Pauline En La Playa – El Salto (Autoeditado)

Han pasado veinte, ¡veinte!, desde que Pauline En La Playa debutaran en Subterfuge con su primer ep. Desde aquel brillante debut, Alicia Álvarez y Mar Álvarez han ido editando discos que han esculpido un peculiar sonido mecido por melodías de una robusta fragilidad, y un lirismo en donde las pequeñas cosas se alían entre ellas para hacer descubrirnos el reverso de una realidad, muchas veces, que se nos pasan inadvertidas. El poder de lo efímero, el instante mágico en el que lo más nimio cobra tal importancia en nuestras vidas hasta el punto de cambiar el rumbo, como en las novelas de Raymon Carver o Pierre Michon

Las hermanas Álvarez siempre han tenido una especial facilidad y gracia para crear marcos narrativos y musicales sugerentes, siempre influenciados por el pop más fabulador con herencias del folklore refranero, de los cuentos para niños a la manera de Maurice Sendak, al poder del verso sinestésico, y a una estética cercana a Vainica Doble y CRAG, y claro, al Xixón Sound que tantas cosas bonitas nos ofreció.

Este es el sexto álbum largo de Pauline En La Playa, y el primero que ellas mismas lo autoeditan rodeadas de gente amiga como algunas integrantes de Nosoträsh, Guiller Momonje, Pedro Vigil, o Fany Álvarez de Elle Belga. Estamos ante un disco de pop excelso, repleto de pasajes memorables. El Salto (Autoeditado, 2019) -preciosa portada e insert de Alicia Varela-se me antoja un trabajo anómalo en nuestro panorama nacional, porque pocos pueden sacar pecho y crear un diálogo tan singular con el oyente, y darle tantas pistas para completar historias inacabadas, aliadas con la imaginación.

“Un Bosque” abre con las guitarras punteando una melodía que de forma repentina toma una frondosa pendiente creando un precioso espacio de ingravidez a lo Beach House con versos tan bellos como “Hay dentro de mí un bosque. Con árboles frondosos y osos enormes que abren sus bocas, y dejan que el aire les saque las moscas”. Folk confesional pagano que nos pertenece ya a todos. El trote eléctrico y minimalista continúa con “Verano Inmenso” (“…Y me pondré de puntillas para besarte la nariz, y te diré muy bajito eso que solo yo te digo a ti”), otra nostálgica oda al fin del verano y los corazones en llamas.

Esa estética de lo mínimo cobra sentido en la maravillosa “Auuu” (“Soplaré, soplaré y tiraré tu casa. Solo quedará el suelo del parqué, y el cielo estrellado sobre él”) en donde uno se quedaría a vivir entre su letra para siempre para saber qué va a pasar después de que acabe. La no menos mayúscula “La Mujer Barbuda” resuena el romanticismo de Vainica Doble, y en “Atardecer En El Este” dan rienda a un rock que me recuerda a Jonathan Richman.

La guitarra y los sintetizadores acolchan el homenaje a la alpinista “Catherine Destivelle”; “Tricotar” es un hermoso cuento surrealista que es una remembranza de Nosoträsh y que pespuntea el piano de Mar. Llegamos ya al final. “Bailo”, preciosa balada con un verso final que me deja noqueado: “Las tardes van pasando y ya no vuelven”. Bailo y bailo, y salgo de plano. “Pin, Pan, Pun” es otro guiño a las Vainica, en una oda al pan y a los cuentos de los Hermanos Grimm. El violoncelo y el violín dan cuerpo a un final pletórico con “Una Gran Ballena Azul” ( la imaginería de Herman Melville casi siempre aparece en las imágenes de este dúo) que pone el broche de oro a un disco inmenso.

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