Lapido – Sala El Hangar (Córdoba)

Cuando el sonido acompaña, todo es más fácil. Incluso para artistas a los que no les importa demasiado la eficiencia del técnico, tal es su profesionalidad y capacidad para sobreponerse a los imponderables de la acústica de turno. En el caso que relatamos de nuevo el disfrute es máximo y directamente proporcional a la pericia del acondicionador sonoro y el entorno, una sala Hangar más acogedora que nunca. El maestro Lapido, que culmina las últimas paradas de una gira que dejará en tiempo muerto en breve para entregarse a la esperadísima maniobra de resurrección de la banda que lo hizo entrar en la historia del rock español, recibió de nuevo al público cordobés con su porte hierática habitual y el no menos conocido arsenal de canciones enormes, cargadas de poesía desolada, falsamente pesimistas y armadas con un aparato eléctrico demoledor en directo. Todo es cuestión de personalidad y buena (excelente) materia prima.

Era de esperar, y así fue, que en los estertores de su última encarnación en solitario redujera los recordatorios a 091 ante la inminente gira grupal que lo reunirá con sus compañeros a la vuelta del actual calendario. No por sabido dejó de ser la comidilla antes, durante y después del impecable concierto que tuvimos el privilegio de disfrutar. Por si alguien aún estaba esperando leer algún título de los de antes, lo diremos ya: Tan solo «Zapatos de piel de caimán» forma parte del actual set list, o al menos así fue en esta ocasión. Y tampoco le ha hecho nunca falta enfangarse en aguas pasadas, pues en su largo recorrido solista ha grabado maravillas suficientes como para tocar más de dos horas sin posibilidad de aburrimiento, como lo demuestra el trío inicial formado por «El más allá», «Luz de ciudades en llamas» y «Algo falla».

Los medios tiempos de los que abusa últimamente se robustecen en manos de su banda (el «nuevo» bajista, David Herrera, y el consolidado batería Alfonso «Popi» González constituyen un motor resistente y con múltiples prestaciones) y «Cosas por hacer» o «Escrito en la ley» suenan a todo menos a balada, puro clasicismo roquero con las teclas del gran Raúl Bernal como algo más que adorno. Las guitarras de otro grande en la sombra, Víctor Sánchez, casan con las del jefe en himnos redondos como «La ciudad que nunca existió», «Nadie besa al perdedor» y la básica «Ladridos del perro mágico», que nunca ha dejado de sonar desde que diera título y razón de ser a la primera incursión discográfica bajo su segundo apellido. Fue el principio (o la continuación) de una leyenda que se hace más grande con los años. «Lo creas o no» es uno de esos momentos en los que ves a una banda de rock tocando delante de ti en todo su esplendor; «La antesala del dolor» habla de bares y precipicios con ese punto optimista que pocos saben ver en sus modos; «Muy lejos de aquí» vuelve a llenar el escenario de filosofía existencial, lo mismo que «No hay vuelta atrás» y «En el ángulo muerto», uno de los temas más celebrados, sobre todo por la adaptación que Miguel Ríos, amigo y mentor de José Ignacio, incorporó a uno de sus trabajos de despedida. La autenticidad y la honestidad son bienes escasos, y este tipo las lleva a ambas por bandera.

A falta de pan (lo que ya todos los allí presentes ardemos en deseos de volver a escuchar) buenas son otras viandas (lo más potente de su repertorio unido en un tramo final de vértigo), y con el inciso de «Cuando el ángel decida volver», tan atemperada en directo como en estudio, suenan brillantes adaptaciones de «La hora de los lamentos» y «El dios de la luz eléctrica», otra espléndida pieza que tituló un magnífico mini elepé casi camuflado entre la grandeza de su discografía global. Fuera del guión, aparentemente improvisado, apareció un «Espejismo Nº 8» que es lo más cerca del rap que veremos nunca al granadino.

Así, con miles de vasos a medio beber (o cientos, que de esos sí había) y la esperanza de que la nueva venida del hombre bueno que nos ofrece vino y conversación será aún más relevante, dejaremos que el tiempo corra a nuestro favor hasta el día de un nuevo encuentro vestido de nostalgia. El presente ya no es nada.

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