Oh See! Festival 2019 (Auditorio Municipal) Málaga

La primera vez que asistes a un festival puede devenir en experiencia positiva (sería otra más) o menos satisfactoria (tampoco sería la primera vez), puesto que en dicha ecuación intervienen siempre varios factores: Meteorológicos, geográficos, económicos y puramente relativos al plano musical. Grosso modo, puntualizamos cada uno de ellos. El primero resultó complaciente en Málaga y al cielo del Auditorio Municipal solo acudieron algunas nubes, amenazantes en más de una ocasión, que no llegaron a llevar la sangre al río que inundó buena parte del país durante el pasado fin de semana; el segundo escasamente reprochable, y admirable la capacidad de la organización para no poner a la venta más entradas de las debidas y conseguir que el recinto fuera un espacio bastante más habitable de lo habitual en este tipo de convocatorias; el tercero más dudoso, ya que en pocos festivales se da un aumento de precio tan repentino durante los días previos, incluida la desaparición de las entradas por día (¿pura estrategia comercial o es que hubo mucha gente que se hizo con el ticket para luego desistir o ser incapaz de revenderlos?); y del cuarto hablaremos a continuación, de lo desconcertante que es para cualquiera encontrarse conviviendo en el mismo cartel a C. Tangana y 091 o a La Casa Azul con Morgan. Heterogeneidad mal entendida, ánimo de complacencia global, rentabilidad compatible con seriedad… Es solo la segunda edición del Oh See! Festival y se supone que no la última, o al menos eso se intuye por la satisfacción organizativa después de haber metido a 14000 personas durante ambas jornadas y no lamentar ni un solo incidente destacable. Pero hablemos de música, que parece que últimamente es la excusa en lugar de la opción.

VIERNES 13 DE SEPTIEMBRE

Es complicado que una banda de las características de Morgan se ajuste a las limitaciones que, se quiera o no, impone a los artistas cualquier festival. Tocando cuando mucha gente aún estaba intentando aparcar en las inmediaciones del Auditorio, ante media audiencia que apenas los conocía –y no será porque no se han cansado de hacer kilómetros durante los últimos dos años- y con una Nina que no pudo lucir la energía y elegancia de su voz gracias a un sonido ciertamente mejorable, temas con tanta fuerza emocional como “Planet Earth”, “Sargento de hierro”, “Attempting”, “Flying peacefully” y con el ímpetu de “Another road (Gettin’ ready)” no calaron tanto como acostumbran. El cuarteto es un volcán en directo y tienen dos discos fantásticos, pero sigo pensando que lo suyo no acaba de encajar en este tipo de eventos. Los hemos visto en mejores condiciones, sobre todo acústicas, y no hay color. Para colmo, a la cantante le tuvieron que prestar un vestido para salir a escena y tampoco es que estuviera demasiado favorecida. Esto es una anécdota, sí, pero en otras webs se habla más de los looks de la gente que de los conciertos, así que debe permitirse la licencia.

Un grupo que se hizo famoso por hacer la banda sonora, más bien la sintonía, de una serie de televisión tan famosa en España como Física o Química es obvio que tiene el grueso de sus seguidores entre el sector de público más frisando la treintena, el perfil del asistente medio por lo que pudimos comprobar. Ni la serie ni la música que practican estos manchegos, pop rock de radio fórmula con intermitentes osadías roqueras pasarán precisamente a la historia, pero han vuelto a grabar después de bastante tiempo un disco titulado Estamos Enteros, así como reivindicando su existencia y para que nadie se olvide de ellos salen a tocar, aparte del tema de marras, apañados himnos de su discografía como “Mañana por la mañana” o “Ruido”. Son unos músicos tan serios como inofensivos, y parecen haber metido de nuevo la cabeza en el circuito con su inclusión en algunos carteles que pueden volver a servirles de altavoz. No sé si será el momento adecuado para Despistaos pero les deseamos toda la suerte del mundo.

Como espero que comprenda nuestro más amplio sector de lectores, lo de C. Tangana me parecía una broma de tal calibre que hasta la recibí de buen gusto como la ocasión perfecta para ausentarnos durante la hora y pico que entre su espectáculo –ignoro si más o menos lamentable, pero tampoco quería estar allí para constatarlo- y las repetitivas sesiones de DJs que amenizaban las esperas teníamos disponible para recargar baterías físicas y biológicas. Por las imágenes oficiales, al desnortado trapero le molan los espectáculos pirotécnicos de baja estofa y suele echar mano de ellos para que su olvidable discurso parezca importante. Al volver ya estaban en escena a Juancho, el mini Leiva que comanda Sidecars, y sus acompañantes. Los de abajo, aclamando a una banda que jamás imaginó llegar a tanto con tan poco, y los de arriba, creyendo que son la avanzadilla del nuevo rock español cuando de no contar con los mismos padrinos con los que cuenta el hermano del vocalista dudo mucho que salieran de su barrio más que a dos o tres bolos para amigos, novietas y conocidos.

No sé si me resultan más aburridos ellos o el narcisismo del que hizo gala Santi Balmes una vez más al día siguiente. Me esfuerzo por apreciar algunas canciones más o menos aseadas como “Tu mejor pesadilla” o “Contra las cuerdas”, o algunos fraseos de guitarra con base en el folk rock que les deberían haber enseñado The Byrds, por ejemplo, pero es todo tan superficial y cantado con un tono tan monocorde y liviano que las supuestas historias de desamor de las que hablan en su último disco quedan desvirtuadas incluso en directo. Oí algún comentario sobre su pasada actuación en Málaga en abril, en el mucho más apropiado Teatro Cervantes, y puede que las alabanzas sean justificadas. Lamentablemente, lo que vi y escuché aquí no pasó de un pasatiempo no demasiado desagradable, sin poso ni emoción alguna. Pero si el público disfruta y tal, pues oigan, no voy a venir yo a poner pegas. Al menos la cerveza no era la que suele ser en el ochenta por ciento de festivales organizados de Despeñaperros para abajo y pudimos beber y desahogarnos a gusto después, aunque suene a chufla, con La Casa Azul.

 

Mis respetos a Guille Milkyway. Se ha creado un nombre en la escena, hace y produce discos con solvencia y sabe perfectamente cuál es su sitio. Sigue empeñado en hacer de Daft Punk y se camufla con cascos y viseras durante la primera parte de la actuación pero las distancias por desgracia aún son grandes por muchos paralelismos que él mismo estableciera con el juego de dibujos animados y lo incierto de su personalidad real. La Gran Esfera es un buen disco para quienes crean en el baile como vía de sanación universal y tiendan al hedonismo y la despreocupación como motores vitales trasladables a cualquier festival veraniego. Otros lo vemos como lo que creo que es, un mero divertimento, un músico al que le gustan las máquinas y el pop de toda la vida y sabe combinar sus gustos y habilidades sin pretensiones ni aspiraciones innecesarias. “Podría ser peor”, como él mismo proclama, y a sus fans les gusta pensar eso de que “Esta noche solo cantan para mí” y proclamar “La revolución sexual” como terapia definitiva contra el tedio. Desde luego, canciones que suenan francamente bien (no aquí) cuando lo que se busca es justamente lo que se encuentra. Hace un año repetía show en este mismo escenario pero ahora, elegido como cierre de la primera jornada, el lucimiento se suponía mayor. Hubo quien acabó yéndose antes de tiempo para disfrutar en las mejores condiciones posibles de la más consistente receta musical del día siguiente, aunque la cosa empezara a horas intempestivas e imposibles para algunas logísticas. Aun así, pocas cosas nos dejamos en el tintero.

SÁBADO 14 DE SEPTIEMBRE

Me habría encantado poder disfrutar más (próximamente nos resarciremos en estas mismas páginas) del concierto de una de las bandas fundamentales del power pop, o del punk pop, o del post punk, hecho en España en las últimas décadas. Etiquetas les sobran a Airbag, que jugaban en casa presentando los temas del muy explícito Cementerio Indie a otra hora delicada para que lo que quieren decir se explique como es debido. Son unos veteranísimos de la escena, han pasado por varios altibajos que en ningún caso les ha costado una carrera ejemplar, y siguen dando lecciones a otros que empiezan en su misma onda y también a otros que después se han hermanado de alguna forma con su legado. Ya sabíamos que Carolina Durante recibirían más atención, por algo están sonando en todas partes casi hasta el hartazgo, pero a los de Estepona nunca les sobrará tiempo para poner las cosas en su sitio con tremendos con los dardos de “Eleven y Mike” y “El centro del mundo” disparando directos al corazón de todo aquel que admire a bandazas del perfil de Weezer o The Gigolo Aunts. Que están y seguirán estando infravalorados hasta que se harten de ello es una verdad como un templo y una tristísima realidad. Y como todos los convocados al festival, pudieron sonar muchísimo mejor.

Era imposible notar el cansancio físico y vocal, respectivamente, de la banda madrileña y de su líder Diego Ibáñez tras haberse recorrido el país de punta a cabo tras tocar en Donostia la noche anterior. A su voz, basada en el desgañite y la ausencia total de inflexiones, no se le puede sacar más partido, pero sí a canciones aptas para el desmelene, y ahí “Las canciones de Juanita”, “Buenos consejos, peores personas”, “Niña de hielo” o la indolente “Joder, no sé”, y ellos lo intentan entre solidez rítmica y contoneos indescriptibles. Tienen personalidad, eso es innegable, y tocar con el batería de Airbag una indescriptible “Cayetano” les hace ganar puntos. El reciente dueto con La Bien Querida aporta más bien poco, así que cuando se ponen a tocar como saben consiguen que a los que no nos ha interesado demasiado su debut discográfico hagamos al menos el esfuerzo de disfrutar de su concierto. Lo conseguimos, y hay que decir que sacarle el máximo partido a un único disco sin tener casi tiempo para ensayar antes de cada bolo es algo digno de aplauso. Habrá que esperar y no precipitarse como hacen muchos ya al calificarlos como los nuevos Nikis o boutades similares, pero las sensaciones no son nada negativas.

Hace justo un mes que hablamos del actual directo de Zahara en nuestra crónica del Nosinmúsica gaditano. A la ubetense la acompañan unos músicos brutales, una banda comandada por Manuel Cabezalí a las guitarras y Martí Perarnau a los teclados (líderes respectivos de Havalina y Mucho) no puede sonar mal aunque quiera, y tal vez tanto medio tiempo y tanta intensidad como la chica quiere imprimirle a lo que hace no les saque lo mejor de sí mismos. Convertidos en gregarios aunque con mucho que aportar, le dan a la voz inocente de ella el contrapunto necesario para impulsar la gasolina de “David Duchovny”, un tema que ya ha convertido en pequeño clásico de su repertorio, y solventar como pueden los graves problemas de sonido que casi interrumpieron su concierto a la mitad. De menos a más, tras tanta balada intrascendente, se desata la pequeña bestia que lleva dentro y el final del concierto, con esa maravilla titulada “Hoy la bestia cena en casa” explica algunas cosas sobre por qué es una apuesta segura en el circuito. La irregularidad de sus discos ya es otro asunto.

¿Es folk, es rock, es indie? Y qué más da. Son La M.O.D.A. y ellos, con sus camisetas interiores como uniforme, sus vientos radiantes y la cargante voz de su cantante, parecen hacer felices a muchas almas. El grupo tiene un halo de sentimiento comunitario que vuela muy por encima de su música, plagada de lugares comunes y confundiendo diversión con sustancia. A lo peor es que uno ya no debería ir a tantos festivales, porque donde unos levantaban los brazos y los vasos otros bostezábamos y rezábamos para que la amenazante lluvia nos dejara disfrutar en paz del concierto de 091, tal vez el motivo principal de nuestra presencia. “Una canción para no decir te quiero”, “Vasos vacíos” y otras medianías similares los mantienen en boca de muchos, y ojalá que siga siendo así, que tampoco quiero yo joderles la vida a sus fans. Ni por supuesto que nadie nos jodiera lo que de verdad habíamos venido a ver, y ahora el cambio sí era realmente brutal.

No les voy a dedicar más espacio del necesario para no herir susceptibilidades, pero la justicia es algo que brilla por su ausencia en la música de este país. A 091 se la están haciendo ahora, veinticinco años después de su primera desaparición oficial, y eso no sé si se puede enmendar. Tienen más de cincuenta años y están saboreando un éxito que debería haberles llegado mucho antes, y lo hacen después de la maniobra de resurrección de hace un par de años y tras volver a meterse juntos en un estudio de grabación y parir un disco que estamos deseando escuchar. Anticiparon en directo lo mismo que ya está en las redes, un tema oscuro, de raíz clásica y muy en la onda de sus últimas grabaciones titulado “Vengo a terminar lo que empecé” en el que José Antonio ‘Pitos’ García se explaya con los agudos que lo caracterizan y las guitarras de los Lapido rugen en su justa medida. No es amor de hijo, pero fueron los únicos que supieron sobreponerse al horrendo sonido y ajustar decibelios en el desfile triunfal que empalma “Zapatos de piel de caimán”, “Este es nuestro tiempo”, “El baile de la desesperación”, “Huellas”, “Un cielo color vino”, “Esta noche”, “La torre de la vela”, “Nada es real”, “Otros como yo”, “Qué fue del siglo XX” y el colofón mágico de “La vida qué mala es”. Sin pestañear ni despeinarse, todos de negro riguroso y dando lecciones de elegancia, poderío y clase. Solo por ellos, ya lo sabíamos, mereció la pena venir. Ojo, se avecina uno de los discos del año y la consiguiente gira, y advierto que no nos lo pensamos perder.

Claro que es fácil triunfar cuando los que te suceden son Love Of Lesbian. Dudo mucho de que actualmente haya en un escenario un grupo más pagado de sí mismo y con tal hinchazón de méritos. Escuché sus dos primeros discos y lo que prometía ser una revolución en el pop español se convirtió con el paso de los años en una especie de circo, un discurso autocomplaciente y unas piruetas escénicas sin gracia ni fondo al que agarrarse. El amigo Balmes aún se pregunta, en su falsa inocencia, si hay alguien que no los conoce, y alaba al voluntarioso guitarrista que sustituye transitoriamente al lesionado Julián Saldarriaga, para seguir poniéndose máscaras (por cierto, horrendo el estilismo de blanco inmaculado) y gritando más que cantando las mil veces oídas “Algunas plantas”, “Belice”, “Bajo el volcán”, “Incendios de nieve” y, claro, el “Club de fans de John Boy”, con el surtido correspondiente de camisetas con el título en primera fila. Solo diré que a estas alturas me resulta harto incomprensible que haya ciertas bandas cuya presencia sea prácticamente obligatoria en todos los festivales mientras otras mucho más interesantes se conformen con tocar de vez en cuando en escenarios menores o salas en las que el desastre económico les obliga a desistir a corto plazo, pero me temo que volverá a ser una voz en el desierto y un pensamiento común ya demasiadas veces expresado sin remedio. En fin, que les aproveche a los fans porque parece que la feria de los “lesbianos” se va a estirar hasta el infinito y lo que nos quede por sufrir.

Una casualidad que Viva Suecia compartieron con los catalanes fue la desgracia de que a Rafa Val se le rompiera algún dedo, con lo cual el vocalista ejerció solo como tal, pasando las segundas guitarras a otras manos e incorporando para este tramo de la gira a un teclista que amplifica el alcance de unas canciones estilosas, anticipando un nuevo trabajo con buenas perspectivas en “Algunos tenemos fe” y “Lo que te mereces”. Es cierto que suenan demasiado planos en ocasiones, pero lo hacen francamente bien y tienen motivos para sentirse orgullosos con estribillos ya indelebles como los de “Hemos ganado tiempo”, “A dónde ir”, “Los años” y “Bien por ti”. Estuvieron mermados por los horarios y la urgencia de parar ante la amenaza de corte y normalmente dan mucho más de lo que dieron, pero supieron adaptar su habitual repertorio y ser un digno cierre, porque son buenos músicos, a un festival que ha ampliado su oferta a dos días y para próximas ediciones debería poner en entredicho la máxima, basada en la rentabilidad más que en otra cosa, de que hay que intentar contentar a todos. Eso siempre conlleva el descontento de una amplia mayoría, con el añadido de que esto es lo que hay, y no es una frase hecha.

Repasen los festivales españoles y vean cuántos nombres se repiten y si la endogamia que los asola es realmente buena señal. Concédasenos el beneficio de la duda y permítasenos el elogio a una organización impecable, para que la balanza quede debidamente equilibrada.

Fotos: Javier Rosa (Oh, See! Fest)   

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