Nacho Vegas + Abraham Boba – Joy Eslava (Madrid)

Personajes construyendo personas.

Nacho Vegas ha alcanzado un estatus que le permite, sin apenas esfuerzo, llenar más de una noche una sala como Joy Eslava. Es el reconocimiento a una carrera que no conoce bache y que, con la descomunal herida emocional que supone El Manifiesto Desastre (08), no ha hecho sino acrecentar la evidencia de que estamos ante un clásico contemporáneo indiscutible.

Como antesala, un expansivo y sereno Abraham Boba convenció mucho más que en anteriores ocasiones fruto de la confianza que le dio defender las canciones que conforman La educación, su nuevo trabajo. Excelente en el plano vocal y ganando personalidad sobre las tablas, salió airoso para, con un “hasta luego”, ocupar el puesto de teclista en la deslumbrante banda que arropa al ex-Manta Ray.

Si de algo puede presumir el directo actual de Nacho Vegas es de la ejecución perfecta que atesora. Qué duda cabe que la profundidad que aportan los músicos acompañantes –mención de honor, reitero, para el papel de Abraham Boba- es el pilar básico para sumirnos en la sensación de continuo escalofrío.

En un concierto soberbio, en crescendo palpable, sincero y definitivo, lo único achacable para el que escribe fue parte del repertorio; ya se sabe, esas manías que todo fan tiene por haber preferido lo uno en vez de lo otro, a saber: sigo sin comprender cómo una composición tan poca cosa como “La Plaza de la Soledá” sigue abriendo sus shows, cómo la engarza con “Detener el tiempo”, el tema más enjuto de su última maravilla, provocando unos primeros compases dispersos ventricularmente. Y, finalmente, cómo con una colección de apuntes tan sublimes en Actos inexplicables (01) (algunos perdieron la voz pidiendo “El camino”) nos priva de casi todos y sigue paseando a Miss Carrusel. Lo mismo que se me hacen livianamente reiterativos los contoneos indys y las palmas cuando menciona a Michi Panero. Me sobran ambas a estas alturas. Pero, repito, estos son los caprichos cutres que molestan a quien siente devoción por algo.

Por eso, lo verdaderamente trascendente, es ver cómo en silencio sepulcral tu vida pasa sobre fotogramas de escarcha y fuego al derrumbarte con “Dry Martini S.A.”, te cuestionas a ti mismo con “Crujidos” mientras los consumidores de sonido miran al palco de Joy con cara de orates al ver reflejos dorados, tragas saliva ante la exposición sangrante a solas de “Ocho y medio” –inenarrable sensación-, te agitas por dentro -impávido por fuera- ante la intensidad y vigor de “El tercer día”, “Perdimos el control” o “Mondúber”, te resignas malherido ante la disyuntiva fatal que se pega como garrapata al asomar “Morir o Matar” y , finalmente, lamentas muy adentro el no haber tenido que sentir nunca tanto “El Ángel Simón”. Gracias, Nacho.

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