Dropkick Murphys – Sala Razzmatazz (Barcelona)

Para quien no les haya oído nombrar en la vida, Dropkick Murphys son unos irlandeses de Boston que han conseguido estar lo bastante pirados como para mezclar música punk, sonido hardcore, un gaitero con falda, proclamas sindicalistas de los años treinta y céilidh. Y lo hacen tan bien que se han ganado desde la admiración del más acérrimo de los punkarras de litrona hasta la delicada prensa musical (incluso de Rolling Stone han tenido buenas críticas – sólo media estrellita menos que Radiohead). Y seguro que todo el mundo recuerda ese “I’m shipping off to Boston” que abanderaba la musica de The Departed (Infiltrados, en España).

Bien, esos son los tipos que vinieron ayer a poner Razzmatazz patas arriba. Es de recibo, en estos casos, echarse cuatro o cinco cervezas garganta abajo y acercarse a hacer el animal con ellos. Y naturalmente la cosa no tuvo mucho misterio: Dropkick Murphys hacen exactamente lo que uno espera que hagan los Dropkick Murphys. Primero, son una banda de músicos que hacen lo que hacen prácticamente a la perfección, con total profesionalidad, y un montón de ruido. Excepto cuando les da la gana, claro; de vez en cuando se olvidan por un rato de la cuestión de la precisión rítmica y aporrean todos sus instrumentos a la vez – más por desacato que por desacierto, que quede claro.

Además, su escenografía es sencilla pero impecablemente eficaz; bajo una enorme bandera, todos vestidos de riguroso negro con muñequera heavy, al estilo James Hetfield – excepto el tipo del kilt, claro, y un guitarrista que iba disfrazado de AXL Rose – consiguen imponer respeto. Y es que Dropkick Murphys no son cualquier banda de punkis saltarines, sino que tienen sus raíces en una propuesta musical sólida, seriamente politizada y alejada de los lugares comunes del género; están mucho más cerca de The Clash que de Sex Pistols u otras huestes del punk combativo/festivo – oi, punk-ska y demás.

Dicho esto, tampoco pretenden ser la filarmónica de Massachussets, claro. Dropkick Murphys  están en escena para montar un festival de cuidado, incluyendo un número final en el que invitan al público a invadir el escenario. Y el público, al grito de “Let’s go Murphys”, se entregó hasta fondo durante las casi dos horas de concierto – que no se hicieron ni cortas ni largas, y en la que repasaron la mayoría de su nuevo disco, Going Out in Style (Born & Bred, 2011) entre la veintena larga de canciones con que abrumaron al respetable.

El final de fiesta incluyó el bombazo de “I’m shipping off to Boston”, y la clásica invitación a todas las mujeres del público a subir a cantar “Kiss me, I’m shitfaced” con ellos. Como traca final, la mitad del público cantando el “TNT” de AC/DC sobre el escenario: un despelote como Dios manda.

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