Mad Cool 2019. Welcome Party, Madrid 10/07/19

Este miércoles la Welcome Party organizada por Mad Cool suponía el pistoletazo de salida para la cuarta edición de uno de los festivales punteros en España.

De esta forma, sus tradicionales tres días de duración veían ampliado en uno su oferta, siendo el mayor enganche la actuación de la deslumbrante Rosalía, apuntándose el tanto de programarla después de que algunos festivales estatales la hubieran incluido previamente en sus parrillas.

Mad Cool ha tomado nota de los errores cometidos el pasado año. Para solventarlos, las novedades más apreciables pasan por un aforo más reducido, un escenario menos con el fin de evitar que se mezclen los sonidos de algunas actuaciones y la eliminación de las zonas premium dispuestas frente a los escenarios más importantes a las que sólo podían acceder los asistentes VIP y que provocaba que algunos artistas tocaran ante unas primeras filas completamente inexistentes.

Bajo un calor severo, había que madrugar para llegar a las primeras propuestas de la tarde, ciertamente hermanadas a través de las guitarras. The Amazons inauguraban el Mad Cool Stage a golpe de riff sudoroso en una conjugación que aunaba sonoridad alternativa contemporánea con ciertos trazos de hard rock pelín deshidratado. “Mother” o “25” son temas con el suficiente gancho como para considerar su reciente Future Dust (19) un trabajo a destacar en el exiguo catálogo rockero del año. Sonaron solventes y voluntariosos a una hora difícil para un escenario de esas características.

Y a su finalización, a ver a Don Broco. Pese, al igual que The Amazons, contar con una épica de los tiempos difícilmente digerible para los que venimos de aquella rebosante de barro y fluidos varios de los 90’s, no resulta difícil permanecer expectante a la evolución escénica de los requiebros que ofrece una obra como Technology (18), cajón de sastre que flirtea con una pátina pop que reboza por igual desde el metal al R&B. Tan divertidos como intrascendentes. Como el mundo, como el sucedáneo de la especie humana que somos.

Y llegaba el momento de tomarle el pulso al auténtico espíritu de los tiempos a través de la policromática escena urbana, denominación algo extraña (¿las demás músicas son rurales o cómo?), pero que sirve para entendernos, si bien yo la hubiera llamado escena callejera, una etiqueta que hubiera vendido mucho menos en el profiláctico Planeta Tierra actual.

Al grano, llegaba la valenciana Fusa Nocta al escenario Consecuence of Sound. Su trap alternativo, por diferenciarlo del hegemónico, de discurso abiertamente feminista y social, fue defendido con tesón y acercando al público a temas ya bastante conocidos como su “No gyals”. Acompañada por DJ y una bailarina que aderezaba algunas de sus interpretaciones, Fusa Nocta demostró una profundidad vocal muy superior a la media, si bien los directos de la escena siguen siendo la asignatura pendiente del movimiento. Uno de los nombres a seguir en este universo junto a las progresiones certeras de Albany, Goa o Somadamantina.

Perfectamente imbricado, el hip hop sin florituras de Anier (reina al revés) en el escenario Mondo Sonoro. Y aquí la cosa se puso seria. Con un público muy joven y en su mayoría femenino, estábamos a punto de asistir al directo del día contra todo pronóstico. Un acierto haber optado por ella frente al melifluo synthpop de Metronomy en el escenario principal.

La barcelonesa llegó confiada y convenciendo, todo actitud y entrega. Un carisma escénico sobresaliente y un desparpajo con 20 años que haría palidecer a artistas consagrados. Escupiendo rabia, frustración y verdad, su estilo hardcore cuenta con auténticos cóctels molotov del tamaño de “Hiroshima” (esa letra…) o la retorcida “Caballos dislocaos”. No diré que llegue a una Gata Cattana, pero sí que hay que seguir muy de cerca su evolución. Al final terminaron sacándola del escenario y es que era imposible para Anier y para nosotros irnos de allí. Pequeño gran terremoto.

A darse la vuelta en la carpa en nada y apreciar las evoluciones del post-punk algo derivativo, pero epatante de los belgas Whispering Sons, alzados por el torrente vocal de su tráncica líder Fenne Kuppens. La torrada que nos estaba cayendo, unida a la luz natural y el resto de la oferta del día, les hacía estar tan fuera de sitio que les convertía en una propuesta casi indispensable. Desde luego mucho más de mi gusto que la presumible fiesta que montaron tanto para adeptos como para despistados patológicos The Cat Empire a través de su aséptico ska mezclado con formas acid jazz ramplonas. Garrafón total.

 

Para mí la polémica Rosalía no tiene ninguna razón de ser. Desde mi posible altavoz mediático a través de mi podcast y redes sociales, me deshice en halagos y en intención de hacer llegar a toda persona que fuera posible las virtudes de una obra maestra para mí. Me refiero a su debut de la mano de Refree, Los Ángeles. Corría el año 2017 y aún su universo giraba en torno al flamenco más introvertido y conmovedor. Su evolución posterior me parece –casi- igual de asombrosa y, tras arrugar un poco el ceño al lanzar “malamente” –una anécdota pop dentro de su radiante cancionero; sin más, el tema típico de quien no es fan ni de ella, ni de la música en general-, caí rendido a las virtudes creativas e inquietud artística de El mal querer (18) con la ayuda inestimable de El Guincho, actual compañero de escenario en esta gira además.

Es cierto que sus actuales virajes tras la colaboración con J Balbin en “Con altura” y posteriores temas no se encuentran en el olimpo maestro de la catalana, pero eso da igual por ahora. Aún queda mucho; el futuro dirá si Rosalía termina convertida en una Beyoncé total o en Casa Patas con un cuadro flamenco.

Un abarrotado escenario principal se disponía a disfrutar del espectáculo audiovisual de Rosalía, con proyecciones concisas y efectivas y unas coreografías realmente impactantes. Coristas y músicos aportaban color y entidad a la propuesta de la catalana, agradecida y comunicativa desde el primer momento.

Reconozco que me costó entrar en el show ante tanto grupo congregado de profesionales liberales que no paraban de rajar mientras disfrutaban de un after working que era lo más. “Es buena esta tipa ¿eh?” o “Yo creo que está bastante operada” fueron algunas de las joyas que lanzaban esas bocas con tendencia a hablar como si tuvieran un órgano sexual en las mismas mientras me era imposible empaparme de canciones inapelables como “Pienso en tu mirá” o el maravilloso tema a medias con James Blake, “Barefoot in the park”, incluido en el último disco del inglés.

Menos mal que la capela en catalán de las estrofas de su reciente “Fucking money man”, unida a la posterior de un estremecedor “Catalina” –único rescate de su debut, por desgracia-, capaz de derretir los huesos de cualquiera pusieron las cosas en su lugar y pude por fin romper el muro defensivo de mi interior y conectar con su talento no exento de profundas emociones. Su oportuno entrelazado con “Que no salga la luna” , embriagado de exuberancia flamenca, marcaron esos tintes como los más destacables, puros y selectivos del directo.

A partir de ahí otros momentos a retener fueron los de la elegante y bonita “Bagdag” y, previamente, el arrase rítmico e imaginativo de la magna “De aquí no sales”, otro pasaje oblicuo para la procesión de camisas hawaianas y vapeadores sabor a fresa cercanos.

La presumible traca final con el encadenado de “Con altura”, “Aute cuture” y “Malamente” dio a la masa lo que pedía y a mí ya me tenía de reojo mirando el escenario que iba a pisar la imperial Lykke Li.

A Lykke Li precisamente no es que le sentasen demasiado bien las influencias urban en su último trabajo, So sad so sexy (18), disco reacción a esa maravilla tan triste como emocionante que fue su magno I never learn (14) -hubiera matado por verla en esa gira-, sin embargo, mis ganas de tenerla en directo eran brutales.

Pese a estar basado en su último disco, la velada fue sobresaliente, contagiando a los temas de una emotividad instintiva y de un misterio inherente a su naturaleza. Así, pudimos disfrutar de los rescates pretéritos de “Just like a dream” y “No rest for the wicked” algo menos trascendentales y más festivaleras, bailar con los brazos en alto “Jaguar in the air” o conmovernos con sus mejores temas recientes, “So sad so sexy” y “Deep end”.

Con una presencia escénica magnética, ataviada completamente de rojo violento y pertrechada por una banda orgánica en toda regla, la sueca alcanzó un nivel desmesurado, rematado con la catarsis colectiva de su aclamado “I follow rivers”. Jefaza.

 

Cerrando la noche, mientras mucha gente comenzábamos a desfilar para retomar fuerzas ante los exigentes días en cuanto a horarios que se presentaban, asistí a las evoluciones de ese teen pop metalcore con ramalazo electrónico de Bring me the horizon, atractivo para toda persona que conecte en el contexto emocional que defienden como del todo anecdótico para cualquier otra fuera de dicho mood o que comulgue con el auténtico filo del metal.

Fotos: Mad Cool (Instagram) / portada (Manuel Pinazo)

 

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