LCD Soundsystem – Sala Razzmatazz (Barcelona)

El sábado Razzmatazz recibía nuevamente a la que muchos consideran una de las bandas más influyentes de esta década, y esta vez para lo que bien podría ser su último concierto en Barcelona. Precedidos por tres discos extraordinarios que les han ganado una base de fans a toda prueba, y por la fama de tener uno de los directos más potentes que se pueden presenciar, no era extraño que la sala registrara un lleno hasta la bandera y que el público viniera preparado para un fiestón de los que hacen época.

Calentó la velada Pfff, un solitario DJ que, enfrascado en su gorra y sus cosillas, fue a la suya sin levantar la cabeza para darse cuenta de que el respetable estaba pasando olímpicamente de sus atronadores mezclas de durísimos ritmos tecno y reciclaje de hits de los 80. Muy visto, muy alto, y un verdadero plomo. Naturalmente no pretendemos dar lecciones a nadie, pero quisiéramos recomendar a Pfff guardar la tralla de las cinco de la mañana para, bueno, las cinco de la mañana. Recibir semejante aluvión sónico cuando uno se está tomando su segunda cervecita, y esperando a que salga la banda principal, es entre aburrido y levemente irritante.

Pero poco afectó esto a un público que recibió a LCD Soundsystem con una ovación de gala, y que empezó a enloquecer en cuanto la banda entró en la parte más bailable de “Dance yrself clean”. El mismo público que perdió más o menos la chaveta con los aguerridos riffs de “Drunk girls”. Incluso siguió la animación con la relativamente inerte “Get innocuous”. Y es que LCD Soundsystem estaban demostrando que los años les han convertido en una banda extraordinaria, llena de madurez, de técnica, y de coordinación, de intensidad y de lo que a ustedes se les ocurra. Si su talla como banda ha crecido enormemente, su parte más salvaje en cambio se ha suavizado un poco: James Murphy, lejos de su habitual parquedad, estuvo encantadoramente simpático y cariñoso. La última vez que visitó Razzmatazz las únicas palabras que salieron de su boca fueron “Pat” (al final de cada canción, señalando al batería) y “Thanks” (al marcharse). Esta vez, en cambio, abundancia de frases amables, agradecimientos al público y presentación individualizada de cada miembro de la banda (lo hizo ¡dos veces!). Y no engulló ni una sola píldora misteriosa durante todo el concierto, cosa que un servidor le había visto hacer en al menos otros dos conciertos. Al gran jefe  Murphy, gurú del underground neoyorquino, y padre del muy rebelde sello DFA se le veía orgulloso y feliz como un padre en la boda de su hija.

Y si esto le quitaba a LCD Soundsystem su habitual brusquedad y fuerza bruta, sin duda lo compensaba con una extraordinaria precisión y limpieza en el sonido, con unos arreglos cuidadísimos y con buen dominio del tempo. Y la fiesta seguía: “Daft punk is playing at my house”, una tranquila y algo deslucidilla versión “I can change”, y uno de los puntos fuertes de la noche, un “All my friends” que arrancó al respetable momentos de puro delirio.

Durante algo así como hora y media – que se hizo muy corta – los americanos revisaron los grandes temas de sus tres discos, con una especial atención a temas incluidos en (aunque anteriores a) su primer trabajo, LCD Soundsystem (DFA/EMI, 2005): “Yr. City is a sucker”, “Yeah” y, en los bises, “Losing my edge”, todas ellas temas bien bailables y que mantuvieron el tono general del concierto más cerca de la electrónica punk que de la parte más disco o pop del repertorio de los chicos de James Murphy. Especialmente, claro, “Yeah”, un auténtico pelotazo al que no quitaron ni un ápice de su dureza original, y que convirtieron en diez minutos de fiesta constante. Para el entregadísimo público, casi una sesión de aerobic.

En resumen, LCD Soundsystem nos ofrecieron el sudor, la fiesta y el despelote de siempre, y aún así lo hicieron con una técnica y una calidad tremendamente refinadas, demostrando haber madurado enormemente como banda. Cabe decir que, caso que la anticipada separación se llegue a consumar, será una lástima perder a un grupo de este calibre, sin duda diez mil millas por encima de la mayoría de bandas. Pero, en cambio, si James Murphy decide recoger sus cosas y marcharse a otra cosa lo hará en el pleno apogeo de un grupo y una propuesta musical a la que difícilmente se le puede pedir mucho más. Con la demostración del sábado, en la que flotó un amabilísimo aire de fiesta de despedida, no debería quedar ningún aficionado a la música que no pueda darse por muy satisfecho y dar gracias.

Dicho esto, naturalmente, sólo queda aclarar que un servidor daría un brazo enterito por volver a ver a estos tipos en concierto.

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