Adiós a David Crosby. Recordad su nombre

Uno siempre se arrepiente de las cosas que no hizo. Cuando se piensa en hacer algo, hay que hacerlo. A toda costa. Y aunque sea a toda hostia. Aunque pueda ser un error. Pero ese error siempre será mejor que la sensación de haber podido ejecutar una idea que al final cayó en saco roto. Por ejemplo, hace mucho tiempo pensé en escribir esto que vais a leer a continuación cuando David Crosby aún estaba vivo. Y lamento mucho no haberlo hecho y que lo que me haya motivado a hacerlo ahora, a destiempo, sea enterarme de su muerte. Pero peor aún que no haberlo hecho en su momento, sería no hacerlo hoy tampoco. Así que vamos a ello.

David Crosby nunca fue santo de mi devoción. Cosas mías, soy raro, lo sé. De todas formas, con el tiempo me redimí. Y mucho, además. Cuando yo era chaval, Crosby siempre era el regordete con cara de idiota que cantaba en los Byrds. El bigotudo -de nuevo, con cara de capullo- que cantaba entre Stills y Nash. Y a veces también con Young. Su leyenda negra, por si fuera poco, le precedía. Siempre se le calificaba de bocazas, con una afición desmedida a las sustancias peligrosas, tanto que hasta había acabado en la cárcel por ello,  y resultaba, además, más que errático en sus dispersos en el tiempo proyectos musicales. De sus pocos aciertos, ni siquiera me gustaba su laureado disco en solitario If I Could Only Remember My Name. Uno de esos grandes discos de 1971 que a mí, particularmente, me parecía un coñazo.

 

Pero todo eso cambió hace unos años. El desencadenante fue el visionado del documental Remember My Name (A.J. Eaton, 2019), un viaje hacia las profundidades de este personaje que, al fin y al cabo, vivió muy de cerca toda la era dorada del rock y tuvo mucho más que ver, algo que yo desconocía, en la creación de muchas de las cosas que me gustan. El folk rock, el sonido Laurel Canyon, el descubrimiento y encauzamiento de la carrera de mi adorada Joni Mitchell… En todo eso tuvo David, al que ya no veía tanta cara de capullo, un papel fundamental.

Comencé a descubrirle así como un personaje tremendamente cool, a vueltas de todo, elegante en su descuidada imagen de hippy no trasnochado, afilado, pero pertinente en sus afirmaciones y tremendamente sabio en muchos sentidos. De modo que comencé a interesarme en firme por un Crosby que, si faltaban motivos, por aquél entonces mantenía una actividad profesional más saneada que nunca. El estar sobrio y centrado le había ayudado a potenciar un talento para la música que probablemente era uno de los más grandes de su generación -que ya es decir- y había permanecido narcotizado durante muchos, muchos años.

 

Para ello fue crucial su encuentro con James Raymond, hijo natural producto de un escarceo de sus años más locos, de cuya existencia no tuvo idea hasta que éste fue bien mayor, además de, curiosamente (o no), talentoso músico y productor. Con su ayuda y la de otros músicos jóvenes empezó a dar forma a una serie de trabajos más que interesantes. Desde Croz (2014), sus álbumes fueron cada vez mejores. Totalmente pertinentes y demostrativos de una capacidad melódica y compositiva, a todas luces, atemporal. Parecía como si el tipo que escuchabas cantar tuviera 20 en lugar de setenta y tantos años y el sonido era cristalino, moderno, profundo, de unos acabados apabullantes.

Esto siguió siendo así con Lighthouse (2016) Sky Trails (2017) y Here If You Listen (2018) pero fue sobre todo con la aparición de For Free (2021), al que sigo considerando uno de los discos más bonitos de los últimos años, cuando, finalmente, me convertí en fan. Sí, fan. Porque, entre unas cosas y otras, acabé convencido de que con mis manías me había estado perdiendo toda la vida a uno de los músicos más interesantes que ha surcado el universo del pop. No había más que ir rastreando el monumental legado que había dejado a su paso por todos los proyectos en que se había visto envuelto. Por supuesto, recuperé el mencionado If I Could Only Remember My Name y ahora me parece una obra maestra totalmente adelantada a su tiempo.

Pero, además, podríamos hacer una gran recopilación de temas suyos desperdigados por discos clásicos. Discos que, sin la participación de Crosby, a lo mejor, no serían tan clásicos. “Lady Friend”, “Everybody’s been burned”, “Mind gardens” o “Triad”, con The Byrds; “Guinnevere”, “Wooden ships”, “Almost cut my hair”, “Deja vu” o “Shadow captain”, con Crosby, Stills, Nash & Young; así como “Games”, “Carry me” o “Time after time” junto a su inseparable Graham Nash, con el que mantuvo siempre una relación amor-odio. Básicamente, el británico fue el único que le aguantó a lo largo de los años, pero tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. Y eso pasó. Varias veces.

Y es que así fue un poco la vida de este señor. Un niño rico y consentido de Los Ángeles, simpático, talentoso y muy amante de la juerga al que la cosa se le fue de las manos. Poco a poco, todos los que se morían por estar a su lado en la época de vacas gordas fueron dejándole, porque sus adicciones le convirtieron en alguien realmente insoportable. No se soportaba ni a sí mismo. Suerte tuvo, de hecho, de permanecer vivo. No se entiende, con todo lo que se metió en el cuerpo, que no acabara como sus colegas Jim, Janis o Jimi. Ni se entiende que llegara hasta casi nuestros días cuerdo y sobre sus dos piernas.

Pero así fue:  Llegó a nuestro tiempo en lo que aparentaba ser una excelente forma. Lleno de sabiduría, con su look de imponente anciano ermitaño en la montaña, su gorrito de lana, su bigote, sus camisas anchas y sobre todo, su aura. No hay más que ver una de sus últimas apariciones en las redes, su emocionante participación en la serie Tiny Desk de NPR, para darse cuenta de que este hombre era algo especial. Un hombre fuera del tiempo y el espacio. Una especie de Zeus pop, que desplegaba sabiduría y bondad a través de música transparente, que mostraba absolutamente todo, bueno y malo, lo que había vivido. Y es que, al final, resultaba ser un personaje irrepetible. Una rara avis que se las arregló para sobrevivir al caos y describirlo de una forma tranquila, prístina, soberanamente bella.

 

Así que a él le pasó un poco como a mí. No hizo lo que debía a su debido tiempo (o al menos, no todo) y aprovechó, cuando vino, oportunidad de redimirse muy bien aprovechada. Por eso creo que aún tenía cosas que decir. Muchas. Y por eso me pone tan triste que ya no vaya a estar por aquí para ver qué se había guardado en la manga.

So Long, David. Rest in melody. Yo recordaré tu nombre por ti.

 

 

 

 

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