Virginia Labuat – Sala Matisse (Valencia)

Después del concierto, conduciendo de vuelta a casa, iba pensado en el espectáculo que acababa de presenciar. Más allá de mi impresión sobre la actuación en sí, había una idea que me rondaba por la cabeza todo el tiempo: la valentía de Virginia Maestro. Hay que ser valiente para sacar un disco como Night and Day, muy diferente de lo que triunfa hoy en las ondas y en las listas de ventas, a sabiendas de que su discográfica (Sony) va a mirar con lupa sus resultados y de que se juega mucho en el envite. Es relativamente sencillo hacer el disco que te da la gana y la música que realmente te gusta en tu estudio casero, en tu habitación, jugándote tu dinero, pero es de muy valientes hacerlo cuando tienes a la maquinaria de la industria detrás, apoyándote pero también echándote el aliento en el cogote. Virginia, eres una valiente, eso para empezar.
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Y, en segundo lugar, Virginia Labuat es una excelente artista tal como demostró en la Sala Matisse, en uno de los primeros conciertos de su gira de presentación de Night and Day. Ante un público escaso al principio, pero que acabó prácticamente llenando la sala, Virginia (de vistoso rojo de la cabeza a los pies) desplegó todo su arsenal de canciones, movimientos, gestos y armas de seducción, pero sobre todo nos atrapó con su impresionante voz. Una voz que, nada más empezar, puso todas las cartas sobre la mesa con ese arrebatador inicio de «Lotus Isle». Unos primeros minutos en los que todo parecía demasiado correcto, poco pasional, algo frío, casi calcando el disco. Pero Virginia tardó sólo un par de canciones en quitarse de encima los aparentes nervios y las gafas de sol con las que salió al escenario, y tras «Main Street» empezó ya a dirigirse al público y a sentirse más cómoda. A partir de ahí fue explicando, sin alargarse demasiado, la pequeña historia de algunas de las canciones: «Get the check», «Out of the blue», «Immature», «I wonder» y sobre todo «Let me talk», una canción que, da la sensación, le produce un sentimiento especial.
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A estas alturas muchos ya estábamos disfrutando tanto de las canciones como de los músicos que acompañaban a Virginia (que también tocó la guitarra en varios temas), espectaculares todos ellos. Además de la batería (David Rodríguez), sobre la tarima desfilaron guitarras acústicas (Amable Rodríguez), banjos, mandolinas, steel guitars (Nacho Mur), bajos y contrabajos (Sergio Fernández), todo ello tocado con precisión pero también, más según avanzaba el concierto, con sentimiento y verdadera entrega. Y así, entre canciones más tranquilas («I`ll find a way») y más movidas («Night and day») iba pasando el concierto con la sensación de estar, no sé…en Nashville…o en un bar de una carretera sureña, oliendo a polvo y a vaquero gastado, escuchando esos sonidos que tantas veces se nos aparecen en nuestros sueños de libertad en los que vagamos sin rumbo fijo por la Ruta 66 esperando encontrarnos a Tom Waits tocando el piano en algún garito.
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«My Lord» animó a un público que ya había doblado su número, y que estalló en júbilo con «Dream man». Ya se coreaban los estribillos, se cantaba lo que cada uno buenamente se sabía, se bailaba, se saltaba. También Virginia, que ya había dado rienda suelta a su innato amor por la música y se dejaba llevar por ella tanto como nosotros. Tras los escasos minutos de rigor que suele durar el primer amago de abandonar el escenario, la vuelta fue inenarrable. Virginia no tuvo ningún reparo en quitarse unos zapatos que, contó, ya no podía soportar, y atacó consecutivamente «The time is now» (una de las pocas concesiones a sus anteriores trabajos, inevitable visto el recibimiento de la gente), «Circus» y «For once», alargándolas, dándoles vueltas, animando al público y a unos músicos que se miraban unos a otros con cara de felicidad y que acabaron soltando sus instrumentos y lanzándose a hacer coros por el escenario. Realmente fue un final espectacular, con gran entrega y excelente conexión entre Virginia, su banda y la gente. Tuve la sensación de que para todos, también para Virginia y sus músicos a pesar del calor que debe padecerse en el peculiar escenario de la Sala Matisse, aquello se había acabado demasiado pronto. De hecho el despliegue de adrenalina fue tal que la gente se quedó bailando las canciones que sonaban por los altavoces una vez terminada la actuación, y la propia Virginia, mientras recibía a sus fans, se hacía fotos y firmaba autógrafos, no dejaba de bailar, dar saltitos y moverse al ritmo de la música. Un gran final para un gran concierto. 

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