Slowdive (La Riviera) Madrid 06/02/24

Hace unos meses, a propósito de la publicación de everything is alive (Dead Oceans, 2023), comentaba lo oportuno que había sido el regreso a la actividad de Slowdive veinte años después de separarse; aunque quizá, me quedé corto al argumentarlo. Lo suyo ha sido inexplicable hasta para ellos, como nos confesaba su bajista Nick Chaplin en una entrevista en la que reconocía cómo internet y las redes sociales jugaron a favor para traer de vuelta sus canciones y revitalizar un género que no deja de sumar adeptos cada día, a pesar de lo efímero que fue en su momento tras ser devorado por la eclosión del grunge y el britpop.

El shoegaze y el dreampop están más vigentes ahora que hace tres décadas, y Slowdive no solo pueden sacar pecho por ser responsables junto a My Bloody Valentine o Ride de ponerlo en el mapa, sino que sus actuales discos y su directo están muy por encima de los de cualquiera de sus muchos émulos. Sólo hace falta comprobar el sold out de todas sus fechas europeas y el relevo generacional que se apreciaba ayer en La Riviera, para constatar la magnitud de su propuesta actual. Mérito no sólo atribuible a la vigencia de su catálogo pasado y presente, sino también a unos conciertos que continúan siendo toda una experiencia auditiva y emocional.

La ausencia de Pale Blue Eyes como teloneros a causa de las huelgas que cortaron algunas carreteras y les impidió llegar desde Barcelona, no evitó que la sala estuviera abarrotada desde mucho antes de iniciarse una actuación que aunque apenas llegó a hora y media, sació de sobra las expectativas.

Un repaso por todos sus discos, con especial parada en el más reciente y en su obra maestra, Souvlaki (1993), donde todos sus registros conocidos asomaron gracias un setlist entre lo atmosférico y lo melódico, que arrancó con los sintetizadores de una «shanty» a la que fueron sumándose sus características capas de guitarras, la exultante base rítmica y la mágica fusión de las voces de Neil Halstead y Rachel Goswell. Un sonido pulcro y cristalino como pocas veces hemos vivido en esta sala.

Los acordes iniciales de la emocionante «Star Roving», primera parada en su disco homónimo de 2017, levantaron la primera ovación de las muchas que nos dejó una noche en la que tampoco faltó espacio para la nostalgia, recuperando glorias pasadas como «Catch the Breeze», melancólica pieza de su debut que sonó más grandiosa y expansiva que nunca. Una canción que enlazaba como un guante con la intrigante «skin in the game», a pesar de que 32 años de distancia les contemplen. Volvieron al reivindicable y experimental Pygmalion (1995) con «Crazy for You», que dio pie a uno de los momentos más especiales de la velada, una galopante «Souvlaki Space Station» que terminó en una explosión final acompañada de unos visuales de lo más hipnóticos.

El tono psicodélico de la también reciente «chained to a cloud» y los cosquilleos de la colosal «Slomo», dejaron todo listo para un éxtasis final que encadenó el pop de «kisses» con la exuberante belleza de las esperadas «Alison», «When the Sun Hits» y «40 Days». Una sobredosis sensorial para la que me faltan adjetivos. Me resulta tremendamente extraño ver cómo canciones que llevan desgarrándote por dentro tanto tiempo, pueden convertirse en himnos que provocan que más de dos mil almas las coreen dejándose la vida en ello. Creo que ni los propios Slowdive serían capaces de explicarlo.

Tras un breve descanso, llegó el tramo final que se abrió con el bálsamo de «Sugar for the Pill», dejándonos listos para un nuevo estoque ventricular por medio de una «Dagger» que paró el tiempo, manteniendo la sala en sepulcral silencio ante ese poso folk y confesional («sabes que soy tu daga, sabes que soy tu herida»). Y también a su versión de «Golden Hair» de Syd Barrett con ese inicio tan This Mortal Coil, que terminó por convertirse en una masterclass de shoegaze alargada hasta el infinito, que nos dejó en un estado de ingravidez que nos costará quitarnos de la cabeza. Mejor imposible.

Fotos Slowdive: Adolfo Añino

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