Conciertos

Fernando Alfaro + Jaime Gª Soriano (Sound Camp) – Ocho y Medio Club (Madrid)

Muy atractiva, a la par que dispar, la doble propuesta para inaugurar el ciclo de conciertos Sound Camp con la participación de Jaime G. Soriano (Sexy Sadie, Sr. Nadie) y Fernando Alfaro (Surfin´ Bichos, Chucho, Alienistas). Los shows simulan la ambientación de un campamento de verano a través de unos decorados escénicos muy conseguidos y un patio de sillas para el respetable que aportan cercanía, intimidad y calidez entre público-artista; vamos, una redefinición más del concepto de concierto acústico.
Con el corazón dividido -ese mismo día Nueva Vulcano tocaban también en Madrid presentando esa sorprendente barbaridad radiante de talento que es Novelería (15)-, me dirigí hacia la Sala But (OchoYMedio) para reencontrarme con dos artistas fundamentales en mi itinerario emocional musical, creadores de obras fundamentales como son It´s beautiful it´s love (98) o Tejido de Felicidad (99), entre otras muchas.
Abrió la velada Jaime G. Soriano. Su concierto se dividió en dos partes, una primera dedicada al rico legado dejado por Sexy Sadie y una segunda centrada en su proyecto actual, Sr. Nadie. Personalmente, hubiera dedicado más tiempo a la primera por su determinante poso en mí y tantos de los presentes -presumo-, pero el mallorquín equilibró su tiempo entre ambas.

Pletórico en el plano vocal, y visiblemente conmovido y melancólico en los primeros envites recordando el cancionero de su banda primitiva, consiguió emocionarnos fácilmente tanto en la interpretación acústica de temas eléctricos («I don´t know», «Always drunk»), como en la de temas más íntimos («A scratch in my skin») u originariamente más arreglados (fantásticos rescates los de «Mr. Nobody» y «You know that´s the way i like it»).
Su paseo por el repertorio de Sr. Nadie no desentonó en cuanto a oficio e intención de epatar, llegando a ser acompañado a la acústica por otro miembro de la banda en algunas canciones. De todas ellas, me quedo con su desnuda interpretación solo del primer intento con final feliz cantando en castellano, «Ilusos en el espacio».
Fernando Alfaro es uno de esos artistas con los que sabes que, nada más pisar un escenario, algo va a pasar. Es una de esas presencias -en triste peligro de extinción, todo sea dicho- que se hacen notar por nada que hagan. Le miras e intuyes explosiones y erupciones infernales sin saber por dónde te van a venir.

Y esta vez vinieron en formato acústico centrándose exclusivamente en la celebración de los veinticinco años de vida del debut discográfico de Surfin´ Bichos, el colosal La luz en tus entrañas (89) -la obra capital de los albaceteños para el que les escribe junto a Fotógrafo del cielo (91)- y en la inminente aparición de su nuevo trabajo como Fernando Alfaro, Saint-Malo (15).
Para lograr un efecto perturbador y violando la naturaleza caprichosa y demoledora del paso del tiempo, fue intercalando los temas de ambos discos, una suerte de ajuste de cuentas entre el pasado y el presente con perspectiva sádica y exigente. Y es que no dejaba de descuadrar, a la par que estimular, pasar de una canción tatuada en nuestro ADN ventricular a otra que veíamos nacer ante nuestros ojos y oídos, pero, como dijo el de Albacete, «lo siento, la vida es así y es lo que hay».
La naturaleza desquiciada, rasposa y bizarramente bella del contenido de La luz en tus entrañas hizo que en este formato joyas como «¿Amas lo desconocido?» o «Un perro feliz» sonaran desdibujadas y algo opacas, pero sus ácidas y desconcertantes presentaciones (impagable la historia que contó detrás de la canción «El rey del pegamento») y la catártica interpretación desabrigada de algunos otros temas como «Nada puede calmar mi sed», «Crisis» o «Malaventuranzas» -ésta fue lo mejor de la noche-, hicieron que Alfaro brillara y lograra una vez más transmitir ese calambre suyo tan particular a la audiencia.
Muy buenas sensaciones con respecto al nuevo material, al igual que las tuve en su día al presentar, antes de aparecer el disco, con La vida es extraña y rara (11) -luego sepultadas por una producción, a mi juicio, inapropiada-, destacando especialmente la sentidísima «Tempus Fugit».
Antes de apagar el fuego y recoger el campamento, Alfaro regresó a escena para regalarnos un mini-bis con petición popular aceptada por su parte. Como era de esperar, la elegida fue «Fuerte» mientras que yo hubiera deseado «El crujido del cangrejo», detalle nimio éste que, sin embargo, me hizo retirarme de allí pensando que la previsibilidad del ser humano hará que este mundo no cambie nunca.

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