Muere John Prine por Covid, el hombre tranquilo del Americana

No era en absoluto la típica estrella. No daba la talla. Un tipo enjuto, más bien poco agraciado, dotado de una voz justita y no encuadrable, realmente, en ninguna corriente estilística, pero sin duda un escritor de canciones de las que marcan época.

Pese a lo poco conocido que es en nuestro país, John Prine, nacido en Waywood, Illinois, el 10 de octubre de 1946 y fallecido ayer en Nashville, Tennessee, a causa del maldito bicho que tiene actualmente en jaque a toda la humanidad, es uno de los referentes de eso que se ha dado en llamar “americana”, un término amplio donde los haya, que alberga tanto cosas antiguas como modernas y del cual él es uno de sus arquitectos más prestigiosos, por haber sabido combinar a la perfección tradición con una actitud más cercana a su contexto, que le acerca a la música rock, sin llegar a tocarla.

Criado en el área de Chicago, pero de familia sureña, el country fue un género cotidiano en casa de los Prine. Su padre, siempre le decía: “recuerda, hijo, eres puramente de Kentucky, el último de una estirpe en extinción”, mientras hacía sonar a Hank Williams o a la Carter Family. Su hermano fue quien le enseñó a tocar la guitarra, para que pudiera acompañarle mientras él le daba al fiddle. Sin darse cuenta, el menor de los Prine comenzó a escribir sus propias canciones en base a los cánones que conocía y un poco también de lo que sonaba entonces por la radio norteamericana.

Nunca fue buen estudiante. Le costó bastante graduarse y tras ello, comenzó a trabajar como cartero, algo en lo que siguió antes y después de que le llamaran a filas. Afortunadamente, aunque la guerra de Vietnam estaba ya en pleno apogeo, le destinaron a Alemania, tanto allí como a su vuelta a EEUU, en que continuó como cartero, siguió componiendo varias de las canciones que en el futuro integrarían su primer LP.

La gran oportunidad surgió en el típico micro abierto de un pequeño club de Chicago. No le impresionaba lo que escuchaba de los que pasaban por el escenario y empezó a increparles. Alguien le digo “si es tan fácil por qué no subes tú’?”. Y así lo hizo. Tocó “Sam Stone” y todo el mundo se quedó atónito, aquél chaval enjuto y sin casi atractivo les dejó sin habla con aquella historia tan cruda sobre un veterano del ejército adicto a la morfina. El propietario del club ofreció a John Prine un trabajo actuando en el club de forma fija y ahí empezó la historia.

Fue Kris Kristofferson quien le descubrió e intercedió con Atlantic Records para la grabación de su celebrado debut, una obra maestra que condicionaría toda su carrera, es difícil empezar con algo tan grande. John Prine (1971) es una obra maestra en toda regla y recibió la correspondiente ovación crítica ya que incluía, además de la citada “Sam Stone”, maravillas como “Illegal smile” o “Angel from Montgomery”.

Considerado uno de los “nuevos Dylans” (curiosamente, Dylan acabaría siendo un rendido fan suyo), continuó su trayectoria en Atlantic con discos de la talla de Diamonds In The Rough (1972), Sweet Revenge (1973) o Common Sense (1975), disco que marcó el fin de su relación con la discográfica, renegando para siempre de las maniobras viles de las multinacionales. Así pasó a Asylum, compañía algo más modesta con la que grabó álbumes como Bruised Orange (1978), en el que alcanzó un cénit similar al de su debut gracias a un acercamiento al rock que refrescó su forma de componer. Incluso se permitió acertados ejercicios de estilo como el de Pink Cadillac (1979) con el rockabilly.

Con la llegada de los 80, John Prine decidió mudarse a Nashville, capital de la música estadounidense, donde residiría hasta el final de sus días y donde puso en marcha su propia discográfica, Oh Boy, junto con su manager Al Brunetta y su amigo Dan Einstein. En ella grabarían amigos, como el mismísimo Kristofferson, Todd Snider o, por supuesto, el propio Prine, que la inauguró con Aimless Love (1984), todo un comeback, que abrió, junto al sello, una nueva era en su carrera.

Era respetado tanto en su faceta de compositor (el super grupo Highwaymen grabó su tema “The 20th century is almost over”), como en la de músico. Sus discos nunca vendieron grandes cantidades, pero sí que se fue construyendo una ampio culto en torno a su figura, sobre todo en otros músico. Sonada, por ejemplo, fue su colaboración con Howie Epstein, bajista de los Heartbreakers de Tom Petty con el que urdió el fantástico disco The Missing Years (1991), que además incluía colaboraciones de Bruce Springsteen, el mismo Petty, o incluso una leyenda como Phil Everly, valiendole un Grammy a mejor disco de folk contemporáneo (llegaría a cosechar 3 de ellos y muchas más nominaciones).

Su carrera siguió sin altibajos y sus trabajos conocieron poca flaqueza, incluso cuando en 1998 le fueron detectadas células escamosas cancerígenas en la parte derecha del cuello. La cirugía subsiguiente tuvo como consecuencia que le extirparan parte de esa extremidad y que tuviera que pasar por una recuperación bastante complicada. No obstante, una vez pudo volver a cantar, la música siguió llegando con suficiente puntualidad, para alegría de sus ya muchos fans.

Gran sorpresa fue, de hecho, que en 2018, tras trece años desde su anterior disco, Fair & Square, y tras recuperarse de un nuevo cáncer, esta vez de pulmón, regresara con The Tree Of Forgiveness, el que curiosamente sería su disco de mayor éxito, tanto crítico como de público, siendo nominado a varios Grammys y devolviendo a su autor a los escenarios. No hay más que ver lo pletórico que estaba con su banda en aquél ya mítico NPR Tiny Desk Concert que llevó a cabo en marzo de 2018.

Lamentablemente, como a tantas otras personas de avanzada edad y con problemas de salud, John Prine era una de las consideradas de alto riesgo. El destino ha querido que, como tantos otros, el Covid-19 haya hecho presa de él y le haya llevado al otro barrio precisamente a él, que había sobrevivido a la parca en varias ocasiones. Esta vez no ha habido suerte y me temo que, como ha ocurrido con él, tendremos que llorar a muchos más. Es el signo de los tiempos, pero debemos ser fuertes y quedarnos con el recuerdo de un artista increíble que hizo gala de independencia como pocos y deja un rastro de canciones y discos absolutamente imprescindible para entender la música del pasado y del presente siglo. Un hombre tranquilo que sabía del poder inconmensurable e intangible de las canciones. Buen viaje, John Prine, a donde quiera que vayas.

 

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