Crónica: Mad Cool Festival 16 (Caja Mágica) Madrid 16 al 18 de junio

Fotos: Instagram de Mad Cool

Llevábamos mucho tiempo en Madrid sin disfrutar de un festival de música a la altura de los pesos pesados nacionales como Primavera Sound en Barcelona, BBK en Bilbao o FIB en Benicássim, por poner sólo algunos ejemplos.

MadCool nace este año para volver a intentar fijar la atención del aficionado musical y/o festivalero –curiosamente no tienen por qué coincidir ambos- en la capital, un sueño casi imposible si nos atenemos a la cantidad de años que no disfrutamos en Madrid de una propuesta a la altura de las doradas ediciones noventeras del imborrable FestiMad.

Las bazas principales para conseguirlo, la de contar con una nómina de grandes artistas indiscutibles en su cartel y la de presentar una heterogeneidad estilística que juega por completo a caballo ganador. Y es que, anunciar fichajes tan dispares y rotundos como Neil Young, Prodigy o Vetusta Morla, asegura captar la atención de un público objetivo tan extremadamente amplio que no es de extrañar el éxito de convocatoria cosechado desde el primer día que sus abonos salieron a la venta.

Quedaba tan sólo comprobar in situ los engranajes fundamentales que, al final, son los que aseguran el éxito y la continuidad de un festival: su organización, su infraestructura y, también, percatarnos si el elenco de músicos repleto de nombres en mayúsculas era capaz de estar a la altura de unas carreras profesionales que en un número considerable de los convocados no gozan ni mucho menos de su mejor momento.

Jueves 16

MadCool abría sus jornadas en un día de tiempo raro, con chaparrones y sol combinado, más o menos lo que se tradujo después en las actuaciones, si bien los puntos altos lo fueron mucho más.

La primera cita ineludible del día la tendríamos con la entrañable y bonita Alondra Bentley. Resolutions (15) su flamante disco del año pasado, anunció un viraje estilístico que sobre las tablas no terminó de cuajar al quedarse en una extraña tierra de nadie entre la primera y la reciente Alondra. Tampoco ayudó a la propuesta ni el horario, ni un aforo aún bastante deslucido a esas horas. Eso sí, su simpatía, su voz y el oficio de su banda brillaron a la altura esperada.

Poco tardamos después en comprobar que estábamos ante un festival de dolorosos solapamientos, una tónica a lo largo de los tres días, pero dónde no pasa. El primero que me hizo comprobar la rotunda sentencia de que “elegir es renunciar” fue el que protagonizaron los catalanes Manel, la rugosidad espartana y oscura de The Kills y el pop grande de corazón y melodías de Lori Meyers. Opté por estos últimos.

Los granadinos, con una afluencia de público muy generosa y entusiasta, salieron entonadísimos y muy entregados con el sol y el sonido de cara retomando la nostalgia constructiva de los mejores Brincos, con más músculo evidentemente desde la apertura con “Planilandia”. Así, no tardaron mucho en ser coreados en masa temas como “Luces de neón” o “Luciérnagas y Mariposas”, combinados con recientes clásicos como “Emborracharme” o los que tenemos en la memoria los más veteranos como “Tokio ya no nos quiere”. Unos supervivientes natos a lo que fue en su día el indie y lo que es hoy día. Sin trampa ni cartón. Gran show.

Llegaba después en el escenario grande el plato fuerte de la jornada con The Who. Antes, la afluencia masiva de camisetas de H&M con su nombre y esos regueros en masa en plan “todos venimos por esto” me produjo una pereza de dimensiones capaces de levantar de su tumba a Pessoa. Obviamente, nadie va a discutir el legado y la importancia de esta banda, pero no me faltaron muchos temas para saber que estábamos ante un concierto elogiable desde la perspectiva de lo que se estaba viendo más allá de ser su momento, todo pese al estado de forma de Roger Daltrey y Peter Townshed. Así, tras disfrutar a cierta distancia de clásicos como “The kids are alright” o “My generation”, corrí a una convocatoria que por coincidencia no tendría la recompensa merecida y que fue, sin embargo, de largo el mejor concierto para quien les escribe de la jornada.

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Y es que el estado de forma de Monarchy en disco y en directo es asombroso. Una versión escénica que recordaba a The Knife y un electropop absolutamente imbatible, convirtieron el escenario tres de la Caja Mágica en una auténtica fiesta lúdica y expansiva. Volverán en julio y nadie debería perdérselos. La hegemonía actual del sintetizador alcanzó con los británicos una más que justificada evidencia. Abnocto (15) el año pasado ya nos lo advertía, incluyendo en vivo un guiño al famoso “Video games” de Lana del Rey. Dolorosísimo me supuso el irme antes de terminar su concierto si quería llegar a mi cita con la nostalgia en primeras filas que ofrecía Garbage.

Y más doloroso lo fue tras su show de trazo grueso y falta absoluta de matices. Una carismática, explosiva y del todo sexy Shirley Manson fue lo único destacable, con mucho: a sus 49 años su magnetismo continúa del todo inmaculado. Pero claro, una banda no puede vivir sólo de eso. Añadir que por complicaciones de salud Butch Vig no se encontraba allí, algo que también restó puntos. Obviemos el desastre de su reciente disco Strange Little birds (16), allí nos congregamos a disfrutar de sus clásicos y algunos como “Stupid girl”, “Special” u “Only happy when it rains” hicieron aguas por todos lados. Un sonido apelmazado, difuso y muy por debajo en instrumentación con respecto a voz, impedía disfrutar de los temas, salvando quizá los momentos más frontales y menos pulidos como con “Sex is not the enemy”, “Why do you love me” o su reciente single “Empty”.

Todo lo contrario ocurrió en ese mismo escenario con Editors. Enésima demostración de elegancia y solvencia en directo de los de Stafford. Se podrá decir de ellos que su sonido es derivativo o que no arriesgan tanto como otros coetáneos (The National o Interpol), pero lo que es indudable es su tremendo oficio y canciones como soles. Aquí brillaron tanto antiguos himnos (“Munich”, “The racing rats” o “Papillon”) como sus recientes conquistas de épica lustrosa y epatante (“All the kings” y, sobre todo, ese colofón rotundo y grande con “Marching Orders”).

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Quedaba el cierre de fiesta con Vetusta Morla. No marearé mucho la perdiz: todos mis respetos hacia una banda que desde la estricta independencia y autoedición ha llegado donde la ha hecho. Mi afecto hacia un disco de debut, Un día en el mundo (08), al que guardo gran cariño y unas ganas nada desdeñables desde el escenario. Pero lo siento, sus discos fueron perdiendo fuelle y la sensación creciente de que esta banda no está hecha para mí, me impidió disfrutar de un concierto que por lo allí visto sonaba a gran triunfada artistas-público. Algunos tics escénicos y observaciones del respetable -lo siento- me llevaron a pensar malvadamente que estaba ante “Los Radiohead del cuñaísmo”. Espero admitan mi gentil e inocente dardo sin afilar.

Viernes 17

La segunda jornada de MadCool prometía, por encima de todo, un fiestón electrónico en sus horas golfas y también, de nuevo, dolorosos solapamientos que impedían disfrutarlo todo. La afluencia de público esta jornada me pareció sensiblemente superior, si bien la melomanía, por decirlo de alguna forma, la aprecié de manera más clara en la jornada anterior.

A primera hora quedaba revisitar una banda que a mí personalmente nunca me ha dicho demasiado: Sterophonics. Se encargaron de ofrecer sus dosis de pop-rock aseado, moderadamente “alternativo” mientras me esperaba para una de las primeras citas realmente interesantes del día.

Y esa no fue otra que Temples. Su psicodelia galáctica, mesurada a la par que hipodérmica, quizá requería otras horas más nocturnas para expandirse adecuadamente. Aun así, los allí congregados pudimos disfrutar ampliamente las virtudes de un trabajo como Sun Structures (14). Envolventes, sugerentes y con empaque escénico.

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La primera decisión complicada vino después. La caída del cartel de última hora de Fuel Fandango había provocado la entrada en él de una banda tan en boga y al alza como León Benavente. 2 (16), su nuevo trabajo, afila la propuesta sin perder un ápice de actitud incisiva. Un milagro lo que han conseguido estos tipos abriéndose espacio en una escena nacional “independiente” más que sospechosa. Por desgracia, coincidir con una de las magdalenas proustianas de mi primera juventud como Jane’s Addiction hizo que tuviera que sacrificar su sólido directo.

Mucho temía el estado de forma de Perry Farrell y los suyos por mucho que interpretar de cabo a rabo un tótem absoluto del rock alternativo de los 90 como Ritual de lo Habitual (90) era en sí misma una jugada segura. Los excesos, excentricidades y recientes pasos en falso del combo no auguraban nada especialmente bueno, y, afortunadamente, me equivoqué, al menos en buena medida.

Perry Farrell, con una estampa digna del Jocker, comenzó algo hierático y frío, pero a medida que las filigranas a la guitarra de Dave Navarro y un público talludito, pero no por ello frío en modo alguno, fue animándole hasta hacerle sentir confiado, sonriente y carismático. Una puesta en escena adorablemente decadente y excesiva con strippers y chicas en lencería negra volando cogidas de su espalda por mosquetones en el tramo final del show, dieron un aspecto bizarro y perturbador, tal y como debe ser la atmósfera transmitida por Jane’s Addiction.

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Del grueso de su show interpretando su obra magna, destacar la dupla de “Been caught steeling”, mecha definitiva para incendiar al público, y una atómica interpretación apocalíptica de su canción más ambiciosa: “Three days”. A destacar también los agradecidos añadidos, especialmente una fresquita e impactante “Just because”, la barbaridad instintiva y sexual de “Ted, just admit it” y la relajación a la deriva en que nos sumió “Jane says” para liberarnos suavemente de ese viaje restrospectivo formidable.

Y sin pausa posible, corriendo al escenario dos a encontrarnos con Band of Horses. Adoro a esta banda, sus primeros discos están incrustados en mis ventrículos. Por desgracia, sus últimos pasos en estudio naufragan de manera escandalosa. Lo hicieron con Mirage Rock (12) y lo repiten, más clamorosamente si cabe, con Why are you ok (16) este mismo año. Temores previos por tanto considerables.

Y me bastó el arranque para quitármelos de encima. Impensable para mí que abrieran con una cumbre absoluta de su disco cabecera para mí de Cease to begin (08), “Cigarettes and wedding bands”, ejemplificación total de cuál era su estilo primitivo y más emocionante, ese que conectaba a través de filamentos vivos y maravillosamente hermosos con el legado emo a los Sunny day Real Estate y tantas otra bandas, de cuando esa etiqueta no era una corrupta etiqueta prostituida.

Eso mismo ocurrió con sus múltiples rescates primitivos: “No one’s gonna love you”, “Ode to LRC”, “Islands on the coast”, “The great Salt Lake”, “Is there a ghost” o “The funeral”, vertebrando con diferencia el mejor concierto del día para quien les escribe; Eso, a pesar de la presentación de nuevos temas con los que el bajón era de órdago, aunque muy puntual. Y sí, sonó “Laredo”, buena canción, pero ya apropiada por completo por parte de los que no saben de qué va para nada esta banda.

Tocaba el mayor reclamo del día: el show de The Prodigy. No faltaron sus clásicos imperecederos como “Breath”, “Firestarter”, “Voodoo people”, “Smack my bitch up” y, sobre todo, una impresionante y contundente “Their law”, todo ello para disimular una carrera que hace años se encuentra en una decadencia sin freno. Facilón en su mayoría, concierto de garrafón, agradecido a la par que olvidable a los dos minutos.

The Prodigy prometían contundencia, baile, macarrismo y actitud. Curiosamente, lo ofrecieron, pero todo ello sería posteriormente superado con nota por el desparpajo callejero y sin complejos –mucho más creíble- de los sudafricanos Die Antwoord.

Y no me olvido del solape en mitad de estas bacanales electrónicas de los resucitados 091.Tal y como me dijeron amigos de muy fiable criterio, el concierto de Lapido y los suyos fue una demostración más de autenticidad y rock del que ya nadie tiene el coraje de ni tan siquiera atreverse a componer.

Sábado 18

La tercera jornada que serviría como cierre del MadCool se presentaba para mí con los dos principales alicientes: Neil Young y Biffy Clyro. Quizá era el día con menos citas ineludibles, pero esas dos se me hacían del todo fundamentales. Y tuve suerte, fueron de largo los dos conciertos sobresalientes no ya del día, sino de todo el festival en mi opinión.

La tarde prometía agradables primeros encuentros en el escenario 3, dos seguidos: Wild Beasts y Woods. Los primeros, con sus falsetes y su art pop de ramalazo indie dieron un show adecuadísimo para ir desperezándose de la pachorra de tarde. Presentaron algún tema nuevo y dieron la alternativa a Woods.

Woods traían flamante disco bajo el brazo, City sun eater in the river of light (16), un nuevo tratado entrelazado de pop y psicodelia, recordando en cierta manera a los My Morning Jacket del reciente y notable The Waterfall (15). Muy fresco y disfrutable, una sensación de sedación hipodérmica nos invadió a los allí congregados. Una de sus grandes bazas es la de no sonar premeditadamente retro, pese a beber de fuentes pretéritas. Creciendo aún, por extraño que resulte.

Tiempo ya para el plato fuerte del MadCool. Neil Young se dejaba caer por un festival acompañado de Promise of the real, la banda compuesta por los hijos de su amigo Willie Nelson. Regueros de personas acudieron a la llamada del incombustible rockero huraño. Un superviviente nato, talentoso, indomable, desafiante, comprometido, inteligente, vivo… todo eso y mucho más es Neil Young y sin una micra por debajo de semejante descripción fue el apoteósico show que nos brindó el canadiense.

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Con un primera parte más folkie y una segunda electrizante, Neil Young convenció y maravilló a propios y extraños, con su vena ecológica al 100%, convertido en el Hayao Miyazaki de la música, Young abrió al piano estremeciéndonos con “After the gold rush”, y al poco con la armónica inmortal de “Heart of Gold”, la hondura de “The needle and the damage done”, la belleza crepuscular de “From Hank to Hendrix” o la catarsis de “Alabama”.

La parte eléctrica ya fue demoledora: “Down the river”, “Like a hurricane” y el himno inmortal de “Keep on rockin’ in the free world” sonaron a gloria bendita, suponiendo para quien les escribe algunos de los momentos más irrepetibles que viva jamás delante de un escenario. Sobresaliente. Y como regalo, un “Love and only love” al que muchos nos hubiéramos aferrado toda una eternidad con tal de no dar por concluida una actuación que llevaremos dentro de nosotros hasta el último de nuestros días.

Acto seguido, corriendo al escenario 2 a disfrutar de una propuesta diametralmente opuesta. O no, qué demonios. Hablamos de música y emociones ¿Y quién nos va a pedir cuentas? Los escoceses Biffy Clyro venían a presentar disco y quedaba ver cómo las gastaban en directo esta vez.

Y no hubo duda: concierto sin fisuras, plagado de himnos, afiladísimo, mucho menos complaciente y fácil de lo que algunos presuponen. Los nuevos temas crecieron enormemente sobre las tablas, especialmente los dos singles de adelanto “Wolfs of Winter” abriendo” y la eminentemente stoner-pop “Animal Style”. Muy acertados los rescates de su contundente Puzzle (07), especialmente una desquiciada “Living is a problem because everybody dies”.

Qué hablar de temas tan epatantes y descaradamente adictivos como “Bubbles”, “Sound like balloons” o “Black chandalier”, una comunión de gargantas coreaban y no dejaban de botar mientras que la banda actuaba con un vigor y fisicidad completas, especialmente un enchufadísimo Simon Neil. Muy emocionantes sonaron sus temas más emotivos y épicos, una celebrada “Biblical” y un “Many of horrors” que me desarmó por completo entre saltos, lágrimas y brazos al alza. Conciertazo de mucha altura.

Y quedaba el fin de fiesta electrónico por todo lo alto que darían la dupla compuesta por Two Doors Cinema Club, muchísimo mejores en vivo que en disco para mí y la propuesta algo más petarda, decadente y entrañable que montaron Capital Cities, incluyendo sus versiones de “Remember the time” de Michael Jackson y de “Stayin’ alive” de Bee Gees, junto a canciones tan bienvenidas a esas horas como “Kangaroo Court”; todo ello antes de la apoteosis que se montó con “Save and sound”, temarral que sonó a celebración pura, la de contar de nuevo con un festival de altura en Madrid.

Por fin la ilusión ha vuelto. Que tiemblen los cimientos de aquellos que no la desean, jamás los nuestros.

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