Especial: Una mirada crítica al eurodance
Cualquier género cuya misión sea hacer bailar a la gente corre el riesgo de caer en el ninguneo académico en el momento en el que sucede. Algunos de ellos, quizá los que mejor gozan de garantías de estudio por la perspectiva que otorga el tiempo, comienzan a ser valorados décadas después de su eclosión, como la música disco, aunque el devenir de la música de baile en miles y miles de proyectos “anónimos” de productores de electrónica de usar y tirar ha marcado muchos de los subgéneros desde su aparición a finales de los 70 (o, por lo menos, una concepción moderna de lo que es la música de baile).
En los años 90, esa música de baile tuvo un claro dominador, el eurodance, un género tildado de chicle, de consumo festivo sin ningún trasfondo ni historia aparente que hizo bailar a toda una generación a ritmos de electrónica popular, melodías cantadas con voces dulces y cortadas por versos rapeados que conformaron algunos himnos generacionales. Esa fórmula fue exitosa casi instantáneamente, desde los inicios del subgénero, anclados en las escenas neerlandesa y, sobre todo, belgas del new beat, hasta su epílogo en la conversión de las despectivas cantaditas.
Sin embargo, si logramos poner un poco de atención en la trayectoria de la electrónica underground del norte de Europa, liderada por las escenas de Alemania, con un toque eminentemente oscuro; el new beat y el Hi-NRG belga y sus ritmos asfixiantes tornados en coloridos; y la de Países Bajos, como claro recipiente de ambas, podemos encontrar cierta lógica académica en el nacimiento del eurodance. De ahí, y del italodisco que, aunque esencialmente sureño, nunca estuvo desligado de la escena alemana.
El eurodance bebió directamente de todos ellos. Como género popular eclosiona a mediados de los 90, pero sus raíces hay que encontrarlas en cierta subterraneidad de una generación más joven que la de aquellos que habían roto sus zapatillas a ritmo de los pulsos belgas del new beat antes de que le pusieran caras al género y acabar dando al traste con aquello. Las autoparodias de Plaza o Confetti’s fueron el final de una escena que salió de los sonidos y ambientes opresivos al color y las coreografías.
Al mismo tiempo, Alemania se debatía también en la oscuridad de su percepción industrial del EBM (género con el que compartía paternidad con los belgas) y con cierto impacto de ese italodisco que inundaba la faceta más popular. Los productores de música electrónica se decidieron por mantener su órbita de influencia adoptando los sonidos del acid house a una idiosincrasia teutona, y observando muy de cerca las posibilidades del exiguo hip house, evolucionado desde el electro, el hip hop y el sonido Detroit.
La conjunción de todas esas facetas es la que origina el embrión de un nuevo género nacido al amparo tanto del fluorescente de Technotronic como de las influencias electro. Aquel cóctel empieza a vislumbrar cierta evolución desde el acid house a sonidos más acelerados, con una preeminencia más fuerte del sintetizador recibida del new beat y a la que se irán incorporando paulatinamente voces femeninas, herederas del disco, y versos rapeados, muestra del acercamiento hacia el electro y el impacto afroamericano, ya fuera en el hip hop o en las escenas estadounidenses de Chicago y de la ciudad del motor e, incluso, del reggae.
Así comenzaría una pequeña revolución adolescente, primero subterránea, en las escenas belgas, neerlandesa y alemana (que tendrían posteriormente su réplica también en Italia y España) con la que proseguir con una escena de música de baile. La característica más clara del nuevo subgénero que estaba creciendo era esa combinación de electrónica, canto melódico y rap, un triángulo bien resumido en aquello del technorap song, que comenzaría prácticamente con los involucrados en los proyectos de Snap!, 2 Unlimited y los primeros Twenty 4 Seven.
Aquella fórmula cogió una velocidad vertiginosa, y, en menos de tres años, prácticamente de 1990 a 1993, había dado el salto a las radios y pistas de todo el mundo. El fenómeno eurodance, que recogía elementos de todas las escenas previas, sintetizaba lo esencial en un combo básico que se reprodujo sin cesar y que puso a bailar a toda una generación. Prácticamente no existió alternativa a una electrónica de fácil acceso y pegadiza, que repetía patrones para no poner en riego ni un ápice la gallina de los huevos de oro. La música llegaba por su sencillez instrumental, si es que se puede llamar así, pero también por sus mensajes, a priori, facilones.
Contra toda percepción que se tiene del género en la historia de la electrónica, el eurodance mantuvo una trayectoria ascendente en la concienciación en sus letras, quizá por esa exposición que iba creciendo. A medida que su popularización fue a más, los productores dejaron vía libre a que los letristas, en su mayoría quienes rapeaban o cantaban, propusieran contenidos que, en muchos casos, acabaron siendo mensajes dirigidos a una juventud que corría el riesgo de desviarse por derroteros algo más agresivos.
De la noche a la mañana, aquellos temas que narraban historias algo banales se convirtieron en un servicio público hacia los adolescentes a los que animaban a ser ellos mismos, a querer más amor y menos violencia, a abrazar el antirracismo o a estar atentos a los peligros que acechaban. No era extraño que Ice Mc aludiera a la ruleta rusa del todavía reciente estigma del SIDA en las relaciones sexuales (“Russian Roulette”), que 2 Brothers On The 4th Floor instasen a cumplir los sueños, porque se harán realidad (“Dreams”), que U96 desplegase su “Love Sees No Colour”; o que Captain Hollywood, en su “More And More”, indicase que la elección correcta no era el odio, síntoma que había que evitar. Incluso en la evolución del género, también se contemplaron mensajes hacia la aceptación de la identidad sexual, algo habitual en la electrónica de baile y la cultura de club, como el himno de Sin With Sebastian “Shut Up”, pero muy circunscrita a los circuitos gays.
La estética, de la que habrá un contenido extra, fue cambiando y esa transición representaba, a su vez, la evolución estilística del género. En un primer momento, la oscuridad más cercana al primer new beat o al EBM y lo industrial se hizo hueco entre una juventud que recibió gustosamente esa incipiente propuesta del eurobeat. Existían tonos casi paródicos hacia lo vampírico, casi carnavalescos, mientras que no se dejaban de lado los guiños a la era espacial tan conectada con el electro o a los smileys del acid house. Aquello tenía cierta gracia y, muy posiblemente, conectaba con una fiesta todavía subterránea.
Con el despliegue en las radiofórmulas y en casi todas las pistas de baile, el eurodance no solo salió de sus tres años de gestación, sino que abrazó (o se le hizo abrazar) los tonos flúor, el color y la luz, símbolos de que el barniz de lo mainstream había llegado, y muy pronto. Para 1992 y, sobre todo, 1993, nada podía parecerse remotamente a lo que había sido una estética más creativa, llegando al patrón definido que certifica normalmente la defunción de la creatividad.
Como en casi todo, la ambición desmesurada y sin escrúpulos de la industria acabó matando la autenticidad que tuvo el eurodance. Si al sacarla a la luz la escena como tal desapareció, la popularización y el estrujamiento que de ella se hizo acabó por convertir al eurodance en una parodia de sí mismo. Se había caído en el mismo error que llevó a su fin a su padre el new beat o su abuela la música disco. Ya no solo todo estaba saturado de proyectos chica-canta-chico-rapea, sino que los productores se lanzaron a reinterpretar clásicos y éxitos con los sonidos sintéticos característicos del eurodance en una carrera desesperada por seguir haciendo caja cuando las ideas de renovación ya escaseaban.
Así aparecieron “actualizaciones” de casi todo, algunas algo menos agresivas por su cercanía estilística, como las versiones de clásicos de la música disco, aunque la mayoría no dejaron títere con cabeza convirtiendo a Lightning Seeds, The Cramberries o Ultravox! entre sus víctimas más celebradas. Para quienes vieron en el eurodance una forma banal, estas versiones eran ya la gota que colmaba el vaso, pero lo único que certificaron fue el agotamiento de una mina que había dado sus frutos.
La música de baile, lo que se conoció como dance, dejó a su suerte al eurodance, aunque algunos estilos que saldrían en la segunda mitad de la década de los 90 señalaban claramente su influencia. El combo techno-rap-sing desapareció para siempre entre pizzicatos o temas de producción a escala industrial de la mano de productores que aprovecharon toda la inercia del eurodance. Sash, con sus vocalistas invitadas; Robert Miles y su creación del sonido dream; y tantos y tantos no podían esconder de dónde venían sus propuestas, sacando sencillos de éxito que decían con la mano adiós al eurodance. Las formas en el uso de sintetizadores se mantenían, pero, inmediatamente, el género que vio nacer los 90 quedó desactualizado.
Mientras que la faceta más popular del eurodance había ayudado a crear la base para estos nuevos sonidos, otros contribuyentes al género volvieron bajo tierra, donde sobrevivieron en buen estado en escenas y circuitos underground o donde el anonimato volvió a ser un arma eficaz contra la destrucción. En Bélgica, sellos como Bonzai y sus puntas de lanza Blue Alphabet o Cherrymoon Trax resucitaban desde hace tiempo el espíritu new beat, pero con más celeridad en sus bases, creando atmósferas de nuevo opresivas; iniciativas como Members of Mayday, entre dos aguas; mientras que, curiosamente, se creaban también encuentros de gran formato para acoger a una escena que no quería ir por los derroteros de exprimir la fórmula comercial.
El eurodance resurgió en el siglo XXI, pero tan solo en forma de nostalgia. Los avezados productores comenzaron a echar cuentas y determinaron que aquellos que estuvieron dándolo todo con el género, para finales de los 10 de este siglo ya estarían suficientemente talluditos como para exigir y disfrutar del recuerdo. Mientras que en ciertos ambientes de la electrónica más machacona siempre existió el concepto del remember, al eurodance había que sacarle del pozo a golpes de nostalgia. Desde entonces, decenas de festivales centrados en el eurodance recorren Europa, donde concentran a miles de entusiasmados seguidores cuya única misión es pasárselo bien y poder ver y escuchar a aquellos que pusieron banda sonora a sus noches. Bueno, en el fondo siempre se trató de eso.
En esta lista que he preparado están los temas mencionados (y algunos más) en este recorrido sobre el eurodance que tendremos esta semana en Muzikalia para que no dejes de bailar:
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