Elliott Murphy (Galileo Galilei) Madrid 19/01/24

Aunque se incurra en el pecado mortal de tirar de tópico, lo cierto es que no hay mejor manera de definir un concierto de Elliott Murphy que equiparándolo a esa relación con el amigo de toda la vida que tiempo y distancia resultan incapaces de erosionar. Es la clase de cariño inmutable que encuentra el artista norteamericano en el público español, entendido como flechazo que perdura temporada tras temporada y queda refrendado a cada nueva cita. En su enésima visita a nuestros escenarios, el neoyorquino está repartiendo faenas entre promocionar su última novela, “Dorothy y el descubrimiento de América” (Bernice, 23), co-escrita en pandemia junto al español Peter Redwhite y, por supuesto, ofrecer algunas actuaciones. Una gira que en la madrileña sala Galileo Galilei sumaba doble parada, ambas despachadas con sold out.

La primera de las noches deparó justo lo que se espera del músico afincado en París que, sito en algún punto intermedio entre Tom Petty, Bob Dylan, Mink DeVille, Neil Young y su amigo Bruce Springsteen, nunca llegó a alcanzar las cotas de popularidad que su calidad demandaba. Uno de esos poetas malditos del rock que, a día de hoy, continúa trabajándose salas noche tras noche, con pasión y disfrute. También, por qué no decirlo, haciendo uso de ciertos tópicos innecesarios dada la calidad de su material, con la intención de conseguir un aplauso fácil que (por supuesto) cosecha como buen conocedor del hábitat.Murphy controla el asunto a antojo y sabe cómo manejar a su público a lo largo de dos horas, repartiendo espacio entre medios tiempos, nostalgia y emoción junto la celebración roquera tradicional que trae consigo la obvia adoración por parte de sus talludos seguidores.

A lo largo de las décadas, el vocalista ha ido variando los tempos de sus grandes éxitos, jugando con las diferentes texturas y opciones que ofrece la jugada en cuestión. Pero, para bien o para mal, un concierto deElliott Murphy sigue siendo un concierto de Elliott Murphy. En este caso apuntalado en formato de cuarteto, acompañado de su inseparable escudero y excelente guitarrista Olivier Durand, el percusionista Alan Fatras que hace un arte del menos es más, y la violinista Melissa Cox realzando aún más las piezas del catálogo. El combo completó un magnífico concierto (otro más) de impecable sonido y mimbres clásicos–quizá el secreto de la longevidad resida precisamente en ese producto ajeno a modas y sin fecha de caducidad–, que en ocasiones se dejó caer hacia vertientes más efectistas (incluso épicas) no del todo favorecedoras, pero que podrían servir a modo de compensación con respecto a aquella fama mayúscula que el protagonista ansió y mereció.

Un espectáculo en el que, claro, sonaron clásicos del tipo de la incial “Last Of The Rock Stars” (en formato dúo), “A Touch Of Kindness”, “On Elvis Presley’s Birthday”, “Everything I Do (Leads Me Back To You)” (compuesta junto al propio Springsteen), “Rock Ballad”, “Green River”, la versión del “Summertime” de George Gershwin, “Rock ‘n Roll ‘n Rock ‘n Roll”, o una monumental “You Never Know What You’re In For” en dos ritmos bien diferenciables. Una selección (y una ejecución) tan consabida y esperable como, en la práctica, satisfactoria, intensa y fuera de sospecha. Una velada de nuevo enriquecedora, a pesar de esa vomitiva plaga consistente en idiotas confirmados que adquieren una entrada para, a continuación, emborracharse a conciencia con cerveza a precio de gasolina y, mientras sobre el escenario está un artista de gama alta, se dedican a comentar banalidades con colegas de su mismo nivel.

 

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