Lo nuevo de Chucho a través de sus canciones: Cap. 11

Próximamente llega el esperado nuevo disco de ChuchoCorazón roto y brillante (Intromúsica). El regreso de la banda de Albacete es un álbum conceptual sobre una ruptura, que nos cuenta la historia de Pere y María a través de sus doce canciones. Antes de escucharlas, conocerás lo que esconde cada una de ellas de la mano de Fernando Alfaro, quien nos irá desvelando en Muzikalia un relato dividido en capítulos, correspondientes a cada una de esas canciones. Aquí tienes el capítulo 11.

Próximamente, la entrega final.

 

11 > Agujetas

Pere sale a la calle, soltando lentamente la puerta del Centro de Salud. Ya es casi de noche, una noche gris como el carbón de finales de noviembre. Quiere comer algo pero no tiene hambre, y siempre que le pasa eso termina como ahora, entrando en una de esas hamburgueserías omnipresentes en cada ciudad de cada país. Solía ir con María, aunque sólo en aeropuertos y estaciones de tren. Bueno, a decir verdad, también probaban ese mismo menú en la franquicia concreta de cada una de las capitales extranjeras que visitaban, como si se tratara de una colección. Tenían ese tipo de rutinas, costumbres de María que ella le terminó inculcando: cómo distribuir las salsas dentro del redondo bocadillo, cómo emplazar las patatas en el interior de la caja de la hamburguesa, en la parte que hace de tapa. Pere comprueba que es posible comerse un menú completo de los de ese sitio sin dejar ni un instante de llorar. Por suerte, ha buscado un asiento cara a la pared, de espaldas a la gente y de espaldas a los espejos. En el hilo musical del restaurante suena, a bajo volumen, lo que la empeora aún más, una música de baile insistente en un bucle sin sentido lleno de chiribitas de organillos, el bajo plomizo, con un ritmo de batería sincopado, este sí interesante, pero con una melodía repetitiva y definitivamente fea. Un aburrimiento, vamos: una mierda. Cómo se aburre la gente de hoy en día.

Pere y María, en cambio, no se aburrieron nunca. Jamás. Pere se ha pasado la mañana ordenando, con todo su dolor aromático y adictivo, todas las fotografías y pequeñas escenas filmadas de todos sus viajes y de toda su dulce cotidianeidad, el paraíso perdido. Los discos durísimos. Ahora, mientras apura un café en la hamburguesería, las repasa dentro de su cabeza:

—Durísimos… durísimos decía yo que tenía los huesos desde siempre. Mis amigos siempre iban escayolados, siempre se estaban rompiendo huesos, se rompieron varios huesos cada uno. Yo, nunca. Y mira que me di leches, eh… hacíamos las mismas cosas, las mismas locuras o burradas. Nunca una fractura… Todo esto se lo conté yo a María aquella Nochevieja, a lo mejor eso es lo que nos gafó. Aparte de las uvas, claro.

Una foto de Pere con la pierna y el antebrazo izquierdos enyesados. Aun así posa ufano: se le ve feliz. Es en una de las callejuelas del centro, en su barrio primitivo.

Una foto de ambos, tomada por ellos mismos, a la salida del restaurante donde comían cada día, a medio camino de sus respectivos trabajos.

Un brevísimo, efímero fragmento de película que muestra el movimiento ondulante que provoca un suave viento veraniego en las ramas del chopo que vive a escasos dos metros, justo frente a la ventana del dormitorio, en su nueva casa.

Incontables fotos de María, a cual más bella, a cual más hiriente. Continúa el repaso, la minuciosa vivisección. Como una ducha fría en la mañana invernal, sólo que por dentro.

Cientos de fotografías y trozos cinematográficos, cientos de escenas en varias ciudades y en varios países. Se escucha la voz de ambos. Antiguas bromas. Apodos cariñosos. El disco durísimo es de Pere: las fotos las hizo él: en todas, en la mayoría, aparece María. Como una aparición.

Una foto de su gato asomado al parque apoyando las patas en el borde de la ventana. El gatito que adoptaron en una feria animal, una feria de sociedades protectoras, cuando se fueron a vivir juntos en aquel piso del centro. El gato que murió el día de Navidad, va a hacer ahora un año.

—La premonición, ¿eh, María? Y poco después tú compraste sin avisar, sin tenerme en cuenta, por sorpresa, aquel perro yorkshire que yo nunca pude comprender…

Vuelve a mirar la foto en la que posa escayolado. Por hacer el tonto aquella noche, por hacer el payaso. Vaya payasos, tú y yo, ¿eh? Cómo nos reíamos. Me acuerdo de que no parábamos de hablar contándonos nuestra vida, sobre todo yo, pero lo que más hacíamos era reír. ¡Cómo te hacía yo reír! ¡Cómo me hacías tú reír a mí! También hacíamos mucho el amor, constantemente, en la gran cama de nuestro pequeño piso. Entonces empecé a notar un dolor como en la barriga, o más bien hacia un costado, debajo de las costillas, como flato. Pensaba que eran agujetas, o bien de tanto hacer el amor, o bien de tanto reírme. Cómo te gustaba hacerme reír…

Pero no se me quitaban —las agujetas— y terminé teniendo que ir al Centro de Salud. Y el médico me miró las escayolas y me dijo:

—¿Te han recetado ibuprofeno?

—Sí: en urgencias. Cuando tuve el accidente. Cada ocho horas. Llevo ya un mes y pico.

—¿Y lo tomas siempre después de haber comido algo? ¿o con el estómago vacío?

—Pues… depende, pero muchas veces sin haber comido nada, no.

—¿Y no te dijo nada de eso el urgentólogo?

—No —aventuré. Ni idea. Iba pedo.

—Pues tienes un principio de úlcera. Menos mal que has venido, te vas a librar de la úlcera. Lo que tienes por ahora es una gastritis. Tómate esto —se puso a teclear—, y come algo siempre, antes del ibuprofeno.

Madre mía, qué risas… los dos caminando por el paseo en el centro, buscando esa famosa fuente, de la que yo nunca llegué a beber, y nos despistamos con no sé qué y nos desviamos, y yo ya me tomaba las pastillas como House, el médico de la tele, con el que me comparabas al principio: directamente la pastilla a la boca y me la tragaba sin agua ni nada. A veces, con cerveza. E imitando a House, más de una vez lancé, haciendo palanca con el pulgar como una catapulta, el comprimido de ibuprofeno algún metro hacia arriba, haciéndolo aterrizar en mi boca abierta. Agujetas.

Pere tiene, por cierto, una sensación como de agujas en su fuero interno… algo que le pincha y no sabe por qué. Como un hormigueo, o esos pequeños aguijonazos cuando se te duerme la mano o la pierna… el vago recuerdo de algo.

Vaya payasos éramos, los dos ¿Quién te hará reír ahora? ¿con quién te estarás riendo en este momento? Y sigue erre que erre, repasando o visionando en su cerebro las fotografías: María arrugando la nariz en una deliciosa mueca por el sol; María bailando de forma levemente estrambótica, en sucesivas fotos, sonriendo; María y Pere en un fotograma hacia sí mismos, riéndose; otro, similar, en el que están poniendo caras; más caras; más caras.

Con alguna difusa reticencia, Pere sale por fin de la hamburguesería y continúa entonces con su paseo febril; va adonde le llevan sus pies, y eso lo encamina indefectiblemente a su antiguo barrio, donde vivieron sus primeros meses juntos. Camina por las mismas calles; entra en las mismas tiendas, ya próxima su hora de cierre, acariciando sus picaportes con disimulo; mira hacia las mismas fachadas; se para ante su antigua casa mirando hacia arriba, todo lo que le da el cuello, porque la calle es estrecha, mirando hacia arriba, al balcón al que ella se asomaba para despedirlo, con un saludo de la mano o con un beso a lo lejos, cada mañana, cuando él se iba al trabajo.

—Estoy yendo a todos los sitios donde nos conocimos, María, donde vivíamos al principio. Es como darse una ducha fría por la mañana en invierno. Me acuerdo de mi pierna y mi muñeca escayoladas, en esta casa, donde vivimos un tiempo. De cómo me reñías arrugando la naricilla por tomarme el ibuprofeno sin haber comido algo antes. Me acuerdo de cómo me ayudabas tú con los calcetines o el calcetín, o cuando me duchaba, o trayéndome las muletas, o cómo parabas el tráfico cuando el semáforo me apremiaba a cruzar…

Tanto se ha absorbido con estos pensamientos que, sin nadie que lo cuide o que proteja sus pasos, se ve de pronto en medio de la calzada, cruzando una calle que, aun céntrica y estrecha, sobrelleva un raudo y pesado tráfico rodado. Esquiva como puede a un furgón de reparto con amenazadoras letras en sus costados, pero, a su cola, viene un automóvil que ahora enfila la esquina que el propio Pere ha tomado en su huida, emboca la misma callejuela que Pere a su vez está pisando con pasos progresivamente más rápidos, más apurados. Por los intrincados callejones cada vez más despoblados de gente y de iluminación municipal, Pere está ya corriendo, corriendo por su vida: el siniestro vehículo ya indisimuladamente va a por él. Con el rabillo del ojo intenta discernir al conductor, pero nada ve en la noche que ya se cierra. Y los faros: ahora él es como un conejo cegado en la noche de una carretera, que corre y corre delante hacia la luz, en la dirección que le alumbran los faros del vehículo de hierro, en lugar de apartarse a un lado. Pero no hay aceras, no hay portales donde guardarse… entonces Pere siente el coche golpearle la curcusilla, el golpe del pavimento en la frente, el carruaje pasándole por encima, y es el fin.

 

Pere se levanta sin esfuerzo desde el duro suelo. Por suerte no ha sufrido grandes daños. Puede sin dificultad caminar y sólo nota el vago recuerdo de los golpes. ¿Quién demonios sería quien le persiguió? ¿Por qué alguien querría matarlo a él, que ya era como un muerto en vida? Sigue su deambular errático, por las calles, por los narcopisos, una irrealidad narcótica, y como alcanforada. Ahora está, de nuevo, en el Centro de Salud. Aunque está cerrado, él está dentro. Vuelve a observar en el mismo espejo su ajada realidad gris.

 

 

 

 

AGUJETAS

Me había roto un hueso
y tomaba ibuprofeno,
allá donde me pillara
como House me lo tragaba.

Y no paraba de reírme,
vaya payasos, tú y yo.

De tanto reírme,
creía que eran
agujetas de tanto reírme,
creía que eran
agujetas de tanto reír.

Ay, doctor, que alguien me diga
por qué me duele la barriga.
Una úlcera en proceso:
demasiado ibuprofeno.

Y no paraba de reírme.

Y ahora ya me río solo,
desde que me quedé tan solo.

Y no paraba de reírme,
vaya payasos los dos.

De tanto reírme,
creía que eran
agujetas de tanto reírme,
creía que eran
agujetas de tanto reír.

 

Texto: Fernando Alfaro

Ilustración: Erika Seven

 

 

«Los personajes y hechos retratados en este relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia»

 

 

 

Consulta aquí la historia de Pere y María en la que se inspira el nuevo disco de Chucho:

1 > Corazón roto y brillante

2 > Sombra lunar

3 > La ambulancia y el dolor

4 > Yoga love

5 > La carretera de la costa

6 > La feria animal

7 > Hoamm

8 > Vals del trueno

9 > Espalda brillante

10 > Agente Sebso

11 > Agujetas

12 > Otra ciudad

 

 

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