Faraday 2011. Asistimos a una nueva edición del festival de Vilanova i la Geltrú

Intro

Ni colas infinitas, ni aglomeraciones agobiantes ni distancias quilométricas: el festival Faraday es un paraíso a 50 metros de la playa y a los pies de un faro. Tal como prometen sus organizadores en la promo, y os aseguro que no mienten, “una experiencia única e irrepetible”, incluso aunque la lista de artistas a priori pueda no parecernos demasiado seductora.

Pero lo bueno del cartel del Faraday es que está construido con muy buen gusto, ajeno a las modas del momento y si uno va ganas de descubrir, se acaba llevando un buen puñado de conciertos para el recuerdo. Y eso justamente es lo que ha pasado en la edición de este año.


Viernes 1

Para nosotros el fin de semana se abrió con el concierto de Aias, que sonaron un tanto desganadas y que llevan su propuesta del amateurismo un poco demasiado lejos. Desgraciadamente, les faltó algo de desenvoltura y, sobretodo, de solidez.

Cuando las barcelonesas se despidieron, fue el turno de Klaus & Kinski en el escenario pequeño, más recogido y cercano. Aunque se echó de menos un sonido un poquito más potente, ofrecieron un arsenal de pop naïve y lo regaron con pasodobles imposibles y amagos cañí que dejó contento hasta al indie más pertinaz.

The High Llamas eran uno de los nombres grandes del cartel, una elección muy acertada, tal como quedó demostrado tras su soberbio concierto. Venían a presentar disco nuevo, el exquisito Talahomi Way y le arrancaron al escenario grande un sonido increíble. Los instrumentos perfectamente equilibrados, las voces templadas, el vibráfono y los teclados impecables y las canciones tan bonitas como francas y cercanas. Divertido el momento de Sean O´Hagan lanzando puyas sobre cierto futbolista del Arsenal…

Después sería el turno de otro de los platos fuertes de la edición. Y es que tras el anuncio de su separación, la gira de despedida deThe Bluetones recalaba en España con el festival Faraday como única cita. El concierto fue una regresión a los 90 en toda regla. Para ser totalmente sincera, y aunque disfruté como una enana por ver tan de cerca a una de mis bandas de esa época, el set fue demasiado corto para ser una despedida, el sonido de la voz de Mark Morriss, demasiado opaco, no estuvo a la altura (una pena, porque es una de las bazas de esta banda) y se echaron de menos algunos temas fetiche (me viene a la mente “Autophilia”). Aún así, ¿quién puede resistirse a un concierto con “Slight Return”, “If…” o “Solomon bite the worm”? Buen concierto de los británicos a los que muchos echaremos de menos.

Del brit pop noventero saltamos a los ritmos bailables e incendiarios de los jovencísimos Polock, a medio camino entre Phoenix yDelorean. Los valencianos presentaron un set impetuoso, perfecto para esos primeros bailoteos de la noche y dejaron claro que son carne de Pitchfork y que su propuesta, sin ser demasiado original, sí que es potente, atractiva y perfectamente exportable.

Pero sin duda la sorpresa de la noche (para servidora) fue el descubrimiento en directo de Za! Ya en disco son sorprendentes, pero su ¿espectáculo? en directo, freak, surrealista, intenso y arrollador, me dejó totalmente descolocada, no sabiendo si decantarme por los que alucinaban con los berreos, los guitarrazos, el noise y los ritmos de Papa Dupau y Spazzfrica Ehd. O los que miraban desconfiados esa suerte de ruidismo gratuito pensando que estaban ante el traje del emperador. En cualquier caso, si de lo que trata la música es de provocar reacciones, Za! fue sin duda, la banda de la noche.


Sábado 2

El sábado lo iniciamos con Tom Williams and The Boat llenando la tarde de su indie rock à-la Nick Cave, bien planteado, con garra y con ganas a pesar del poco público. Se estrenaban fuera de Gran Bretaña, pero si estaban nerviosos sobre escenario lo disimularon perfectamente: se vieron sueltos y solventes. Su disco de debut Too Slow puede no ser lo más original, pero se intuyen maneras en su indie-rock clásico y, qué queréis que os diga, ¡a mi me pareció un concierto bien majo!

Mientras se hacía de noche, los galos Da Capo presentaron su disco más afamado, Minor Swing, que firmaron allá por 1997 pero que Grabaciones en el Mar se va encargar de reeditar en nuestro país en breve. Galos de nacimiento pero con las miras puestas en la música anglosajona, su set, impecable en ejecución, fue a ratos algo monótono, incluso cuando intercalaron, sorpresivamente, algunos temas que estarán incluidos en el que será su próximo trabajo.

Y entonces llegó la hora de que Ron Sexsmith tomara el escenario grande y nos sedujera a todos con su figura tristona y esa voz portentosa y elegante que tiene. Con un cancionero entre el pop de crooner y el folk emocional, Sexsmith presentó su último trabajo,Long Player Late Bloomer, intercalando temas de sus discos anteriores y sin que se notara lo más mínimo la baja de última hora de su guitarrista. Temas, todos ellos, que consiguieron una atmósfera de felicidad absoluta, de optimismo y paz, de brisa sobre los hombros y coros perfectos, de momentos sensibles (“Nowadays”) y de guitarras rasgadas sin ninguna pena. Un concierto, rematado por “Not about to loose”, que nos dejó con la sonrisa en los labios y la convicción de que en cualquier momento el canadiense dará el paso definitivo que le lleve a la liga de los grandes-grandes en la que, para servidora, ya hace tiempo que debería militar.

Ante un concierto como el de Sexsmith, uno debería irse a casa y dejar reposar las melodías en la cabeza, paladearlas como el buen vino. Pero los festivales son así, no hay tiempo para degustar, que ya tenemos al siguiente artista sobre el escenario. Puede ser (fue mi caso) que el recibimiento sea algo frío por este motivo. Pero el francés Arnaud Fleurent-Didier tardó exactamente 2 temas en ganarse mi simpatía, y la del resto de congregados, a base de pop elegante, de desparpajo y de unos temas, los de su disco La Reproduction,tan atractivos como dinámicos. Mención especial para la guapísima pianista de voz preciosa, con la que tan bien se compenetró el francés.

Después de la agradable sorpresa de Fleurent-Didier, Emilio Jose me pilló a contrapié y así siguió todo el set. Me cuentan por ahí que su concierto, a base de beats electrónicos, pop-folk lo-fi y mucho humor, fue entretenido y divertido y que sus temas nuevos aumentan la ilusión de cara al próximo disco. Yo he de reconocer que el concierto no me llenó: creo que eso del lo-fi no lo acabo de entender.

Suerte que contra la sobredosis de baja fidelidad existen conciertos como los de Standstill. Se presentaban con un set que han paseado por toda la geografía pero que, lejos de estar agotado, consigue conectar con un público entregadísimo que no se cansa de verlo, que canta y corea, que da palmas y salta. Y la banda responde con un directo arrollador y sólido, aunque en este caso le faltara un poco de volumen, que convence porque descansa en dos pilares: unos temas excelentes y unos músicos apasionados (ejem, sí… a su manera también Montefusco) y solventes. Si me permiten, como uno de los momentos del festival me voy a quedar con Enricrepitiendo aquello de “romper un silencio así no tiene perdón”. Qué gran concierto, ¡otro más!, de los catalanes.

Y para rematar el subidón de Standstill, nada mejor que la electrónica de The Suicide of Western Culture, la banda que más bolos va a hacer este verano. Los que crecimos con el electro-indie fiestero de Chemical Brothers, Daft Punk o Fatboy Slim andamos un poco huérfanos entre tanto idm, dubstep y demás evoluciones electrónicas exquisitas para escuchar pero dificiles para quemar suela. The Suicide of Western Culture construyeron un set para bailar: electro de trazo grueso combinando bits y casiotones con ruido y diversión.

Cuando se despidieron una hora más tarde, con recadito para el capo de la SGAE incluido, sudábamos todos la gota gorda. Punto final perfecto para un festival exquisito.

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