Nacho Goberna – Un Bosque de Té Verde (Closer Popnography)

Nacho Goberna siempre me ha parecido, ya desde sus tiempos de La Dama Se Esconde, un poeta más que un músico. Salvando todas las distancias que el lector desee establecer, vendría a ser como Leonard Cohen escribiendo en castellano. Incluso en los momentos de máximo esplendor de su banda, allá a finales de los 80, sus canciones me llamaban mucho más la atención por sus letras, sus giros, sus extrañas combinaciones o por su libre interpretación de la gramática que por su música. En una década difícil, demasiado tarde para el tecnopop y demasiado pronto para el indie, supo en mi opinión enarbolar con dignidad la bandera de la personalidad a pesar de verse envuelto por el torbellino del mainstream. No hay mucha gente que pueda presumir de ello.

Casi una década después de haber finalizado su aventura en grupo, Nacho presentó su primer disco en solitario, Transparente (El Diablo!, 2002), que resultó ser un bello tratado sobre el tiempo y la vida, repleto de sensibilidad y poesía. Otra vez han tenido que pasar casi diez años para poder disfrutar de su nuevo trabajo, Un bosque de té verde, que se mueve por los mismos territorios mágicos que su disco de debut: melodías evocadoras, letras personalísimas, actitud introspectiva y mirada melancólica al interior de uno mismo. Todo ello arropado por unos magníficos arreglos de piano (se nota mucho que, como cuenta él mismo en recientes entrevistas, ha estado escuchando a Satie), guitarras, cuerdas y algo, no mucho, de electrónica. Y con una magnifica presentación y un libreto impecable, como no podía ser de otra forma tratándose de un apasionado del diseño como es Nacho Goberna.

El primer verso de “Un cuento”, la primera canción del disco, es: “Recomiendo hoy un cuento, me parece divertido aunque nadie más que yo lo pueda leer”. ¿Es posible empezar con una declaración de intenciones más clara y sincera? Nacho sabe que sus letras son casi indescifrables, pero no le importa porque también sabe perfectamente le efecto que causan al ser escuchadas. Un efecto que compararía a la fascinación con la que un bebé atiende a un cuento infantil a pesar de que no entiende las palabras ni comprende la historia. De hecho, la magia de sus letras está precisamente en que para cada oyente pueden tener un significado distinto, único, particular. ¿Por qué las ardillas verdes nos protegen de los miedos? ¿Cómo son los “lobos luna”? ¿Qué recuerdos crecen en el jardín interior de cada uno de nosotros? ¿A qué suena una explosión envuelta en celofán? ¿Qué hay al final del pasillo de baldosas?

No deja de ser una paradoja, después de todo el panegírico anterior sobre sus poéticas letras, que una de las mejores canciones del disco carezca de ellas. “Memoria de unos ojos grises” es una sorprendente y bellísima pieza instrumental de más de 7 minutos que recuerda a las grandes bandas sonoras de genios como John Barry o Ennio Morricone. Un perfecto epílogo antes del final definitivo con “Mañana”, que empieza como una continuación de la mencionada pieza instrumental durante casi dos minutos para posteriormente ofrecer una de las descripciones más certeras y lúcidas que he leído recientemente sobre lo que debería ser la vida: “desatar cadenas y vivir, destrozar zapatos, caminar, no perdiendo el tiempo en anhelar lo que sin saber será querido…”.

Si hace más de 20 años Nacho Goberna nos invitaba a encontrarnos con él en la tierra de los sueños, ahora, cómodamente instalado allí y convertido en el perfecto anfitrión, se ofrece a acompañarnos en un recorrido por tan onírico lugar; un viaje durante el cual tendremos la oportunidad de desentrañar sus misterios, paladear sus secretos y, finalmente, descubrir que las palabras, hábilmente combinadas por un artesano del verbo como él, poseen muchos más significados de los que jamás podríamos imaginar.

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