Deep Purple (Alma Occident Madrid – Tierno Galván) 13/06/24
Escasos metros me separaban del borde del escenario. Todavía asimilaba que en apenas diez minutos, los icónicos Deep Purple harían acto de presencia para defender un legado histórico que ha marcado a generaciones. A mi lado, un señor de unos setenta años, edad similar a la de los músicos ingleses que íbamos a disfrutar, me preguntó con una sonrisa cómplice: «¿A los jóvenes todavía os gusta este grupo?». Yo, un tanto sorprendido, respondí con un «Mucho, ¿a quién no le va a gustar…?», intentando emular un meme que este señor nunca comprendería. «Pues más te van a gustar, en directo son un cañón. Incluso ahora, que tienen sus años. Aunque no tengamos la misma energía, todavía damos guerra. Me apuesto lo que quieras a que a la segunda canción ya empieza a oler a hachís…», dijo con picardía.
Por supuesto, me reí, y como no podía ser de otra manera, empezamos a hablar de música. De nuevos y viejos grupos, de batallitas y anécdotas. La música nos une, y en conciertos como el del pasado jueves en el ciclo Alma Festival, lo creo aún más fervientemente. El señor, por mi parte, se llevó la canción «Cacho a Cacho» de Estopa, grupo que me descubrió a Deep Purple cuando era un protoadolescente. A cambio, él me regaló el inicio de esta crónica peculiar y una grata, y manida, lección de vida: nunca se es demasiado mayor para seguir disfrutando de los placeres de la vida.
Los diez minutos pasaron en un suspiro, y con una puntualidad inglesa de la que siempre han hecho gala, a las diez de la noche en punto, Ian Gillan, Roger Glover, Ian Paice, Don Airey y el nuevo guitarrista, Simon McBride, subieron al escenario ante el auditorio del parque Enrique Tierno Galván, donde casi 10.000 espectadores formábamos parte del primer concierto de su nueva gira llamada One More Time.
Sin más dilación, los riffs de la guitarra marcaron el inicio de «Highway Star». El viaje acababa de comenzar. Ante nosotros, noventa minutos de temas históricos. Un setlist perfectamente medido, dividido en quince cortes, donde la nostalgia del hard rock era la tónica general. También, era lo que demandábamos los asistentes allí presentes. El hombre a mi lado me dio un codazo y, con una sonrisa amplia, dijo: «Te lo dije, chico. Esto es magia. Ya empieza a oler».
Un inicio un tanto peliagudo porque la voz de setenta y ocho años del mítico Gillan no terminaba de responder en las notas más altas. Solución: ir calentándola sin forzarla y, sobre todo, apoyarse en sus compañeros y en las alargadas partes instrumentales. Por suerte, funcionó. Una dinámica en la que se siente cómodo y donde la voz en ningún momento desaparece. Tampoco su sonrisa. Cuando «Highway Star» estaba terminando, se vio una mejoría notable tanto en potencia como en entusiasmo.
Mejora que celebramos en los siguientes temas que fueron cayendo a golpe seco sobre nuestras cabezas: «No Need to Shout», «Into the Fire», «Uncommon Man» o la increíble «Lazy», fueron desbloqueando los recuerdos de otra época, pero también de la energía que todavía hoy desprende este conjunto. Qué maravilla. Manejaban los tiempos de una forma tan eficaz que hasta parecía sencillo: euforia, aplausos, subidas y bajadas. Todo controlado magistralmente, y todo en su justa medida. Es en ese momento, cuando tienes al público donde quieres y cómo quieres, es cuando uno se da cuenta del peso de la veteranía y de las enseñanzas de la carretera.
Fue justamente en esta canción, “Lazy”, en un mar de luces estroboscópicas, cuando el teclista Donald Airey nos regaló un solo magistral. Incluso, con una buena historia detrás: en formato cómico, uno de los miembros del equipo se acercó al músico para «observar» cómo estaba de salud a sus setenta y cinco años. Tras dar el ok, Airey saludó al público, se bebió un chupito y siguió haciendo lo que mejor sabe: acariciar las teclas.
Situación similar la vimos con los baquetazos del señor Paice, que a sus setenta y cinco años, y resguardado bajo unas gafas de sol, nos regaló un concierto ejemplar cargado de oficio. Mismo saber hacer que llevó a cabo Roger Glover en el bajo, con especial atención al tema «Anya», en opinión mía uno de los mejores de toda la noche, fusionándose con un solo, al más puro órgano eclesiástico, que nos regaló de nuevo el teclista de la formación.
Momento estelar fue cuando los acordes nos revelaron, no ya la canción más conocida de la banda, sino, y pongo la mano en el fuego, la canción más interpretada por aficionados de la historia del rock. Efectivamente, «Smoke on the Water». Una cosa es haberla escuchado infinidad de veces, y otra hacerlo por el grupo que le dio forma. Y es en esta canción donde tenemos que hacer gala del último fichaje de la banda, Simon McBride, a la guitarra, que se ha incorporado a la formación como un guante.
Tras tal derroche de energía e historia, llegó el momento de los bises con: «Hard Lovin’ Man» y «Hush». El concierto terminó con un bis vibrante, cerrando con «Black Night». A medida que los últimos acordes resonaban en el aire, la sensación de satisfacción y gratitud era evidente en cada rostro. Al salir del recinto, las caras de felicidad y los comentarios emocionados confirmaban que Deep Purple había entregado una actuación memorable, reafirmando su legado en el mundo del rock.
Deep Purple nos regaló una noche mágica llena de nostalgia, energía y rock and roll. Un viaje a través del tiempo que nos recordó el poder de la música para unir a personas de todas las edades y generaciones. Una experiencia que sin duda quedará grabada en la memoria de todos los que tuvimos la fortuna de presenciarla.
Fotos Deep Purple: Jaime Massieu (Alma Occident Madrid)