¡Danzad, malditos! La figura que baila en el grupo

¿Es el baile y la animación un elemento constitutivo de una banda? Dependiendo de a quién preguntes te mirará como que estás diciendo una obviedad o que estás diciendo alguna idiotez. Puede ser que el baile esté en la esencia y en el resultado de la ráfaga sonora de cada grupo, pero asumamos que la traducción de ese efecto en danza y actuación plástica también puede formar parte de la imagen.

A lo largo de los años, varios han sido los grupos que han experimentado sobre el escenario con una figura que contaba solo con su cuerpo y su plasticidad como instrumento, una personificación y canalización de la música de un grupo con el arrebato energético del directo, transformando la experiencia y la marca de esos grupos en algo más que meros instrumentos musicales.

Por diversos motivos, muchos de quienes fueron llamados (o aparecieron de la nada) a estos menesteres no formaron oficialmente parte de los grupos, pero otros plantearon desde su adscripción nada oficiosa a las formaciones si era posible que un miembro de un grupo no tocase ningún instrumento. Elasticidad, rareza, sincronicidad, experimentación y elementos bizarros (en su tercera acepción) bien pudieron ser sus herramientas, que no es poco. Recorremos brevemente la historia de seis de los muchos nombres que hicieron que sus grupos alcanzasen un nivel plástico superior, aunque, eso sí, cada uno con sus motivaciones y distintos resultados.

Mark Berry, Bez (The Happy Mondays)

¿Qué decir de Bez que no se haya dicho? Podríamos apuntar alguna novedad si, en vez de cobrar las entrevistas, nos hubiera atendido gratis. Así que, a falta de exclusivas, recurriremos a los aspectos del que quizá sea el bailarín miembro de un grupo más popular. Mark “Bez” Berry se unió a The Happy Mondays a petición de su colega Shaun Ryder, un tipo igual de colgado en apariencia y casi con los mismos intereses autodestructivos. En el planteamiento del grupo madchester, Bez tenía tres funciones: acompañar a la banda, pegar brincos desincronizados y un tanto carentes de coherencia musculoequelética y, por último, tocar las maracas.

A poco que uno escarbe entre las páginas de la formación inglesa, se dará cuenta de que su presencia no desentonaba en absoluto con la anarquía y carencia de cordura de la banda. Su festividad intrínseca, la sinergia en las adicciones y un poco esa marca de pasados que tan bien llevaron a gala, encumbraron la figura de uno de los primeros bailarines con chaché de banda, casi tanto como para fagocitar sus actuaciones, donde su protagonismo era impepinable.

 

Bez estaba en todas porque no podía faltar a ninguna. Su peculiar estilo de moverse se convirtió en su carisma, y dejó claro que The Happy Mondays nunca hubieran sido completos de no haber existido Bez en sus líneas, pulverizando todas las rayas posibles entre los músicos y ese complemento que es el baile y que, en propuestas como The Happy Mondays, pasó a ser imprescindible. Mark Berry seguiría con Ryder tras la disolución de la banda en un segundo proyecto, Black Grape, pero su sitio ya estaba en ser una popular figura televisiva, con sus reality shows, con sus denuncias por violencia y cobrando las entrevistas porque su caché cimentado a base de maracazos y espasmos así lo vale.

Antony Hodgkinson (Nirvana)

Antony Hodgkinson, conocido como Tony, el bailarín interpretativo, es una de esas figuras curiosas que se cuelan en la historia por haber estado en el momento adecuado. Subrayemos que nunca fue miembro oficial de la banda con la que desplegaba sus artes performativas, Nirvana, pero sí que mantuvo esa consideración entre sus compañeros mientras la banda visitaba el Reino Unido.

 

Saltaría a la fama, sobre todo, por su actuación en el Festival de Reading de 1991, a pesar de que ya llevase algunas apariciones previas en su haber. En aquella cita, su despliegue de movimientos fue reconocido por los propios Nirvana al cuarto de hora, añadiendo por un tiempo su acción al imaginario colectivo de la banda. Técnicamente no es que fuera un bailarín, sino que más bien se movía como puede hacer tu colega si asalta un escenario, pero bajo esa apreciación de interpretative dancer se elevaba su estatus.

Stephen Cresser, Cressa (The Stone Roses)

La historia de Cressa es una de esas tristes que asolan las biografías de bandas. Compartido su espíritu al inicio a partes iguales entre The Happy Mondays y The Stone Roses, Stephen Cresser se había convertido en una figura mítica de la escena de The Haçienda. Su presencia, así como su energía, se había hecho un hueco en el imaginario mancuniano y pronto saldría de ella para conformar, de una manera algo sui generis y durante un año, la figura del “quinto miembro de The Stone Roses”.

 

Esa membresía, aunque no oficial del todo, pero todo lo oficial que pueda ser algo para sus seguidores, acarreaba la tarea de modificar los pedales y los efectos de la guitarra en algunas de las actuaciones de la banda (algo que también se recoge en contados videoclips), trabajo que le había encomendado John Squire y que pronto se vio completado por el descubrimiento de que Cressa, además, lo daba todo sobre el escenario.

Su presencia solo duró un año, 1989, y aunque normalmente quedaba en un segundo plano en esa zona técnica, sus movimientos y entrega eran demasiado cantosos y notorios, por lo que pronto fue incorporado a ese fervor colectivo de un público que, durante ese año, no entendería los directos de los de Manchester sin la actuación y los bailes entre bambalinas, literalmente, de Stephen Cresser. La entrada de los noventa y la primera disolución del grupo acabaron con su figura y sus esperanzas, para dar prácticamente en la indigencia, historia que se recoge muy bien en Not All Roses, de Dave Haslam.

 Leeroy Thornhill (The Prodigy)

La historia de los bailarines de The Prodigy nace de la idea (y recurrente en la actualidad en forma de audiovisuales) de centrar la atención en otros elementos sobre el escenario y no sobre la figura de quien lleva el mando sonoro. Si a todo esto le sumas el entorno y la escena rave en la que el cerebro detrás del tinglado, Liam Howlett, había seguido con su producción musical, la introducción de bailarines en la formación era algo inevitable.

Partamos de la premisa de que aquí hablamos de Leeroy Thornhill, el más duradero de los bailarines de The Prodigy que mantuvo su esencia única como figura danzante (salvo contadas ocasiones colaborando a los teclados), pero sería un error no mencionar a Sharky y a Keith Flint, los otros personajes, ella y él, que, en algún momento de la historia, formaron parte de la formación británica en esos menesteres. De hecho, remontándonos en el tiempo, no era raro ver a los tres bailarines referidos disfrutar de los beats todavía primitivos de Howlett ataviados con uniformes de creación propia, inspirados en esa cultura de rave creativa de la que salieron para comerse el mundo.

 

Sin embargo, por la escasa duración de Sharky dentro de la banda y la transformación más que conocida en vocalista (aun sin dejar de menear el esqueleto, si no, vean ese video de “Firestarter”) de Flint, Leeroy Thornhill se quedó solo en la tarea de transformar la música en energía dinámica. El ahora DJ y productor, llegó a emplear su famoso shuffle y la marca de su baile, debida en gran parte por su altura, como un elemento más de la identidad de The Prodigy, lanzándose a un ritmo frenético por los escenarios de medio mundo en los que ya era reconocible por su participación en los videoclips de la banda donde prácticamente ejercía de profesor junto con su querido Flint. Tras el pepinazo que supuso The Fat of the Land (XL Records, 1997), Leeroy Thornhill decidió abandonar el grupo, dejándolo entonces en el trío que consolidaría un sonido algo distinto, y en el que tanto Keith Flint como Maxim ocuparon también su espacio hasta la trágica desaparición del primero. 

Rachel Stewart (Fluke)

Al igual que la de los mencionados bailarines de The Prodigy, la historia de Rachel Stewart como parte esencial de uno de los grandes grupos de la electrónica de los noventa se debió a la búsqueda por parte del mismo de complementar las actividades musicales tras las máquinas dispuestas en el escenario. En 1997, con unos cuantos años ya detrás en el negocio, los británicos Fluke andaban buscando un nuevo elemento a su formación, alguien que pudiera acompañarlos en sus contados directos y que ejerciera doblemente como vocalista y mascota, y esa sería Rachel Stewart.

Antes de que lancemos los perros contra el término “mascota”, que es el que ellos emplearon, es interesante saber de dónde venía esa idea. Un año antes, en 1996, Fluke había lanzado su pepinazo “Atom Bomb”, una pieza creada ex profeso para el videojuego “Wipeout 2097” y que sería su primer gran éxito y que sirvió de avanzadilla para su celebrado Risotto. La cuestión es que el grupo certificó su romance con el videojuego adoptando como mascota oficial a Arial Tetsuo, la protagonista de pelo morado futurista del Wipeout y que necesitaba una personificación sobre el escenario, trabajos que bordó Stewart en los dos años de mayor actividad de Fluke.

 

La banda estiró la fórmula con una mayor actividad también de su vocalista, Jon Fluger, que también tenía vocación de no parar de moverse. Mientras Fluger abrazaba la hiperactividad, Rachel Stewart alternaba sus movimientos de cierta robótica rave y tímido shuffle con la mera intención de acaparar toda la atención posible en aras de dejar un espacio de tranquilidad a los productores. Para la mitad de la primera década del nuevo siglo, Fluke fue acelerando su desaparición y con ella la de Stewart sobre los escenarios con la banda, aunque reinventándose al mismo tiempo con otros proyectos, esta vez sí, totalmente musicales.

Kathleen Lynch (Butthole Surfers)

Kathleen Lynch fue “la bailarina desnuda” que aparecía intermitentemente en los conciertos de los demenciales Butthole Surfers. Tampoco es que la cualidad de la desnudez a la que se hace alusión en aquella descripción fuese algo distinto en ese universo en el que no era difícil encontrase a un Gibby Haynes con sus gónadas y varita mágica al aire, pero sí que cuadraba con la realidad.

En aquella locura lisérgica que suponían los encuentros de los tejanos con su público, entre 1986 y 1989 Lynch incorporaba sus movimientos y coreografías espasmódicas al ritmo epiléptico de la iluminación estroboscópica que desplegaban los de Austin. Es más, a pesar de que nunca fue miembro oficial de la banda, entre sus cometidos puntuales sobre el escenario estaba el de ayudar con los incendios de los platillos o con la programación de las ráfagas lumínicas.

 

Su presencia física era, cuanto menos, característica, creando ese personaje llamado con el que ahora sería delictivo nombre de Ta Da the Shit Lady: un espíritu de la locura, con la cabeza afeitada y dos penachos laterales y una interpretación del baile entre burlesque y de striptease de bajos fondos. Existen muchas anécdotas sobre Kathleen Lynch que llevan más allá de los escenarios. La convivencia con una de las bandas más extrañas del planeta daba para mucho, sobre todo si los propios Butthole Surfers la consideraban una persona extraña. Ese era el baremo, llevado al extremo con sus actuaciones sobre el escenario, sí, pero también con lo inaudito de su imaginario, parte ya inherente de aquellos locos años.

 

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