Duncan Dhu – Sala Circo Price (Madrid)

Duncan Dhu han vuelto. Y lo hacen despojándose del colorín que tan mala fama les ha granjeado entre todos aquellos que no han sido capaces de bucear en su discografía más allá de la archiconocida tonadilla de las «Cien Gaviotas». Para los treintañeros que osamos romper la barrera del mainstream impuesto hace unos años por la cadena Los 40 Principales, la vuelta a la escena del dúo vasco supone el esfuerzo adicional de explicar, convencer y razonar con propios y extraños que Duncan Dhu no son (ni fueron) sólo la cara bonita de Mikel Erentxun.
Atontamientos varios bajo las melifluas ñoñerías de los ojos negros y los jardines de rosas. Detrás del nombre de Duncan Dhu ahora, y entonces también aunque de manera menos notoria, se esconden dos adolescentes que ahora peinan casi cincuenta años en canas, amantes del rock más árido de Arizona, del Elvis más mediático, de Lou Reed o del cascarrabias de Dylan. Y en eso se ha basado su carrera. Engullendo los estilos y sonidos de sus ídolos y  regurgitándolos en sencillas canciones pop capaces de emocionar a la segunda escucha. Su mayor pecado fue querer estar presentes a toda costa en los medios, pero ahora que ya han pagado un peaje por ello, con la desaparición del mapa musical durante tantos años, llegan con ese nuevo EP, El Duelo (2013), un duelo que como el propio Mikel confirmaba en el concierto de ayer, lo era por los años de vacío.
Ahora aquellos chicos vuelven con ganas de que se les tome en serio. Y para ello salpican sus nuevas canciones y las de siempre con arreglos que suenan a rock sureño y a country apto para todos los públicos. Es su propio giro de ciento ochenta grados a lo Amaral, haciendo guiños a ese público indie que todavía les mira con recelo. Y a juzgar por la calidad del concierto de anoche puede que hayan encontrado la vía para entrar en ese nicho del mercado que hasta ahora, de manera injusta se les ha resistido. Como prueba de su buena forma compositiva ya lanzaron seis nuevas canciones, que contienen tal vez un par de las mejores canciones que se han publicado en el país este año. En concierto la vitalidad de Mikel Erentxun tuvo el brillo suficiente de sentimentalismo para que las peli-teñidas de mechas rubias, ya casi cuarentonas, se fueran contentas a casa con su salida del mes. Pero la grandeza del concierto de anoche fue ese contrapunto auto impuesto por el dúo en el que obligaron a tragarse a lo largo de sus veintiocho canciones de repertorio, no sólo los grandes éxitos que todos celebramos en álgida comunión, sino sus temas más que brillantes y menos cacareados, aquellos que se quedaron ocultas entre tanto elogio de Joaquín Luqui.
Para reforzar esta nueva posición de cantantes pop con un pasado que semienterrar, el dúo hábilmente dio preeminencia en escena a las escasas interpretaciones vocales del siempre reivindicable Diego Vasallo que brilló especialmente en las espeluznantes «Los días buenos» o «La herida», canciones por las que matarían los ahora bien afamados Love of Lesbian, Lori Meyers o Vetusta Morla. Esa nueva voz desgarrada y esa forma tan enfermiza que Vasallo tiene de entonar arrancó la electricidad de la congregación, quisieran o no ¿Quién dijo Sabina? Especial atención, que no jolgorio, recibieron «La última canción», «Nada» o «Como Dioses pequeños». Pero claro, allí más de un tercio del público buscaba su momento karaoke, y sí, lo tuvieron. Lo hubo tanto que hasta en la espera para que los donostiarras brindaran un segundo bis, el numeroso respetable (consiguieron agotar dos noches seguidas en Madrid) se marcó un «Esos ojos negros» al alimón de pe a pa hasta que el dúo tuvo a bien volver a aparecer por segunda vez para acompañarlo.
¿Habría que atar más en corto esos dejes que animaban al público a dar palmas y a jugar al «Singstar«? Sin lugar a dudas, eso les resta autoridad.  Pero tampoco hay duda de que el grupo se merece ser recordado por algo más que esas «Cien Gaviotas», a la postre una de sus peores canciones.
En definitiva una primera mitad del concierto con canciones alucinantes pero que no produjo el alucinamiento sentimental de la traca final «Jardin de Rosas», «La Casa Azul», «Mundo de cristal» «Palabras sin nombre». Un concierto que dio más de un argumento para seguir reivindicando la maquinaria del pop, del pop de autor.
 

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