King Gizzard & the Lizard Wizard – Flying Microtonal Banana (Heavenly)

En el maravilloso e inquietante mundo discográfico podemos encontrar de todo: desde artistas cuyo último disco tardó un lustro en ver la luz, hasta grupos que se encierran en el estudio como obsesivas hormiguitas a producir cinco álbumes en un año. Ese es el reto que se han marcado King Gizzard & the Lizard Wizard para este 2017. El grupo de Stu Mackenzie planea publicar 5 trabajos en este mismo año, todos con un nexo: experimentación a más no poder. Y el primero en asomar la cabecita ha sido Flying Microtonal Banana, que como su propio nombre indica, inaugura esta tanda de instrumentos experimentales con una guitarra microtonal, con una afinación característica de la música árabe.

Esta inclinación por los sonidos orientales es lo que da forma al nuevo álbum. La guitarra microtonal, los bongos o la tradicional zurna son los elementos que ayudan a transportar estas composiciones hacia una nueva dimensión exótica y mística, pero apurando esos sonidos crudos y de psicodelia oscura y desgarrada que arrastran de anteriores trabajos. Si Nonagon Infinity (2016) era un bucle interminable de sonidos delirantes y puro éxtasis frenético, ahora cambian el rumbo, se dirigen a Oriente, y el golpe en la cara que nos asestaron el año pasado lo suavizan con una caricia de advertencia.

“Rattlesnake” comienza como un delirio groove de 8 minutos con reminiscencias al Nonagon Infinity, pero “Melting” abre la puerta a lo exótico con teclados y percusiones que van dando forma a un aviso contra las desgracias del calentamiento global. Las influencias árabes se hacen notar en “Sleep drifter”, una melodía mucho más suave que entra como un bálsamo, y en “Billabong valley”, plagada de vientos y sonidos etéreos que cuentan una historia de un bandolero, entremezclándose como una fusión de western-oriental.

Los de Stu Mackenzie saben reinventarse una y otra vez y no les asusta quedarse sin ideas. Flying Microtonal Banana posee un sabor mucho más exótico que su antecesor, con canciones que te envuelven como un mantra y otras (“Anoxia”, “Doom city”) que parecen anclarse en un sonido más denso. Es una música que entumece el cuerpo y embota la cabeza, con un nuevo toque que disimula el crudo sonido de su groove psicodélico. El cierre con la pieza homónima, un instrumental de sonidos plenamente orientales, rompe el hechizo y finaliza como un broche perfecto esta nueva senda en la que se han atrevido a adentrarse. Bravo.

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