Godspeed You! Black Emperor – Sala Apolo (Barcelona)

Freud hablaba de la pulsión de muerte. Ese impulso que se opone violentamente a seguir continuando con la existencia en un irrefrenable deseo de volver a la calma del no-ser. Algunas personas lo subliman, o directamente caen de lleno a sus brazos, con las drogas, los deportes de riesgo, el sexo o la religión. Hay otras que han descubierto que, sin tampoco excluir a ninguna de las actividades anteriores, necesitan a Godspeed You! Black Emperor como banda sonora en su vida. Les encanta sentir en medio de la cabalgata de “Storm” la inminencia del comienzo del armagedón o han aprendido del delicado crescendo de violín en “Providence” la irreversible fragilidad del cordón de plata que nos ata a este mundo. Se podría decir que su música ahoga fríamente cualquier esperanza en un continuo memento mori que a muchos les resulta paradójicamente revitalizante.

La verdad es que sí. Se podría decir que GY!BE practica música de funeral. Pero no de un triste y aburrido entierro monoteísta sino como uno de esos paganos y espectacularmente crepusculares. Uno en que se arrojaban sacos de oro al hoyo o se construían tumbas con más piedras de las que jamás tuvo una casa o se quema todo un barco vikingo para honrar a Kirk Douglas. Y todo ello mientras los vivos se dan el gran festín alrededor del fiambre. La cuestión es simple: celebrando la muerte, se celebra la vida. O algo así.

El caso es que conociendo como su música afecta a sus seguidores no resulta nada sorprendente la fuerza con que éstos han mantenido el recuerdo y la fe en estos canadienses reaparecidos ahora tras un largo silencio. En su ausencia las comparaciones con ellos han llegado a resultar inevitables para cualquier grupo que se acerque ni siquiera de lejos a esta música que se ha venido a llamar con el muy inapropiado nombre de post-rock. Hasta el punto que cualquier aficionado a este género desarrolla automáticamente un godspeedyoúmetro que decide si tal o cual banda son merecedoras de su tiempo. Una sala Apolo llena hasta los topes y un público rendido antes del primer acorde es el resultado de esta devoción poco común.

Del concierto en sí poco podemos decir sin caer en el exceso o la adulación barata. Que estuvo todo lo bruto que cualquiera esperaría y que tras más de dos horas de actuación dejaron con las patitas temblando a cualquier aficionado sincero. La única incertidumbre era ver si siguen capaces de ofrecer en sus actuaciones todos los recursos, que no son pocos, que sus canciones exigen y en apenas cinco minutos ya nos habíamos quitado esta tontería de la cabeza. Al final de un concierto que para muchos había llegado a ser lo más parecido a una comunión, Efrim apenas hizo un leve gesto con la mano para despedirse del público. Todo lo importante ya se había dicho. De muerte, vamos.

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