Arcade Fire – Reflektor (Merge Records)

Arcade Fire han publicado un disco fascinante. No sólo han sabido conjugar con astucia académica el arte musical de un futuro y un pasado reciente, sino que la tan cacareada reinvención, estigma del artista de hoy en día, cobra aquí todo el sentido: mismo alma, distintos ropajes.

El disco rico en melodías perfectamente acabadas, como evidencia el fabuloso rugido de «It´s Never Over (Oh Eurydice)», preciosa construcción llena de alcobas donde retorcer estribillos y armonías vocales con una delicadeza inusual, se construye en torno a la leyenda de Eurídice y Orfeo: el paso del tiempo, los vivos y los muertos.

Su estatua de piedra desde la preciosa carpeta del álbum nos lo recuerda. Dice la leyenda que el músico Orfeo perdió a su amada Eurídice como castigo por mirar atrás antes de tiempo. Arcade Fire juegan al engaño, nos obligan a mirar atrás, pero nos salvan de convertirnos en humo, como le ocurrió a la malograda Eurídice, porque los canadienses se han encargado de colocar un reflector al echar la vista atrás y que por tanto nos libra de la condena que sufrieron los petrificados amantes. Más adelante veremos en qué consiste ese reflector.  Tampoco es paradójico el hecho de que Orfeo fuera el más brillante músico que los dioses nunca conocieron, su música atrajo a su amada y fue también su música la que conmovió al mismo Dios del Averno. Una leyenda sobre un músico que viaja desde el mundo de los vivos al de los muertos es el vehículo perfecto para unos Arcade Fire que, si nos atreviéramos a echar la vista atrás, tanto como diez años se dieron a conocer con el inmaculado Funeral (2004). Desde entonces han ido perdiendo densidad, que no intensidad, en favor de melodías más reconocibles, despojándose de ropajes oscuros hasta llegar adonde creíamos que nunca hubiéramos pensado que serían capaces de llegar. A una fiesta.

Con esta referencia a la luz, no quiero decir que los canadienses se hayan plantado con una bola de espejo en el medio de la sala a componer, aunque en alguna canción sería fácil encontrar la que últimamente se ha convertido en inevitable referencia a Giorgio Moroder o incluso a Michael Jackson. El álbum es justo lo que indica, un reflector, el que te escupe un haz de luz directamente a los ojos, te ciega y por momentos sólo te deja ver luces tintineantes de colores mientras cierras los párpados. Nunca una metáfora fue tan certera. También como venimos diciendo es el reflector que te salva de lo oscuro, de convertirte en humo, si en Funeral (2003) asistíamos a un entierro, ahora influidos por las danzas vudú (dicen ellos), los canadienses nos devuelven a la vida y conscientes de su mortífero pasado, han tirado de la ayuda del muy luminoso James Murphy (LCD Soundsystem) para quitar ropajes rococó de sus pesadas superproducciones,  colocando en su lugar los ritmos de color plata que permanecían escondidos en los anteriores discos de la banda. Es esta nueva ubicación en primera fila de los ritmos lo que hace que el disco sea más directo que sus predecesores, más bailable y mucho más ligero con tan solo una primera escucha.

Pero no puedo obviar que además de ser un disco sobresaliente, que por ahora corona la carrera de Arcade Fire,  posiblemente estemos hablando de un clásico de nuestro tiempo y será ese tiempo el que finalmente determine si estamos también hablando de un clásico de la música pop. Muchos se llevaran la mano a la cabeza con tal afirmación, pero ¿acaso no es el single «Reflektor» ejemplo certero de la perfecta canción pop, capaz de batallar a codazos con «Get Lucky» de Daft Punk para alcanzar la fama eterna?

Es divertido escuchar este disco buscando referencias pasmosas y terriblemente evidentes de artistas tan recientes como The Cure («It´s never Over»), Depeche Mode («Porno»), T-Rex o David Bowie («You Already Know»), Los Brincos («We Exist»).  No sé si algún día sabremos si estos parecidos razonables son meras coincidencias o una broma más dentro de todo este álbum conceptual en torno al futuro, el pasado, la vida y la muerte. Lo que está claro es que la sapiencia de Arcade Fire esta vez ha parido un álbum en el que cada dos canciones encontramos una de tus favoritas. Y sobre todas ellas te dejarás guiar por la luz de «Afterlife», la canción más arcadiana de todas;  Pero ya enumeran los seguidores entre las favoritas (con sólo un día de vida en las tiendas) la fácilmente tatareable «Joan of Arc» fruto de pasear su música durante giras interminables y por tanto regalo para los oídos más simples.

Win Butler dice repetidamente en las entrevistas de promoción de este disco que en la próxima gira se harán acompañar por músicos de Haití, lugar de procedencia de Régine Chassagne, y que los ritmos vudú son los culpables de colar sonidos que cualquier profano distinguiría como caribeños en un disco que borda temas tan redondos y polémicos como «Here Comes The Night Time» o «Flashbulb Eyes», capaz de aunar africanismos con una fuerza épica sólo propia del rock&roll.

Un disco que te invita a mirar al pasado, con hechuras del presente, y que desde luego será culpable de muchas imperfecciones pero no de la de vender humo. Ese es un castigo sólo reservado para las divas.

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