Super Bock Super Rock (Playa De Meco, Sesimbra) Portugal

La etiqueta Super Bock para cualquier portugués que se precie de serlo debe trascender el nombre de su cerveza más universal. Para quien esto firma, desde luego, la poción mágica, de paladar suave y graduación justa, que hizo las veces de combustible para aguantar tres mastodónticas jornadas –la primera más rápida de lo esperado- de música en vivo en las proximidades de la magnífica playa de Meco, en pleno pinar de la privilegiada localidad de Sesimbra, unos cuarenta kilómetros al sur de Lisboa. Lo que debió nacer como una celebración orgullosa por haber alcanzado el cuarto de siglo en lo que a ediciones se refiere desembocó en uno de los carteles más dispersos y menos “rock” en el sentido tradicional del término, una dirección ya apuntada en las últimas ediciones con la incorporación de nombres como los de Justice, Sevdaliza, London Grammar o Foster The People, que no hacían sino impulsar los nuevos vientos que soplarían de nuevo este año en el emplazamiento original del Super Bock Super Rock, tras su traslado teóricamente definitivo al mítico Parque de las Naciones lisboeta. Fue esta la gran novedad, para unos decantada del lado del romanticismo de cumplir tan magna fecha en brazos de quien te vio nacer; para otros, engorrosa decisión que obligaba al público y medios a desplazarse a una distancia relativamente considerable de la capital (los accesos al corazón del festival no son lo que se dice perfectos).

Entre los pros y los contras, para los que nos dedicamos a la dudosa tarea de contar lo más fielmente posible lo allí acontecido sale ganando la organización, a todas luces intachable, de cuyos responsables deberían aprender muchos de los festivales que se organizan a diestro y siniestro en territorio en lo que al trato al personal de prensa se refiere. Traslados al recinto a las horas acordadas, retorno al hotel con la misma precisión, catering incesante y variadísimo desde media tarde y hasta poco antes de concluir el último concierto, zona wifi y acceso libre a todo tipo de material relacionado con los artistas. El paraíso para quienes cada vez estamos más convencidos de que cualquier festival que dure más de dos días ya es una auténtica locura para el cronista. No olvidemos, lectores y lectoras, que uno aún no ha sido bendecido con el don de la ubicuidad y que en ciertas circunstancias se hace aún más complicado multiplicar tiempo y esfuerzos entre los diversos escenarios en pos de una información lo más completa posible. Algo, todo hay que decirlo, que muchos y muchas interpretan solo en sentido epidérmico al imaginar que aquello que leen en párrafos de longitud variable y ven en fotos más o menos afortunadas no es sino el resumen apresurado de unas vacaciones pagadas donde la música solo acompaña o desempeña un papel testimonial. Lejos de entrar en el campo minado de las opiniones sesgadas, por no decir de la ignorancia, nuestra misión (cumplida) se desarrolló tal y como cuento a partir del siguiente renglón.

JUEVES 18 DE JULIO

El incipiente ataque de rabia adivinado después de no poder acceder al escenario principal a tiempo para ver el que seguramente era uno de los conciertos más esperados, que no era otro que el que Cat Power ofreció a media tarde, amenazaba con no dejarnos empezar con buen pie la primera jornada. Para aminorar sus efectos optamos por acercarnos a ver cómo los portugueses Madrepaz, una banda valiosa autocalificada de pop chamánico, y el ánimo se sosegó al comprobar que son una apuesta segura de la escena local. Delicadeza en las melodías y bonitos momentos como “Luz de candeia” hicieron que a partir de ahora nos interesemos más por lo que se cuece ahí al lado, en un país que se enorgullece de sus raíces culturales y las cuida hasta cultivarlas generación tras generación. Un dulce comienzo, sin duda.

El dato que apunta que el grueso de bandas aquí convocadas actúan días antes o después en el corazón de monstruos como el FIB o Glastonbury ayuda a hacernos una idea de cómo se confeccionan los carteles de eventos de corte similar. Las bandas están obligadas a comprimir repertorios y dosificar intensidades en aras de la inmediatez que se le supone al hecho de estar ante audiencias entregadas de antemano. O, en el caso de los británicos Jungle, empezar a levantar brazos y mover anatomías con su pop electrónico de trascendencia limitada y sus falsetes eternos. Dicen que en el fondo lo que hacen es soul, aderezado con tecnología y lavado en el río de la modernidad, pero a lo que se dedican básicamente es a la música de baile. Se les da bien amenizar cualquier fiesta sintetizando ritmos tribales como hacen en “Smile”, incluido en el petardazo de disco que es For Ever, del que también atacan el ramalazo Motown de “Beat 4 (All good now)”, y sin despeinarse volver a otros grandes momentos como “The heat” o despedir el show con “Time”, de su primer y recordado disco. Muy completo, muy inteligente, muy satisfactorio.

Es discutible lo de colocar a The 1975 en el horario previo a la teórica cabeza de cartel de la jornada. Su pop efectivo pero por momentos inofensivo, que bascula entre las guitarras indies y los juegos con los teclados y la electrónica, les funciona la mayoría de veces, y su último álbum de título pretencioso, A Brief Inquiry Into Online Relationships, ha ganado hasta un BRIT. Matthew Healy es un buen frontman, qué duda cabe, con un tono vocal que recuerda salvando las distancias al Brian Molko más íntimo, y empezar un concierto con sendos himnos, díganse “Give yourself a try” y “TOOTIMETOOTIMETOOTIME”, les hace ganar bastante terreno. Luego tocan “It’s not living (if it’s not with you)”, “I always wanna die (sometimes)”, le meten autotune a la voz en “I like America and America likes me” y cumplen con creces el papel que se les asigna. Entretener sin terminar de demostrar que son la gran banda británica que muchos pretenden que sean. Nada que objetar, nada que destacar.

Mucho mejores, con menos épica y más canciones, son sus paisanos Metronomy. El avance como compositor de Joseph Mount le permite en esta gira dejar los teclados y centrarse más en la guitarra para crear atmósferas electrizantes como la de “The end of you too” e impulsar las bases sintéticas de “Heartbreaker” y “Everything goes my way”. Los de Devon son capaces de algo más que lo que suelen ofrecer, o esa es la sensación que te dejan a medio concierto cuando hacen “Reservoir” o la grandísima “Love letters”. Hubo tiempo para presentar el reciente, y nunca mejor titulado, “Lately”, y para esperar con curiosidad un nuevo trabajo en el que tampoco habrá sorpresas, para regocijo de sus numerosos fans. Por cierto, el suyo fue uno de los que más público congregó en el segundo escenario, demostrando que han llegado mucho más lejos de lo que parece. Quien no se contenta es porque no quiere.

Colocar un par de palmeras a sendos lados del escenario, subirse a un columpio mientras canta “Videogames” con voz mínima, cantar un tema tumbada en el suelo o bajar a ser adorada por sus fans en un desfile de selfies hechos por ella misma (todos saben que lo hará en algún momento, rompiendo además el ritmo de un concierto ya de por sí anodino) no acreditan en absoluto a una Lana Del Rey sosa, artificiosa e imbuida del enésimo ataque de ego disfrazado de inocencia expresiva, como la supuesta estrella de un festival que la vio en mucho mejor forma hace algunos años. Ni siquiera la grandeza de “Born to die”, el dramatismo de “Better when you cry” o el mimo melódico de “Blue jeans” salvan una presentación tediosa en su mayor parte, rebosante de impostura a cada rato y con nula chicha, aparte de la de la susodicha, que llevarse al oído, con una desangelada “Venice bitch” al final.

Siempre estuve convencido de que lo suyo es uno de los mayores bluffs que en los últimos años nos ha traído el pop de corte grandilocuente, pero tras verla y escucharla en distancias cortas y ser testigo de más de un bostezo me reafirmo en que en directo tiene mucho menos que ofrecer que en estudio. Así es difícil hacer leyenda, al menos de momento.

VIERNES 19 DE JULIO

Esta vez sí. Superado el caos circulatorio del día uno, las circunstancias acompañaron para que a la hora en que empezaban a tocar las primeras bandas estuviéramos al pie del cañón para hablar de algunas que difícilmente aparecerán en otras crónicas, de este evento o posteriores. Muy mala suerte, y la merecen mucho mejor, deberían tener los portugueses Galgo –otro de los apoyados por la iniciativa de incorporar a un nutrido número de bandas nacionales al nuevo perfil del festival- para no destacar como incipientes embajadores de la escena post-rock lusa, algo ya intuido por la escucha de un buen disco como Quebra Nuvens y la bruma neopsicodélica en la que envuelven a sus temas recientes. “Banho quente”, sin más, es un buen ejemplo de que si son capaces de traspasar la barrera idiomática y encuentran los apoyos necesarios pueden abordar escenarios más potentes como lanzadera de una propuesta a todas luces interesantísima. Una lástima que solo unos pocos se enterasen.

En otra onda totalmente diferente se mueven Conjunto Corona, unos raperos barra gamberros que lanzan proclamas de orgullo de clase, desprejuicios escénicos incluidos –uno de sus miembros se presenta ataviado con batín de boxeador y media de atracador en la cabeza- ante un buen grupo de fans que indican que esta banda que roza la parodia no bajaba de Oporto en balde. Hacen hip-hop low fi, adjetivo con el que suelen describir sus trabajos discográficos, y suplen carencias con irreverencias varias. Para preceder en escena a dos de los grandes nombres de la música americana actual y estar en sus antípodas artísticas, lo que hacen fue una bocanada de aire fresco y una pizca de intrascendencia más que necesaria en cualquier lugar que ponga a la música como excusa para situarse en el mapa. Tal vez su pequeño momento de gloria.

Aunque el bueno de Sam Beam se empeñe en decir que en este primer concierto de la nueva gira conjunta de Iron & Wine, que no es otro que él mismo, alternarán canciones antiguas con otras nuevas, lo cierto es que el grueso de su precioso concierto a media tarde en Sesimbra se centra en la nueva alianza con Joey Burns y John Convertino, almas de Calexico, titulada Years To Burn (la primera fue en 2005 con el EP In The Reins), y se prodiga en canciones maravillosas como la inicial “Father mountain” y la folkie “Follow the water”. Los crescendos habituales de la banda base, con teclados y trompeta en primer plano en muchos casos, son los mismos que se abren a una exuberancia instrumental, con un tremendo gusto, y explotan en “Flores y tamales”, la pieza en la que el miembro no oficial de Calexico, De Pedro, dejó su impronta en la versión original. El tour conjunto continuaría al día siguiente en Suiza, pero esta primera piedra de toque en plena naturaleza y bajo la suave luz del atardecer, sonó directamente a gloria. No esperábamos menos de unos músicos con tanta clase y un bagaje tan asombroso.

Poco después de las siete de la tarde, un viernes cálido de julio en las inmediaciones del Algarve portugués, un terremoto llegado desde el sur de Londres amenazó con levantar los cimientos del Super Bock Super Rock sin previo aviso. Shame es una formación de corte clásico pero aguerrida como lo que son, un combo de veinteañeros haciendo furioso garage rock, deshilachado y casi desafinado, aunque haya quien prefiera definirlos como un grupo básicamente punk. En su receta confluyen el espíritu contestatario de los Sex Pistols, la rabia desaforada de los seminales Iggy & The Stooges y el filo desquiciado de Television Personalities. Charlie Steen, su endemoniado líder, es un personaje volcánico que se perfila como figura emergente del British rock de nuevo cuño. Sus proclamas de marcado carácter social y su actitud enérgica hicieron de este el gran concierto de la jornada y uno de los puntos álgidos del festival, sin ningún género de duda. Solo por ver las volteretas del bajista Josh Finerty, los saltos al público del solista y los espasmódicos recitados en la mayoría de canciones bien vale estar ahí. Tienen un disco en el que se ponen hasta arriba de urgencia y temas sincopados hasta el orgasmo, y “Concrete”, “One rizla” –descrita por ellos mismos como una cancíon básicamente pop-, disparos a bocajarro del calibre de “Friction” o “Gold hole” pueden situarlos en un lugar privilegiado a poco que nos descuidemos. Una perfecta forma de sudar y extenuarse con sumo placer.

Si quieren ver un show deliciosamente coreografiado, con poco alma pero mucho furor, y descubrir las bondades de una artista que dejó de ser promesa hace tiempo, acérquense si tienen ocasión a uno de los próximos conciertos de Christine & The Queens. La francesa, adecentada por un estilismo impecable, no paró de moverse durante la hora de concierto que la trajo a Portugal. No es que uno sea muy aficionado a este tipo de espectáculos en los que suele primar la forma sobre el fondo, por muy interesante que este parezca ser, pero hay que reconocerle a la chica una presencia volcánica y dos o tres canciones resultonas. “Nasty”, “Girlfiend” y “Doesn’t matter” camuflan sus virtudes en un traje de música de discoteca, elegante y trabajada, y la versión del “Heroes” de Bowie entre mensajes de respeto, tolerancia y deseos de un mundo mejor culmina un set que no tiene nada de espontáneo pero no molesta en absoluto, como esa música de fondo a la que sabes que igual deberías prestar más atención. Llegó, divirtió al personal durante un buen rato y se marchó sin dejar poso alguno. Como su música.

Y el otro concierto enorme del día, con permiso del que vendría después, lo protagonizó la hijísima del pop francés, la multidisciplinar Charlotte Gainsbourg, a la que afortunadamente dejaron de lloverle comparaciones por la parte que le toca hace ya bastante tiempo. Como músico es bastante impersonal, y su timidez y parquedad en palabras la hacen poco comunicativa, pero ha armado una banda que le da a sus canciones el toque oscuro-romántico-electrónico preciso para deleitar a oyentes afines y ajenos. Tremendo el juego de luces y aún más tremendo lo que se puede hacer con unas cuantas lámparas de neón y unos pocos tubos fluorescentes. Impresiona el clima creado con “Lying with you”, apenas el inicio de un grandísimo concierto en el que los músicos se alternan instrumentos y se mueven como Pedro por su casa arropando a una mujer escuálida y segura de sus poderes que nunca se pasa de octavas –no estábamos ante una de las mejores voces del festival- y que se sumerge en el electropop hipervitaminado de “Paradisco” con la misma fluidez que susurra a “Les crocodiles”, nunca sin bajar el tono de importancia. Puede que de casta le venga al galgo, pero la chica le saca el máximo partido posible al rato que se le concede y durante un buen tramo nos pone a todos a bailar sin perder la vergüenza, que en mi caso ya es mucho. La fantástica sorpresa del viernes y la imperiosa necesidad de verla tocar sin límites de tiempo y en entornos más propicios.

En estas que vas a ver a un grupo que nunca has visto tocar en directo, que no te emociona especialmente y del que piensas que solo tiene un disco realmente interesante, en este caso el primero. Me reafirmo en dicha sentencia, que conste, pero a la vez dejo claro que no es óbice para que rearme mi discurso en torno a ellos. Hablo de los franceses –tercera cita consecutiva con el pop de origen gabacho- Phoenix, de los que admiraba su magnífica “Lisztomanía” y apenas un par de singles más. Y no diré nunca que no se merecen el éxito tremebundo que ha tenido esta gira que aquí concluía porque estos señores tocan muy requetebién, saben cómo organizar el set list para no dejarse atrás nada importante, y hasta encajan los temas de un disco flojísimo como el último para que parezcan mejores de lo que realmente son. Es cierto que tienen arranques de grandeza en “J-Boy”, “Entertainment”, “If I ever feel better” y que unen riffs personales como los de “Too young” (¿quién no se acuerda de Scarlett Johansson en Lost In Translation cada vez que la escucha?) con los sintetizadores ochenteros de “Girlfriend”, con lo cual se deducirá que el talento les asiste. Sin resultar tan empalagosos como suelen cuando se les escucha enlatados, un sonido potentísimo y el final apoteósico con Thomas Mars encaramado entre los brazos de la multitud consiguieron que el suyo fuese un gran concierto. Excelente, diría yo, y me encanta huir de ideas preconcebidas de esta manera.

No queríamos, y luego se demostró que no debíamos, abandonar el recinto por mucho que el cansancio intentara imponerse, sin asomarnos por la carpa habitualmente reservada a los djs, esos que se han adueñado de las primeras posiciones en los carteles de festivales más o menos prestigiosos y que en esta ocasión coparon incluso horas de máxima afluencia. Sin ir más lejos, esa misma noche sucedió con Kaytranada y la siguiente con la actuación en dicho “formato” de Disclosure, dueños de la reciente escena house, pero uno ya está mayor para quedarse una hora y pico mirando un escenario en el que las proyecciones y los claroscuros solo dejan ver la silueta de alguien que practica un arte cuyo disfrute masivo escapa por ahora a mi comprensión, que no a mis máximos respetos. Por tanto, decidir ver cómo Ezra Collective, un grupazo de jóvenes londinenses aficionados al jazz y además sanos practicantes, se encomendaban al espíritu del patriarca Sun Ra con una proteínica versión de “Space is the place” ya de entrada resultó un excelente plan. Esta gente son unos puñeteros virtuosos y están reventando la escena con el desbordante despliegue rítmico de los temas incluidos en Juan Pablo: The Philosopher y un concepto renovado y multicultural (de afrobeat también entienden tela) de la aproximación a un género absurdamente reservado a los supuestos paladares exquisitos de unos cuantos conoisseurs.

Después de agradecer a quien procediese el nuevo y enriquecedor descubrimiento, la idea de ponernos a botar entre la multitud palideció ante la de votar por la retirada. No sabemos si a tiempo, pero olió a victoria.

SÁBADO 20 DE JULIO

Siempre me ha gustado llegar el primero. No es una frase genérica, por supuesto, sino una que se puede aplicar para la ocasión de poder hablar de esos artistas que actúan casi de tapadillo, a los que conocen solo una minoría o, mejor dicho, que no gozan ni en muchos casos lo harán del favor mayoritario de un público que a ciertas horas está más por la labor de asimilar todo lo ingerido la noche anterior que por la de acercarse a ver quién demonios es ese grupo o solista que ocupa la letra pequeña de la última jornada de un festival. El caso de Rubel, un brasileño que ocupa titulares laudatorios en la prensa musical portuguesa, está a medio camino entre el desinterés de la mayoría de medios y el creciente interés que suscita su propuesta, una suerte de bossa nova escorada al folk con tintes hip hop por la vía de las programaciones y unos arreglos de acordeón y vientos sencillamente divinos. Su voz es heredera de la de otros grandes de la tradición brasileira y su disco Casas, editado hace un año, incluye pasajes estilosos de la belleza de “Quando bate aquela saudade”, así que sí, no fue un tiempo en absoluto perdido el empleado en su escucha. Casi es un lujo disfrutar de un artista así en medio de una alineación que no hace tanto contaba a Metallica o System Of A Down como piedras de toque en su reclamo mediático.

Y más lujoso aún fue el ver cómo le sucedía en escena el combo londinense capitaneado por la tokiota Orono Noguchi (sí, es mayor de edad aunque no lo parezca), cuya gracia reside más en atestiguar su desparpajo y en ver cómo el y las coristas improvisan bailecitos mientras hacen pasar plátanos y manzanas por pequeños instrumentos de percusión que en la música en sí. La presencia de Superorganism siempre es especial por varias razones: Creen en lo que hacen y lo bañan todo en una especie de encanto naif que te seduce sin que te lo acabes de creer del todo. Acababan de presentarse en Benicássim y venían dispuestos a darlo todo, lástima que la demora en la preparación del sonido segmentara su concierto y lo concentrara al habitual conglomerado de bases, proyecciones y teclados juguetones. Sonaron “It’s all good”, “Nobody cares”, “Night time” y la inocentona “Everybody wants to be famous”. Una banda tan original siempre se agradece, otra cosa es que den la sensación de estar haciendo algo que olvidarás dentro de una hora.

Justo el tiempo requerido para asistir, en un pequeño tramo, al concierto de Masego, sorprendentemente concurrido a la hora en que la temperatura se hacía más benigna. Nos enteramos de su actuación en el Sonar y volvimos a sorprendernos de que su mezcla de soul, rap y r&b de querencia jamaicana –aunque nacido en Kingston, su educación es fundamentalmente norteamericana- esté atrayendo a tanto público potencial con solo un disco publicado, Lady Lady, que parece que anda también desatando excelentes críticas en el mercado. A un servidor no le llegó ni una pizca de emoción desde el escenario, y eso que el chico toca más que decentemente el saxo y le da a la percusión con sumo arrojo. Tan vistosa como fría fue la cosa, máxime teniendo en cuenta que se avecinaba un auténtico huracán. Y no me refiero al parte meteorológico.

Nunca pensaría que pasaría uno de los momentos más entretenidos y visualmente más espectaculares viendo a la señorita Janelle Monáe. El titular “tiembla, Beyoncé” supongo que estará ya más que manido cuando se trata de describir las virtudes de esta artistaza, pero es lo más socorrido que se le puede ocurrir a un no admirador (hasta ahora) de la trayectoria de una figura total, porque el mérito no está a menudo en cerrar los ojos, deglutir cada nota y cada verso, sino también en saber apreciar la capacidad de reinvención, dentro siempre de los cánones marca de la casa, de alguien con un inmenso talento para arengar a las masas en pro de la igualdad racial, los prejuicios sexuales y el empoderamiento de la mujer. Sus vertiginosos cambios de vestuario, su disfraz de vagina gigante, sus cuatro acojonantes bailarinas, el ensamblado perfecto de una banda de puro corazón negro en la que solo toca un hombre y la sensación de que el mismísimo Prince podría nombrarla sucesora natural sin el menor complejo… Todo en esta mujer menuda, profesional hasta la médula, apabulla y apasiona al más escéptico. ¿Y las canciones? “Crazy, classic, life”, “Django Jane”, “Q.U.E.E.N.” (sí, ella también es la nueva reina del funk), “Make me feel”, “Cold war” y la que sea. No son lo de menos, por supuesto, pero ante un espectáculo de estas dimensiones y sonido el otro titular, el de urgencia, bien podría ser un “y se queda tan ancha” más claro que el agua. Es joven, negra y poderosa. Pues qué quieren que les diga, que convenció hasta a quienes no debería haber convencido. ¿Alguien me está señalando?

Quería acabar esta crónica con buen pie, porque la oportunidad de viajar a un país maravilloso que se hace más desconocido a cada paso que damos para acercarnos a él bien lo merecía, pero no sé yo si concluir diciendo que lo penúltimo que escucharon mis oídos fue el batiburrillo pseudo rapero –porque trap tampoco era esto, que yo sepa… menudo lío- de los macarras de Migos, a los que de no ser por la notoriedad que les dio Madonna al colaborar con uno de sus miembros, un tal Quavo, en un sencillo titulado “Future” muchos no tendríamos ocasión de conocer. Tampoco hacía falta, teniendo en cuenta que entre sus logros extramusicales están la detención de otro de los suyos por tenencia de alguna sustancia de esas que llaman ilegales y la cancelación de su concierto en la edición de 2018 del Primavera Sound por un supuesto problema con su vuelo desde Atlanta. El escenario principal se llenó, como ya vaticinaban algunos en el área de prensa, sin duda mucho más enterados de los hipotéticos méritos de estos tres elementos de los cuales huimos como alma que lleva el diablo. Y ahora que me digan que son la hostia y todas esas cosas. Sonaron mal no, lo siguiente, claro que con esos mimbres el cesto tampoco puede resistir mucho. Aun así, no consiguieron empañar la impresión general de que en la jornada en principio más pobre artísticamente los asistentes estaban más por la fiesta y el desparrame que por la cuestión meramente musical. Era de esperar.

En el capítulo de agradecimientos podríamos extendernos hasta el infinito, pues fue sin lugar a dudas un enorme placer asistir como invitados privilegiados, porque así es como nos sentimos, al 25º aniversario de un festival que conserva prestigio y entidad después de los vaivenes económicos que ha sufrido en los últimos años. El recuerdo no puede ser más entrañable y las ganas de que llegue la próxima edición tampoco pueden superarse fácilmente. La música en directo, el poder compartirla con mentes sanamente perjudicadas como la tuya y los buenos deseos para seguir haciéndolo durante mucho tiempo son requisitos imprescindibles para que todo sea como tiene que ser. Larga vida al Super Bock Super Rock, y aún más larga a quienes lo hacen posible.

Fotos: Super Bock Super Rock / Sheila Wright

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