se siguen riendo del mundo, inventando sus propios aparatos para crear una música realmente nueva, lista para danzar libre y desprejuiciadamente. Un clásico es un clásico. A sus pies, y a los del Tour de France.

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