Modernidad y techno en Barcelona. Analizamos la cultura del techno en este país

I don’t take the pill, to feel the funk
(“No necesito pastillas para sentir la vibración”)

Derrick May

¿Tenemos que producir seres humanos enfermos para tener una economía sana?
Erich Fromm, La Atracción de la vida

En este artículo elaboramos una crítica de lo que ha dado de sí, en Barcelona como en España, la llamada cultura techno. Este artículo aboga por la creación de una verdadera educación de los sentidos, no basada en el mero estar-en-el-lugar-que-toca, sino basado en el conocimiento. La transmisión de las posibilidades del techno, puesta en entredicho por el millonario negocio discotequero, debe primar ante todo. El acceso democrático a la tecnología y a la educación, debe constituir una piedra angular para la recepción de una información crítica, que aleje a miles de personas del mimetismo, al tiempo que los acerque a la curiosidad y a la creación.

Techno y moda
El techno, denominado de forma más genérica y políticamente correcta como música electrónica, ha tenido una enorme importancia para el advenimiento de nuevos grados de modernidad en todo el mundo. El acceso a la tecnología eléctrica, por muy ínfimo que éste sea, ha dado grandes lecciones musicales, sobretodo en lugares convulsionados, empobrecidos y dependientes en grado sumo de lo que dicta Occidente. Ejemplos: el dub jamaicano, el techno de Detroit, el hip hop del Bronx, el jungle de Londres, el noise de Berlin, etc. Género importante, integrador y progresista en su esencia, directamente ligado con los problemas sociales del mundo, que intenta resolver mediante el concepto de apego vitalista a los sentidos, a la realidad y a la creación, la electrónica ha sido finalmente maniatada por la clase propietaria de la música, en el llamado Occidente. Una clase social que no es otra que la clase propietaria del mayúsculo botín monetario del mundo, gracias al que construye una ideología, la dominante, a través de locales y spots masivamente publicitados, televisiones con mucho poder de expansión, medios de comunicación diversos, leyes protectoras del negocio, unión de trusts de intereses, y partidos políticos nacionalistas en lo patriótico y liberales en lo económico. Una marca con regusto universal con una ideología bien definida, que acoje un partidismo político claro, basado en el consumo de los productos que ofrece ese poder de penetración psicológico llamado capitalismo. Todo un negocio multimillonario. Y una pérdida del sentido musical para la Humanidad.

La subsiguiente adhesión a un logo, a una melodía, a una prenda y a un estilo de vida publicitado, es lo que está llevando a la perdición al techno, como manifestación de una supuesta modernidad de postín. Una versión de la realidad que, por desgracia, todo el mundo asocia con el techno, pero que no es más que la versión “techno” de lo que se ha hecho con otras músicas, otras tendencias y otras imágenes. Una versión tradicionalista del mundo (basado en los valores, juicios y chistes de siempre), aunque con todos los poderes propagandísticos de la época actual, que no son pocos, puestos a su servicio. Lo importante, nos dice la ideología dominante, es el icono. El contenido viene dado inconscientemente, en forma de pensamiento chistoso y-o prejuicioso. Y si no es así, al contenido se le cuelga el sambenito de “político”, como antesala de la indignación criminalizadora o, peor todavía, de la indiferencia ignorante. La mayor parte de los DJ’s, productores de un contenido cultural e ideológico, forman una telaraña ligada a la marca de una discoteca determinanda. Discoteca ésta que potencia, a su vez, el surgimiento de más DJ’s clónicos, que aprehenden unos códigos y patrones preestablecidos a través de cientos de programas de radios y televisión. Un trasvase de ideas que no se produce por la educación sino por la alucinación espectacular.

Frente a un panorama fónico, monopolizado por músicas que surgen de las malas escuelas del sistema, la evolución ha sabido crear sus propios canales, desligados en parte de ése mundo. Sólo en parte, porque todo depende de las migajas de mercado que deja el monopolio, que permiten llegar, al fin y al cabo, a un público muy minoritario. Demasiado minoritario. Ciertas instancias del movimiento cultural de Barcelona, han querido hacerse un hueco dentro de este segundo bloque, el de las migajas de un potencial mercado, llamado alternativo. En la ciudad se ha intentado crear una cultura techno de regusto auténtico, reivindicando las ideas de aquellos primeros visionarios surgidos en Detroit y en algunas ciudades de Europa, como Sheffield, Colonia o Berlin, Tokio o Bombay. Un hueco empero que, con el tiempo, se ha demostrado viciado, ya que a su vez ha tirado del ejemplo de la marca. Falta la estructura, que da cuerpo y entidad a la cultura. La causa de ésta falta de movimiento, es una desmedida sed por acumular dinero. Todo lo relacionado con el techno es, a fin de cuentas, demasiado goloso como para repartirlo en inversiones de verdadera modernidad.

Por mucho que las intenciones iniciales pretendieran “educar al público”. Todo ello ha creado una modernidad basada en las discotecas, en el consumo de moda permanentemente “actual”, en los restaurantes de diseño y en una artificiosidad digna de ser parodiada por los Hermanos Marx. La incitación al consumo, de productos supuestamente alternativos, es lo que da de sí la “culturatechno” oficial. Sin embargo, para el observador social, la modernidad nada tiene que ver con ese carísimo espejismo de felicidad hiperconsumista. Para cualquier sociólogo, o persona sensata, la modernidad es la capacidad de invertir dinero en proyectos que generen cohesión social, creación artística y facilidad de acceso a las técnicas y tecnologías que generen ideas y perspectivas. Una búsqueda de la felicidad auténtica, en suma, a través de la creación.

Techno y política
Se me puede acusar de iluso en querer ver política en el techno. Pero revisando las opiniones de algunos grupos de música electrónica, y los DJ’s más relevantes–los que saldrán en los libros de musicología del futuro-, suelen tener un concepto progresista e inconformista del techno. Coldcut, desde Inglaterra, afirmaron en la desaparecida revista Self (A.Carreras, Núm. 12-13, 1998) lo siguiente: “Nos gusta tomarnos los tiempos difíciles con sentido del humor. La música dance casi nunca tiene contenido, y es muy importante que haya contenido (…). Con Jello Biafra lo que nos pasó es que solíamos usar algunos samples de sus álbumes de poesías. Nos gustaba lo que decía, por lo que le pedimos que nos hiciera un tema. Tuvimos una conversación telefónica muy larga sobre lo que estaba pasando en el Reino Unido, acerca del crimen juvenil, y acerca de cómo el gobierno pretendía criminalizar a toda la juventud. Intercambiamos material (periódicos de aquí y panafletos de partidos políticos) que formaron la base del tema. Luego nos envió sus reflexiones a capella, y nosotros pusimos los beats utilizando el playtime, un software que está en CD-Rom que viene gratis con nuestro disco “Let Us Play”. El contenido lo generan las palabras, pero también los fondos instrumentales, el apasionamiento de los cuales puede ser captados por cualquier oído, pero no escuchados por todo el mundo”.
Pero para algo se inventó la educación y la enseñanza. Una pedagogía del disfrute musical, basado en enseñar a la gente a apreciar los sonidos como actos únicos que raramente se reproducen, es más que una asignatura pendiente; es una necesidad imperiosa para detener el monopolio ideológico que se ejerce a través de la música, cuya finalidad debe ser el enriquecimiento de la persona y no la banalidad en que se ha convertido para la mayoría. El secreto es el siguiente: si la música por sí misma estimula el pensamiento y aflora emotivamente, es que las sensaciones que genera en la mente son vida en sí mismas, algo que obsesiona a muchos grupos electrónicos como Underground Resistance o Fingers Inc, por citar a dos. O eso, o la obsesión por la artificiosidad del negocio del icono, como meta absoluta de la música. Cabe añadir, por ende, que las ideas de Coldcut acerca de la independencia musical, reseñadas en esa misma entrevista, son muy clarificadoras en ése sentido: “montar nuestro sello Ninja Tune fue un acto de supervivencia. Fuimos económicamente independientes cuando empezamos. Pero nos compró un sello, y luego otro. Muchas veces, los sellos no estaban interesados en lo que el artista tenía que decir, y si el artista decidía cambiar de dirección todo se volvía complicado y eso era algo que no queríamos. Por eso fundamos Ninja Tune que, al revés que Mo’Wax, no depende de una discográfica mayor”.

El techno nació con voluntad de romper reglas, en cuanto a sellos, música, distribución y actitud. Hacer de la música un negocio a beneficio exclusivo del artista, propietario de su creación y responsable de la manera en que quiere que ésta llegue a la sociedad.Derrick May, uno de los pocos artistas del mundo que ha afianzado ésta fórmula, lanzaba en 1990 la idea de que el DJ debía ser un “rebelde social”, un caminante solitario en busca de manifestar a través de su música, la protesta y el inconformismo. Entre las brillantes reflexiones del detroitiano resalta una frase: “(el techno) comprehende contribuciones mentales y físicas. Aprehende, formula, crea y diseña la Alternativa. ¿Porqué? Porque de lo contrario la redundancia nos absorbería” (contraportada del recopilatorio Relics, TRANSMAT). Apliquen esta frase a la forma en que esta idea del techno ha sido absorbida por otra corriente, ajena a la música, y observen lo que ha producido. Sin embargo, la lección está ahí, para quien quiera entenderla y aplicarla: la promoción pícara y el riesgo musical sacó del ghetto a un buen puñado de DJ’s norteamericanos. Pero ello no habría llegado a ningún puerto si no hubieran creado un pensamiento alternativo, manifestada por una vibrante música capaz de derribar todo muro impuesto, y difundido en forma de radios libres, distribución propia de vinilos, libros, rigurosos reportajes de la BBC. Sin embargo, su punto débil es que han sido muy pocos los que se han lanzado a la aventura de comunicarse musicalmente así. Un punto débil que les ha hecho vulnerables, pasto de veladas en muchas discotecas de moda, ante públicos que no consumen demasiada música.

Barcelona
Barcelona se vanagloria de ser un fortín de lo alternativo, sólo por poseer ciertos locales en los que pinchan DJ’s (del estilo que sea) cada día. La figura estética del DJ es, equivocadamente, sinónimo de modernidad, en esta y en muchas otras ciudades. Pero Barcelona, no aparecen artistas locales capaces de canalizar una fuerza como la que surgió de Detroit, en el terreno de la electrónica y de la modernidad. Y aunque los hubiera, que los hay y muy escondidos, la cosa no está montada para que socializen su saber ante públicos abiertos de mente. Esto nos lleva a una reflexión: de momento, sólo del desespero surgen las mejores potencias creacionistas de la Humanidad, las únicas que se preocupan por algo más que por el individualismo competitivo y egoísta difundido por la ideología dominante. Y sólo del desepero, la nivel que sea –económico o emotivo- surge la curiosidad musical. También en Barcelona, se ha dejado el techno en manos de unos pocos, cuya capacidad para ganar dinero puede ser envidiable, por lo organizado del asunto, pero que, en realidad, es inversamente proporcional a su capacidad para fomentar información, creación y, en definitiva, progreso. Choca todo ello con la idea predominante de que invertir dinero sin ánimo de lucro no es rentable. Todo un problema –monstruoso- de falta de ética.

La iconografía de la marca ha absorbido grandes eventos barceloneses que, como ejemplos de historia viva de la ciudad que son, no han sabido todavía crear tejidos públicos capaces de presentar una modernidad que implique a la sociedad. Y no lo han hecho, nos tememos, por una incapacidad supina de entender que la inversión de los superávits que generan esos eventos, y las estéticas adyacentes manifestadas en innumberables establecimientos de moda, pueden ser redistribuidos para la reconstrucción del anhelado concepto progresista de la electrónica, y de la música en general. Por muy poco dinero, se podrían crear talleres de música electrónica, fomentar la radio, crear algún que otro programa de TV que vaya más allá de los clichés asociados a la juventud, recomendar sellos, abrir el interés por las tiendas de discos, movilizar a los expertos en la materia y, en definitiva, ofrecer información no sesgada ni dependiente de las tendencias. Con muy poco dinero, se pondrían las bases para un conocimiento de la causa del techno, de las potentísimas posibilidades que ofrece para emitir mensaje e intercambio experiencial. Pero como esto todavía no es así, el conocimiento de las posibilidades históricas de ésta música lo tiene muy poca gente, cuya voluntad por dar a conocerla se resume a determinados y efímeros momentos.

Alguna revista desaparecida, algún concierto recomendado en “petit comité”, alguna noche gratuita dedicada a un artista especial, caso de Mu-zik o DJ/Rupture, o a una velada de sellos tan interesantes como Skam o Rephlex. Pero el tejido divulgativo es muy precario, y sólo las minorías tienen acceso a ellas, dejando la misión educadora a toda una suerte de manipuladores sónicos, cuyas cuentas aumentan sin cesar a través de centenares, miles, de recopilatorios de mákina y discotecas de diverso pelaje con la palabra alienación escrita en la entrada. Las culpas deben repartirse a partes iguales entre muchos. Tan triste reduccionismo, hace que eltechno sea sinónimo de macro-discoteca, tanto para sus detractores, que minimizan el titánico salto adelante dado por ésta música en sus múltiples formas de riqueza musical, como para la mayoría de sus seguidores, meros consumidores de “música acelerada y sin alma”. (Derrick May dixit). Pese a que se ha intentado darle la pátina de cultura y modernidad al asunto, lo cierto es que la oportunidad para hacer algo positivo se está escapando. Que nadie se extrañe al ver proliferar con éxito según qué eventos, locales y DJ’s. Eventos que podrían haber tenido un color ético bien diferente, de haberse creado realmente una “cultura techno”.

Preguntas con solución
Qué es mejor: ¿dejar que la juventud no tenga más alternativa cultural que la alienación de la propaganda cegadora, la moda, el consumo y sus discotecas? ¿O invertir en la creación de pequeñas redes de producción musical, sentido artístico y movimiento cultural, aprovechando, de paso, las inherentes capacidades que todo ser humano tiene artísticamemte? La cerrazón hace del techno una marca de discoteca, de la ropa que vende ésa discoteca y de las radios que controla ésa discoteca, ligados, al final de la cadena a una ideología determinada. No es de extrañar que, luego, la población de deje convencer por las mentiras nacionalistas y los espejismos económicos. Así, por mucho que anualmente se junten en Barcelona un buen puñado de representantes de la modernidad musical, en un evento que es la envidia de todo festival europeo, no habrá nada sólido si no se toman las medidas necesarias para potenciar la faceta social de esta música. Un festival que, si no revierte ese manido concepto de marca al que apela para llenar recintos, a sabiendas de que a casi nadie sabe lo que está viendo por falta de tejido divulgativo, verá disminuir su reputación de forma espectacular. Afirmar que en el Sonar “15 000 personas asisten a un concierto al que asistirían 15 personas en cualquier otro momento del año” es tejer la propia trampa de asunto. El calibre de todo evento, se mide por su capacidad de crear cultura, y despertar el interés por la música.

Dijo Derrick May en uno de los míticos reportajes sobre el origen del techno en Detroit, que ellos eran “rebeldes negros capaces de cambiar el mundo”. Muchos de ellos surgieron de la pobreza (de la misma precariedad económica proceden, aunque quizás no lo sepan, la mayoría de las personas que llenan las discotecas y festivales españoles). La combinación de una instrumentación barata, la unidad existente entre ellos, a la hora de intercambiar instrumentos e ideas, las efervescentes radios universitarias, y una clara voluntad de transgresión cultural, con voluntad de huir de la caverna, cimentaron aquél primer e inolvidable techno. Un salto hacia la modernidad. Pero, ¿dónde está esto aquí? ¿Dónde están los músicos electrónicos? ¿Dónde está el arte, los grupos, los discos, la promoción de las propuestas no ligadas única y exclusivamente al fin de semana más publicitado? ¿Dónde está la cultura musical, monopolizada por una élite a la que ni le interesa educar el oído de las personas, ni quiere intentarlo siquiera, no vaya a ser que empiece a disfrutar de la música en sí y rechace el “dejarse ver en el desfile de moda”, concepto éste que da mucho más dinero que vender discos e ideas? ¿Dónde está la reinversión de ese dinero en proyectos realmente alternativos a lo de siempre? Posiblemente se esté gestando en algún punto de la geografía ibérica (¿Andalucía?, ¿La Coruña?, ¿Huesca?). Pero en Barcelona, en un tremendo error histórico, ligado a los déficits de una educación social cada vez más precaria, no se ha sido capaz de establecer un verdadero discurso entre la modernidad y la sociedad. La cosa se ha quedado en una mera asistencia pasiva ante una serie de actuaciones de artistas procedentes de lejanos países, que luego tampoco venden demasiados discos.

Un error que se puede subsanar, de todas formas. El secreto está en la reinversión de dineros públicos y privados. Sin embargo, lejos de la realidad económica del mundo, el hip hop de Barcelona está demostrando que desde el underground pueden surgir muchas de las cosas que el techno local no ha sabido crear. Único género verdaderamente popular (de apegado al pueblo) que aprovecha las técnicas electrónicas del techno (sampler, intercambio de información por Internet, contactos internacionales) la gente del hip hoputiliza métodos de creación que aprovechan, muchas veces, los pocos talleres musicales que hay. Un movimiento precario que, antes de que la vorágine de las modas lo dinamite, debería tener más apoyo institucional o municipal, en forma de locales y acceso a la tecnología. Tiene ésta música fundamentos, por lo que no se trataría de construir la casa desde el tejado, como con la experienciatechno.

La cultura de clubs a la que apelan muchos no existe. La neutralidad y el desapego evasivo para con la realidad del momento. Una cultura que sí ha cuajado en otros lugares del mundo como Berlín, a pesar de la banalidad del Love Parade. Personajes como Meira Asher, Rythm And Sound, Alec Empire o Jeff Mills surgen del turbador mundo social alemán. Artistas que se imbuyen del ambiente de su entorno, para tratar de establecer discursos basados en una combinación de experiencia sonora con apego al mundo de las cosas sensibles. Se trata, simplemente, de emitir preocupaciones auténticas, apego a la vida. Poner de relevancia lo que ocurre “aquí y ahora”, sin perder el ojo a lo que sustenta lo que somos históricamente. Y ya que parece que esto aquí no es posible, más que nada porque las consignas oficiales han obligado durante mucho tiempo a que el sentimiento de inferioridad prime entre las personas, alguien debe propiciarlo. Y el único instrumento posible, es revertir el proceso a través de una gran inversión en educación. Sólo así se propiciaría implicación social en la creación y expansión de saberes musicales, o del ámbito que sea.

La educación debe ser lo primero. Porque si seguimos por este camino, no será extraño que al concierto de Octave One, mítica banda de emo-techno de Detroit, sólo acudan 30 personas, en una fría noche de diciembre de 2002 (lee la crónica aquí). Si la cosa no cambia, el interés por conocer la música desaparecerá para siempre, dejándola al libre albedrío de los sonidos que quieran emitir quienes, desde sus plataformas mediáticas, tienen el poder para propiciar modas no basadas en el interés musical ni en el baratísimo cultivo de los sentidos. La música en manos de meros acumuladores de dinero con un gran poder de difusión ideológica y la potestad de imponer precios subjetivos que objetivamente ahogan a la gente; ésta es lo que genera verdaderamente la moda. A esto es a lo que tendemos, y aunque suene a tópico, esta realidad es tal como la describo. Algunos deberían reflexionar o llevar a consultar con un sicoanalista su concepto de modernidad. Un concepto ligado a la humanidad que significa progresión social y de mentalidades. A los que tienen dinero y se hacen llamar modernos, hay que reclamarles que creen esos elementos educativos y divulgativos. O eso, o contribuir a la destrucción y a la ignorancia de la juventud, por mucho que ésta tenga la oportunidad de visionar un concierto deMerzbow, Tikiman, Carl Craig o Atari Teenage Riot. Sin conocimiento de causa ni efectos posteriores, en cuanto a información y apasionamiento musical, ésos artistas, cuyos potentísimos directos han hecho historia, caen en un penoso saco roto, convirtiéndose en meros fragmentos de memoria olvidadiza.

El poder debe respetar más a la sociedad.

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