Billy F. Gibbons – The Big Bad Blues (Concord Records)

Dicen que en el rock, en la música en general, está casi todo inventado y que es cada vez más difícil sorprender y sorprenderse componiendo algo que extrapole los límites de lo ya conocido o en demasiados casos de lo previsible. Lo de Billy F. Gibbons, el tercio más promiscuo de la gran entente que fue ZZ Top (y digo “fue” porque sus últimos discos ya navegaban por el mar de la comodidad y bajo el pulso del piloto automático), ni es nuevo ni falta que le hace. A estas alturas, el gran barbudo del rock tejano se dedica a hacer lo que siempre ha hecho, y muy bien por cierto, poniéndole la etiqueta que le da la gana y rodeándose de las mejores compañías posibles en cada incursión en el estudio. Aquí, en un disco correcto titulado The Big Bad Blues, llama a su viejo amigo Joe Hardy –para quienes no lo recuerden, este tipo trabajó con Siniestro Total en algunas de sus más celebradas producciones- y a buenos obreros de la causa como Matt Sorum, ex batería de Guns’n’Roses o Greg Sorrow, percusionista solicitadísimo en los ambientes de Nashville, para que la jugada le salga lo más redonda posible. Con el material que maneja la misión no era demasiado ardua.

No deja de ser un trabajo dedicado a sus raíces, por fin recuperadas en solitario tras el fallido intento de adentrarse en sonidos afrocubanos en su anterior disco, un arriesgadísimo Perfectamundo (2015) poco o nada comprensible. Ahora vuelve a profundizar en terreno familiar revisitando a ídolos como Muddy Waters, del que versiona sendos clásicos como “Standing around crying” y “Rollin’ and tumblin’”; Bo Diddley, al que recuerda en una robusta visión de “Crackin’ up”; el gran y olvidado Jerome Green, recuperado de forma brillante en “Bring it to Jerome”; y haciendo un guiño a su señora esposa, la nunca bien ponderada blueswoman Gilly Stillwater, que le presta para la ocasión la inicial “Missin’ yo kissin’”. Sin demasiado riesgo, con todo dentro de los límites de la familia física y musical, la mitad del disco transcurre sin grandes sobresaltos pero con la seguridad y la experiencia de saberse una auténtica figura que pone las cartas sobre la mesa y sale al ruedo a pecho descubierto. Compone así “My baby she rocks”, un inofensivo medio tiempo con armónica, y diversos guiños a su banda madre como “Holywood 151” y “Second line”, ambas con las consabidas hechuras blues-rock con las que tanto ha dado a la historia del género. “Let the left hand know”, su obligada mirada al rock and roll añejo, y “That’s what she said”, acelerada y básica, aumentan el nivel medio de unas nuevas (y viejas) canciones demasiado apegadas a la tradición e inspiradas solo en retazos.

Si ZZ Top llevan un lustro sin regalarnos material nuevo, a excepción del directo de hace un par de años en el que tampoco había motivo alguno para el sobresalto, es porque Mr. Gibbons ha decidido multiplicarse en otras aventuras paralelas que mantienen al grupo en standby por tiempo indefinido. Mientras tanto, cualquiera de sus discos en solitario pueden funcionar como perfecto sucedáneo, más o menos descafeinado, de la grandeza de una banda que ya es leyenda. Como él, sin necesidad incluso de seguir haciendo canciones.

Escucha Billy F. Gibbons – The Big Bad Blues

 

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