Manos de Topo + Anntona – Ocho y Medio Club (Madrid)

Anntona, integrante de Los Punsetes, tenía el bastón de mando para abrir en solitario la presentación del gran concierto de la noche, pero no fue su inspiración la que vino a acompañarle aquella noche, ni tampoco la del ingeniero de sonido que hizo sonar su guitarra como si rasgueara una lata. Tampoco ayudaron mucho las bases programadas, ni siquiera que Ariadna, la cantante de Los Punsetes, saliera a ayudarle y se equivocaran, obligando a rebobinar y darle al play otra vez. La gente le puso empeño en los comienzos, pero a la cuarta canción, cada uno estaba a otros menesteres, perdiendo por completo el interés en lo que estaba ocurriendo sobre el escenario, ni si quiera consiguió captar la atención el setlist elegido con buen criterio salpicando temas entre su primer y su segundo disco. Una importante oportunidad perdida para convencer. Habrá que acudir a sus discos y darle una segunda oportunidad, porque todos tenemos un mal día, y esa noche no fue la de Anntona. A destacar el empeño y la buena compañía de Cristina de Los Eterno y Clovis que sí que se esforzó porque la máquina funcionara, a pesar del escaso resultado.

Media hora después llegó el turno de los grandes. Manos de Topo a escena. Pocos grupos han destacado en España gracias a abanderar ironía e inteligencia, muchos menos han conseguido hacerlo con destreza. La gran mayoría de los que lo han intentado caen con frecuencia en la broma fácil, y no terminan de interesar más allá de la anécdota. Manos de Topo es de esos grupos que sin quererlo parecen herederos legítimos de la irreverencia de la Movida madrileña, que además sí que saben, o por lo menos parecen saber, tocar algún que otro instrumento, lo que vendría a ser unos Kaka de Luxe con estudios. Con espíritu renovado tras la salida del grupo de su anterior bajista, los Manos de Topo volvían a la capital a presentar en sociedad su tercer largo, Escapar con el anticiclón, el obligado disco de madurez de todos los que han venido para quedarse sobre las tablas. La robustez de la producción del álbum ha sido revitalizada y aligerada para traer a la escena la colección de canciones que contenía aquél, con una solvencia y un descaro amistoso que hizo que los catalano-gallegos bordaran con maestría la noche.
Al unísono se cantaban todos los pelotazos del último disco “Animal de compañía”, “Maquillarse un antifaz”, “Mentirosa”, “Tus siete diferencias”, y no había grandes diferencias de celebración entre sus clásicos y los nuevos, lo que da muestra de un éxito continuado que lejos de mostrar signos de agotamiento, mantiene al grupo entre los mejores. Raros, muy raros, pero gracias a esa arrollante personalidad todavía sobre la cresta de la ola.

Un señor concierto de los Manos de Topo, con un Blanca tan feliz y contento como su peinado a lo Duquesa de Alba, exagerado e irritante a partes iguales.  Es difícil explicar por qué gustan tanto los Topos, yo que los defiendo a ultranza no sabría explicar si son sus suaves melodías, si son sus colores jazzisticos, su inteligencia narrativa o su constante jolgorio lo que me atrae de estos chavales que ya llevan tres discos y un ep firmando parte de las mejores canciones del pop nacional, de las que sonaron todas, desde “Es feo” hasta “El pollo frito”. Por allí desfilaron las ortopedias bonitas, las tetas que dan horchata, los violadores correctos, JFK, o lo que es lo mismo el amor, el desamor, el orgullo y la venganza, en forma de arte para el corazón, en nuestras palabras lo que sentimos y sufrimos, sin necesidad de hacer rimar “rosa” y “amor”.
El público, parte esencial de este concierto se pintaba de todos los colores, éramos un carnaval  compuesto por gayers, gentes de extrarradio, mucho looser y sorprendentemente pocas modernas, una variopinta mezcla de gentes dispuestos al suicidio colectivo por un “culo de cristal”. Desde que los ví por primera vez casi desvirgarse, en una tarde de verano del festival de Benicassim hasta la noche de este sábado, les reconozco gratamente las 7 diferencias a las que ellos les cantan, con una confianza cada vez menos abrumadora y mucho más halagadora.
Temazos reconocibles por el gran-público-karaoke ya tienen como para rellenar hora y medio de concierto y sin haber pinchado todavía en hueso, con la autosuficiencia que les da el descaro en las tablas, han firmado un directo con la complicidad de esa gran parte del público que casi abarrotaba por completo la sala, ante la mirada ojiplática de aquellos otros, que sin entrar de lleno en la ceremonia, nos observaban como el turista que visita un poblado Amish para realizar fotos. Por una noche la minoría no éramos los raros, eran los otros. Bravo por los Manos. Lo dicho, una pena que no fuera la noche de su ingeniero de sonido.

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