So – So (Thrill Jockey)

Sorprendente.

Así podría definirse la nueva propuesta de Markus Popp, o lo que es lo mismo, Oval, en su colaboración con la ¿japonesa? Eriko Toyoda.

Sorprendente por su “accesibilidad”, tratamientos sonoros y delicada dicción pop, que conforman el disco mas redondo de Popp desde el ya lejano 94Diskont (95).

Sorprendente por venir de quien viene, porque en sus últimos trabajos bajo su alias más conocido, Ovalprocess (00) y Ovalcommers (01) exploraban (el primero), y profundizaban (el segundo), en la vertiente más áspera del sonido digital creado por él mismo.

Si bien ya desde Ovalprocess podían intuirse asomos de feedbacks de guitarra o sonidos más orgánicos, es en este trabajo junto a Toyoda, donde el proceso de creación deviene un aire de accesibilidad que debe tanto al Endless Summer (01) de Fennesz (o el Loveless de la generación digital), como éste debía al Systemisch (94) del propio Oval.

Toyoda y Popp trabajan a partir de una fórmula de sobra conocida, pero que , por venir de quien viene, bien merece un respeto.

La primera graba los patrones de guitarra y voz y el segundo aplica su sabiduría de, y reconstruyendo, la propuesta para dar lugar a lo que bien se podría llamar shoegaze digital (por la búsqueda del estado de levitación).

Vamos, que el resultado, a pesar de los truculentos laberintos sonoros tejidos por Popp, es un disco pop al uso.

Todo lo vanguardista, ruidoso y digital que quieran, pero “pop”. Pop como el de Fennesz o Tujiko Noriko, arriesgado, difícil pero infinitamente mas trascendente y duradero que el 99% de la producción que nos llega de medio mundo.

So, apuesta por las texturas, la sonoridad y la búsqueda del zen. No se descuidan las melodías, pero el resultado no es lineal, sino granular, no se siguen estructuras tradicionales, se generan espirales ambientales o ruidosas donde las guitarras y voces encajan de modo familiar y suave.

Lejos de sonar áspero o arisco (a pesar de que en su tramo final las cosas se complican), y como ya sucedía con Endless Summer, el sonido y las composiciones, adquieren vida propia. Transmiten calidez, una especie de estaticismo , y tranquilidad como si se mantuviese un tono y se variase eternamente.

Afortunadamente, lejos de resultar pesado y de perderse en la experimentación vacua, Popp recoge el testigo de sus contemporáneos (Fennesz, Rafael Toral, Kevin Drumm) y crea una pieza de orfebrería que rezuma dulzura y sensibilidad. Una auténtica demostración de cómo el lenguaje de las máquinas ha alcanzado un discurso tanto o más sensible que el de los instrumentos “tradicionales” (acaso no son electrónicos).

Es, una vez más, la afirmación de que el pop, o el folk (como hacen The Birdtree) e incluso el rock, no están muertos cuando las ideas, los conceptos y la imaginación y falta de prejuicios se ponen por encima de los clichés.

Diez pequeños esbozos de un futuro cada vez más cercano. Caricias digitales se diría.
Una pequeña maravilla (y no me vengan con el cuento del ruido).

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