Suede – The Blue Hour (Suede Ltd/Warner)

Suede han abandonado los barrios suburbanos, las viviendas de protección oficial, el sexo sucio en la parte trasera de automóviles, los opiáceos por vía intravenosa y las noches de excesos. Su nueva propuesta podría ubicarse en el imaginario de una autopista cubierta de chatarra, escombros y cristales rotos. Los vagabundos campan entre los despojos de la civilización, entre bidones de basura, vallas corroídas por el óxido, maleza reseca y el hedor de la gasolina quemada.

Los londinenses han aprendido de sus errores, de los álbumes blandos y comerciales que echaron a perder su carrera a principios de siglo. A diferencia de otras bandas, triunfan cuando publican propuestas a contracorriente al mercado musical. El destello pop, el tema radiable como “Beautiful Ones”, “She’s In Fashion” o “Positivity”, ha desaparecido a favor de una sonoridad árida, orquestal y extravagante.

The Blue Hour destila imágenes perturbadoras: niños secuestrados, entierros en mitad de la madrugada, el anhelo de huir a cualquier parte, pájaros muertos, el dolor de viejas heridas, romanticismo, sordidez y pérdida. La producción de Alan Moulder (Depeche Mode, Editors, Smashing Pumpkins, White Lies) conduce a la banda a territorios tan extraños como inexplorados en su discografía. Por otra parte, Neil Codling se ha encargado de los numerosos arreglos orquestales.

“The Invisibles”, presentada como primer adelanto, es una decadente balada sobre el sufrimiento del amor de juventud, con arpegios etéreos y cuerdas cortesía de Craig Armstrong (Massive Attack, U2, Pavarotti). Brett Anderson alterna entre el drama, la tristeza y el falsete, causando emociones a flor de piel.

La Orquesta Filarmónica de Praga aporta un sonido wagneriano propio de una ópera de Bertolt Brecht. “As One”, “Chalk Circles” y el spoken word “Roadkill” (puro “Future Legend” de Bowie), cuentan con oscuras secciones orquestales, coros gregorianos, aire medieval y atmósferas misteriosas. El Duque Blanco continúa siendo un referente para el grupo; muchas piezas no hubieran desentonado en Baal (RCA, 1982).

Los riffs rugosos y envolventes de Richard Oakes predominan por doquier. “Wastelands”, “Life Is Golden” (tercer single) y la balada “Beyond The Outskirts” (con madera de himno); pop clásico de toda la vida de Suede. “Mistress” (delicada e intimista), la épica “Tides” y “All The Wild Places” (pieza en crescendo conducida por piano y cuerdas con final sobrecogedor) remite a la República de Weimar, a clubs llenos de humo y el entrechocar de las copas de Bollinger.

“Cold Hands” destaca por una melodía pegadiza y una interpretación vertiginosa que roza del punk. “Don’t Be Afraid If Nobody Loves You” (segundo sencillo), hermanada con “Animal Nitrate” o “Starcrazy”, posee guitarras siniestras y falsete en el estribillo. Imposible no bailarlas en futuros conciertos. “Flytipping”, al igual que “Still Life” o “The Fur & The Feathers”, resulta cinemática, solemne y llena de emoción. Una despedida a la altura de las circunstancias.

Anderson (que acaba de publicar su autobiografía Mañanas negras como el carbón, 2018) es la estrella indiscutible de la función. Melodramático, arrogante y ampuloso, entre Scott Walker, Bowie y Morrissey, arropado por una instrumentación rica y lóbrega, ofrece una nueva clase de elegancia y divismo vocal. Las letras inspiradas en sus recuerdos de adolescencia son ideales para los solitarios y marginados por la sociedad.

Al contrario de muchos grupos de los noventa que también han regresado a la actualidad musical, los londinenses se encuentran en la cúspide creativa gracias a una serie de álbumes que pueden competir contra sus obras magnas. The Blue Hour es un trabajo dirigido a su público esencial que funciona como un todo, en el que las canciones se encuentran conectadas entre sí, ofreciendo un empaque sonoro casi conceptual. De hecho, los sencillos aparecen en la segunda cara del elepé; todo un desafío al público que demanda una escucha sin complicaciones.

El Britpop está muerto y enterrado: Suede son supervivientes del movimiento. Endurecidos por los reveses del pasado, han conseguido perdurar a su propia leyenda con la credibilidad artística intacta. Sus incondicionales pueden respirar con tranquilidad.

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