Black Metal: Magius (Autsaider Cómics)
Niños jugando con fuego (y gasolina noruega). Hay obras que tratan de una escena y hay otras que, la muelen, la convierten en semillas (negras) y la siembran por el bosque cultural para que germine otra cosa. Eso hace Black Metal, el nuevo trabajo de Magius (Diego Corbalán) uno de los autores más inclasificables – y necesarios – del panorama gráfico español. No hay concesiones, esto es una misa negra en viñetas, una especie de versión infantil de Señores del Caos pasada por el filtro psicótico del “underground acho pijo”, que el murciano ha convertido en su marca personal “registrada”.
Los protagonistas son niños, pero lo que hacen es cualquier cosa menos infantil. Van al bosque noruego a hacer el mal, asesinan, se autoproclaman líderes de cultos esotéricos improvisados y transcurre su infancia, pasándose de rosca y convirtiendo la violencia simbólica en real. El resultado es extraño, incomodo, pero te fascina, justo como hicieron las hordas de bandas noruegas que retrata.
El ethos del black metal impregna cada viñeta como un tema de Mayhem reverberando en una iglesia vacía. Magius lo consigue; traducir visualmente el sonido más crudo y molesto del metal. Las páginas rebosan misantropía, oscuridad y una teatralidad grotesca que remite a nombres – imposibles de descifrar – en portadas de discos, a los flyers fotocopiados y al odio adolescente, pero todo ello echándonos unas buenas risas.
Las referencias son claras: Venom – que dan nombre al género y son venerados por el protagonista de esto, pero que nunca hicieron black metal, propiamente dicho – Mayhem, Burzum, Emperor, el culto a lo “trve”, las tensiones entre autenticidad y ego y ese impulso casi suicida de destruir todo lo anterior para levantar un nuevo templo de oscuridad… aunque fuese con cartón piedra y pegamento. Black Metal funciona como una versión distorsionada de la búsqueda de identidad adolescente llevada al extremo.
Gráficamente es un banquete visual. Magius dibuja como quien levanta una catedral (una catedral satánica, por favor), cada trazo tiene un sentido, cada símbolo es una puerta a un significado que vas descifrando en cada lectura. El estilo recuerda tanto a las líneas limpias de Moebius como a lo grotesco de Charles Burns, pero pasado por el filtro del fanzine y el panfleto clandestino. Y sí, incluye un recortable de iglesia nórdica, por si al lector le apetece jugar a ser Varg Vikernes en la tranquilidad de su casa. Un detalle juguetón, que dice mucho de la inteligencia subversiva del autor. Si le pillan los de esa secta mucho más peligrosa que el Inner Circle; Abogados Cristianos, le meten una querella.
Ese aire “fanzinero” no es casualidad, Black Metal es en realidad una revisión de su fanzine autoeditado en 2001 del mismo nombre y que posteriormente fue relanzado bajo una edición muy cuidada, en F.O.G. Comix, en el año 2012. Una evolución natural hasta llegar a la joya que hoy tenemos en nuestras manos.
Volviendo al presente; Black Metal le da al humor negro sin caer en la parodia fácil: es una sátira brutal que, sin embargo, no se ríe del black metal, pero quizás sí lo haga de algunos de sus practicantes. No hay atisbo de burla fácil ni mirada condescendiente: pero sí una crítica feroz y muchas ganas de comprender a una escena tan fascinante como destructiva y a menudo – sobre todo con el paso de los años – auto paródica.
Leyendo su – por cierto – cuidadísima edición, a uno le resulta imposible no pensar que es una obra deudora del mencionado: Lords of Chaos, el libro de Moynihan y Søderlind. Las dinámicas de grupo, el culto al líder, el nacionalismo y el impulso destructor están ahí, pero pasados por el prisma de la infancia, lo cual hace de Black Metal una maravilla muy original.
Y claro que se hace ecos de eventos reales de aquella escena extrema, como el suicidio de Dead, el supuestamente carismático y torturado vocalista de Mayhem, que trató de elevar a categoría de mito la idea de que el black metal no solo era música, pero que al final (no nos engañemos) solo era un pobre chico con problemas mentales, que no recibió ayuda a tiempo.
Magius no se corta y nos muestra que, los niños de Black Metal también tienen sus mártires, sus traiciones, sus ritos autodestructivos y su necesidad de prenderle fuego a algo (o a todo) para reafirmar su existencia en una Noruega, en principio idílica, pero con sus claro oscuros.
Hoy día, basta una búsqueda rápida en YouTube para comprobar como el black metal pasó de una forma de expresión radical, clandestina y abiertamente antisistema, a convertirse en un objeto más de consumo. En un ecosistema digital en el que tenemos todo al alcance de un clic, nada permanece oculto, el corpse paint y las poses ha sido domesticados por la cultura de la burla y si no; que se lo digan a Abbath. Lo que a finales de los ochenta y en los primeros noventa era percibido como una amenaza real – violencia, asesinatos y fuego literal – hoy es parte del imaginario pop noruego y ha sido asimilado por sus gentes. Ayer fue anatema, hoy postal.
En ese sentido, Black Metal no es propiamente una novela gráfica sobre música. Es un exorcismo gráfico, posiblemente una crítica al fanatismo, un espejo roto para los que alguna vez creímos que el mal absoluto podía encontrarse entre riffs y portadas en blanco y negro. Es también – y, sobre todo – una obra artística valiente, arriesgada y cargada de lecturas. No apta para gente corta de miras ni para fans del metal que se toman demasiado en serio, ya conozco a algunos que no se acercarán a él ni con un palo, perdón, ni con una cruz invertida.
Y si no te gusta el metal extremo, pero te gusta ver el mundo arder, este es tu viaje. Solo que no olvides llevarte cerillas y tijeras. El recortable lo pone Magius.
Puedes comprar el cómic Black Metal: Magius (Autsaider Cómics) en la web de su editorial.