Lo de Pitchfork y la eterna crisis de la prensa cultural
Los periodistas musicales no tendemos a editorializar demasiado. Bueno, lo hacemos a diario cuando reseñamos un disco o concierto, dando nuestra subjetiva visión en base a la experiencia que nos da nuestro siempre cuestionado criterio. El caso es que de un tiempo a esta parte se han abierto varios flancos por los que no dejan de revolotear sucesos que de un modo u otro nos tocan de lleno, lo que está generando interesantes debates a los que nos hemos ido sumando y que hoy trataremos de resumir un poco.
Si estáis más o menos al tanto, estos meses han vuelto a salir a la luz las precarias condiciones con las que tenemos que lidiar a diario, algo que tampoco es nuevo ya que lleva ahí desde que empezamos a dedicarnos a esto hace más de dos décadas. La prensa cultural lleva tanto tiempo en crisis que parece cómoda en ese hábitat, pero no es así. Hace unos meses, una reflexión en voz alta de Lorena Jiménez, responsable de la empresa de promo La Trinchera quejándose de lo complicado que se estaba volviendo obtener la atención de los medios, destapó alguna de esas razones que estuvimos abordando en una reunión posterior, y generado varias charlas más al respecto, como la que mantuvimos en la pasada edición de las Jornadas profesionales DICE Monkey Pro de Alhambra Monkey Week donde estuvimos presentes junto a la propia Lorena y José Manuel Sebastián de Radio 3.
Los motivos los conocen: aparte de la saturación de lanzamientos, la mayoría de revistas culturales o viven del amateurismo o se mantienen como pueden gracias al tesón y al empuje desinteresado de quienes las componen. Las empresas de promo sufren para colocar contenidos de sus clientes (sellos, promotoras, bandas) porque las revistas saturadas, que por lo general no reciben apenas ingresos de esos (sellos, promotoras, bandas) no dan abasto. Complicada solución. El caso es que el tema parece un poco olvidado, pero se están moviendo cosas de manera privada entre nosotros y quizá en un tiempo vuelva a quedar en nada, pero intentaremos que no sea así.
Estos días la prensa musical vuelve a ser noticia, porque la todopoderosa Pitchfork -posiblemente el medio de música alternativa más influyente del planeta- parece herida de muerte, o quién sabe. Nacida en 1995 como un blog personal de Ryan Schreiber fue creciendo y ganando presencia hasta que en 2015 fue comprada por el gigante mediático Condé Nast lo que pareció el principio del fin. Y ciertamente, salvo ciertos cambios en su línea editorial -más aperturista- ha seguido manteniendo su estatus hasta nuestros días, en los que se anuncia un extraño movimiento que no terminamos de entender. La marca fusionará sus contenidos con los de una de las cabeceras del grupo, la revista GQ.
Como explican: “Condé Nast cree, al igual que nosotros, que Pitchfork ha construido una voz editorial que destaca fuertemente junto a sus otros, y que la integridad de esa voz- y nuestras opiniones- son fundamentales para nuestra identidad. Somos realmente afortunados de haber encontrado en Condé Nast un grupo de personas que comparten todos los aspectos de nuestro enfoque. Sus más de 100 años de experiencia en la construcción de marcas que se caracterizan por la integridad editorial, los hace el lugar ideal para Pitchfork, y su creencia en lo que hacemos, combinado con su experiencia adicional, nos permitirá ampliar nuestra cobertura en todas las plataformas sin dejar de ser fiel a la ideales que han hecho de Pitchfork la voz más confiable en la música. Gracias por leer; estamos muy felices de compartir lo que está por venir”.
Ya lo ven, lo supuestamente alternativo o al margen del mainstream más obvio, generando movimientos en gigantes de la comunicación como Condé Nast, todo muy Succession y eso.
¿Y cómo creen que afectará esto a nuestra prensa alternativa? Pues de ningún modo. Es triste, pero a pesar de los muchos lectores que movamos, números de impresiones, páginas vistas, permanencia de los usuarios en nuestras páginas y lo que quieran imaginar, llevamos mucho tiempo sin relevancia suficiente como para ser absorbidos por gigante de la comunicación alguno.
Hablaba el otro día mi compañero Sebas Alonso en un interesante artículo en Jenesaispop de cómo había afectado a los medios la reestructuración de los algoritmos de Google y las principales redes sociales en plena pandemia, lo que hizo que nuestro tráfico se resintiera notablemente. Pero lo que realmente cayó en los peores tiempos de COVID, fueron las campañas. En nuestro caso alrededor de un 85%. Un navajazo más que capeamos como pudimos, pero no todos lo consiguieron. Comentaba Sebas también la paradoja de que el papel haya salido al rescate en esos momentos difíciles, algo que sufrimos antes o a la vez que ellos. No hubiéramos sobrevivido a la pandemia sin los libros que lanzamos desde la editorial Muzikalia, o mejor dicho, sin la fidelidad de nuestros lectores que apostaron por ellos y los compraron.
Los libros musicales parecen tener cierta aceptación y hay una amplia oferta que tenemos la suerte de surtir con nuestras referencias. Una apuesta en la que hemos entrado con entusiasmo y afrontamos desde la autoeedición, intentando aportar títulos diferentes, pero con la continua incertidumbre que nos hace depender de la acogida de uno, para poder permitirnos lanzar el siguiente. Libros se leen, aunque somos conscientes de que la prensa en este formato está viviendo días convulsos, convirtiendo en auténticos héroes a quienes siguen adelante. Hace unos años cayeron Go Mag o Rolling Stone España, editada por el grupo PRISA (estos sí podrían considerarse un gigante mediático), constatando el difícil estado de un sector que terminó llevándose por delante en mayo de 2020 a la histórica Rockdelux -hoy afortunadamente recuperada en su versión online-.
El caso es que ya sea en papel o de forma digital, la prensa parece herida de muerte. Fue más o menos a raíz de la crisis económica, allá por 2007 cuando el papel de la profesión empezó a tambalearse seriamente. Cierres masivos de medios, recortes de plantillas, presupuestos de campañas menguantes y un preocupante futuro que nos hace plantearnos qué será de los jóvenes que hoy en día están empezando sus estudios de periodismo.
Hace unos meses me sorprendía y me sentía identificado en las palabras de Santi Carrillo (director de Rockdelux) cuando le confesaba a Carlos Galán en una entrevista para su recomendable podcast Simpatía por la industria que «Todo el mundo opina. Muchas veces sin base. Hay que tener un recorrido, aunque seas autodidacta y lo construyas escuchando, leyendo y aprendiendo de quien realmente sabe. La gente joven no quiere esto. Antes se respetaban más las opiniones de los expertos, ahora ya nada. No tiene el mismo valor la opinión un periodista musical con experiencia que la de un tipo recién llegado por muchos usuarios que tenga en sus redes. Si queremos que la prensa recupere su papel y su influencia debe estar financiada, siempre que no queramos que la opinión acabe en manos de Tiktokers».
Todo esto que les estoy contando puede sonar a pataleta viejuna, a pedir casito o como quieran verlo; tan solo es una reflexión para visibilizar lo que nos afecta a día de hoy.
No sabemos lo que pasará con Pitchfork, si seguirán esa suerte medios similares, ni de los cambios en Bandcamp o Soundcloud; tampoco de los despidos en plataformas como Spotify, TIDAL o Youtube mientras suben las cuota de su suscripción mensual. Un negro panorama lleno de clickbaits, algoritmos, métricas o la irrupción de una aún desconocida Inteligencia Artificial que genera contenidos bebiendo de múltiples fuentes toreando todo derecho de autoría existente. Se avecinan nuevos tiempos y todas las fórmulas para nuestra supervivencia están abiertas. Somos conscientes de los cambios que se imponen, pero seguimos con la firme intención de defender y reivindicar el periodismo cultural por muy bajas horas que esté viviendo.
Se lamenta la caída de los grandes, de los referentes ¿pero quién se acuerda de los cientos de medios musicales insignificantes para el gran público que han desaparecido en los últimos tiempos? Desde que nacimos en octubre de 2000, en pocos meses habrán pasado 25 años, hemos visto caer a un buen número de cabeceras mayores o menores, en muchos casos con interesantes propuestas. La inviabilidad de este tipo de proyectos es lo más habitual, estamos acostumbrados a la incertidumbre más absoluta, y a vivir en la conocida precariedad. Buscando caminos y fórmulas que permitan mantener a flote un proyecto cultural asentado en lo que a lectores se refiere, pero con los pies de un barro tan inestable, que desconocemos el tiempo que podrá mantenerse en pie.